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Un lugar sin derechos es un no lugar

Más de 800 inmigrantes evacuados de varios campamentos en el norte de París

Virginia Rodríguez

Coordinadora de Investigación de la Fundación porCausa —

Los no lugares son espacios físicos en los que se materializa la exclusión y la negación de derechos a quienes se encuentran en el interior de una frontera que nos separa a “nosotros” (españoles, españolas y residentes legales en España) de los “otros” (inmigrantes o refugiados en situación irregular). Son reales, localizables en un GPS y se pueden encontrar de forma cotidiana.

Los más de 3.000 kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos es un no lugar. También lo es la llamada Jungla de Calais, en proceso de desmantelamiento. Y el Centro de Internamiento de Extranjeros de la Zona Franca de Barcelona lo es. Pero, y esto es más inesperado, la próxima redada policial en Lavapiés que llevará al CIE de Aluche a cuantos inmigrantes irregulares identifiquen, convierte esa zona de Madrid en un no lugar.

Son los no lugares sitios regidos por la lógica de la excepcionalidad que cuestionan algo que debería ser incuestionable: todas las personas tenemos derechos inherentes a nuestra dignidad como seres humanos. Pero la realidad es bien distinta ya que el país en el que vivas de forma irregular te percibirá como una amenaza o como una presencia indeseable que se resiste a reconocer.

Para identificar un no lugar es necesario reconocer tres características recurrentes. La primera es su delimitación a través de una frontera que puede ser física, legal o, incluso, en movimiento; la llamaremos frontera líquida. La segunda es que en ellos se produce una negación de los derechos de sus habitantes. La tercera requiere que, además de saber identificarlos, se entienda lo que supone su existencia para sus habitantes, sus observadores y la sociedad que, quiera o no, los acoge.

La existencia de los no lugares prueba que los Estados han decidido ignorar las consecuencias de sus políticas de control fronterizo a costa de cercenar los derechos de quienes, pese a todo, llegan aquí.

Las normas de extranjería constituyen la frontera legal que delimita y define las diferencias entre españoles y extranjeros. En ellas se establecen los requisitos de entrada a esta parte del mundo (España, Unión Europea) y es ahí donde vemos que las fronteras no son iguales para todas las personas; atravesarlas dependerá de los recursos materiales o simbólicos de que se dispongan. La frontera es más permeable para las personas extranjeras cuya entrada va a ser incentivada por motivos de educación, turismo o movilidad laboral internacional. Es menos permeable para quienes entran de forma clandestina. Que esta sea una posibilidad real y habitual prueba la ineficacia del sistema de control migratorio que ha construido la “fortaleza Europa” a costa de haber convertido el Mar Mediterráneo en una enorme fosa común.    

La Unión Europea y sus Estados Miembros ha perpetrado una traición contra los cimientos mismos de su identidad. Una parte esencial de la UE consiste en arrogarse la vanguardia democrática, de la igualdad y de la protección de los derechos humanos. Sin embargo, estos principios llevan años siendo desafiados por la política migratoria y, a día de hoy, han sucumbido al control de riesgos del auge de los discursos nacionalistas —la defensa del Brexit, Hungría— que amenazan el proyecto de integración europeo.

Con todo, la contradicción realmente importante es a la que se enfrenta el observador casual de un no lugar cuando es capaz de identificarlo como tal. Y de entender lo que supone la existencia de una frontera líquida en plena calle que no solo le separa, sino que le convierte en un tipo de ser humano diferente, con una dignidad diferente determinada por la parte del mundo en que se ha nacido.

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