Hoy podía ser un día cualquiera en cualquier lugar, pero no. Hace un año que el Partido Popular gobierna la Comunidad de Madrid con el peor resultado de su historia: 18 escaños menos que en su anterior resultado electoral y tan solo a cuatro de su principal socio de gobierno, Ciudadanos.
Ciudadanos, ese nuevo partido que vino a renovar la política, que está intentando volver a ser útil a nivel nacional, pero en Madrid sigue aún en la senda estéril de la derecha y la ultraderecha. Un partido que venía a renovar la política y que tomó la decisión de blindar a un Partido Popular que lleva instalado en Madrid 25 años.
Un PP en decadencia, sin rumbo, sin proyecto, en el ocaso de una línea neoliberal trasnochada y que, tras la crisis de 2008 sigue perdido, instalado en un modelo oxidado de gestión de privatización de lo público, hasta para buscar rastreadores frente al COVID-19, cuatro meses después del estado de alarma.
Hoy hace un año que los madrileños decidieron con sus votos un cambio. Una apuesta por el profesor Gabilondo encabezando un proyecto de progreso sin estridencias. Por primera vez en muchos años, los ciudadanos eligieron al PSOE, liderado por José Manuel Franco, para devolver la ilusión al pueblo de Madrid. Pero aquella expresión de cambio de miles de madrileños se vio truncada por la aparición de la ultraderecha en nuestra Comunidad.
Vox utilizó sus 12 diputados para investir presidenta a Díaz Ayuso y convertirla en rehén de sus políticas de ultraderecha. Hoy, un año más tarde, es Vox quien determina la vida política en el parlamento madrileño. Un partido que no obtuvo ni un 9% de apoyos en las últimas elecciones y que es quien decide qué proyectos legislativos de Ciudadanos o del PP deben prosperar o no. A día de hoy, por cierto, ninguno.
Un Gobierno paralizado, bloqueado, sin ideas. El ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso no ha conseguido sacar adelante ni una Ley, ni unos presupuestos, ni un solo proyecto del bipartito que Vox autorizó hace un año. Un Gobierno que ha optado por el desgobierno y la improvisación ante una pandemia. Ningún madrileño, con independencia del partido al que votara hace tan solo un año, podría haber imaginado jamás.
El Madrid de la excelencia, la locomotora de la economía y el conocimiento de España, la región número uno en PIB nominal (hoy a la cola de la recuperación de empleo) se encuentra en su peor momento, con una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes. En unas circunstancias en las que necesitamos a los mejores para gestionar la administración más preparada de nuestro país tenemos el peor gobierno de nuestra historia.
Cada día pienso qué sería de nuestro destino en Madrid si, lejos de buscar la confrontación política permanente y gratuita para hacer “la oposición al Gobierno de España que el PP no sabe hacer en el Congreso de los Diputados” -como se susurra en las paredes de la Real Casa de Correos-, el Gobierno de Díaz Ayuso estuviera trabajando como hemos propuesto desde el PSOE, con la mano tendida para salir todos juntos de esta situación.
Apoyándose en los mejores equipos sin prejuicios, sin etiquetas, sin estigmas, sin pensar tanto en la política pequeña de trincheras y barricadas, en la política de la fanfarronería y la malentendida chulería madrileña de barra de bar y pensar más en la política con mayúsculas que construyó ese Madrid elegante, cosmopolita, abierto al mundo, a la cultura y al pensamiento, fuente de inspiración de artistas y escritores. Esa Babilonia donde se confunden variedades y lenguas con el ingenio más sutil, que decía Calderón de la Barca.
Madrid necesita un cambio de aires para ayudar a aportar a España un nuevo camino para los próximos 25 años. Decía Machado que Madrid siempre ha sido “el rompeolas de todas las Españas”, pero es que Madrid siempre ha sido España. En Madrid no se podrá hacer una película de “los ocho apellidos madrileños” porque sus apellidos son los andaluces, extremeños, manchegos, vascos, catalanes, gallegos, valencianos… Madrid es España. Madrid no puede ir al margen de España. Juntos construimos y proyectamos este país en Europa y en el mundo.
No puedo acabar estas líneas sin reconocer un tiempo pasado no compartido pero existente. Un tiempo donde los liberales tuvieron ideas y un proyecto para Madrid, pero eso ya no existe. Ese proyecto llegó a su ocaso y hoy vemos cómo la reputación a nivel nacional e internacional de la región más potente de España roza la mediocridad y la sinrazón, señas de identidad de una imagen de un Gobierno frágil, débil y fragmentado que, con tal de ocupar el poder de Madrid, improvisa a diario y, casi a cualquier precio, cansa, decepciona y avergüenza.
La Real Casa de Correos se ha convertido en una fortaleza opaca, lúgubre, inexpugnable. Con el presidente Leguina dejó de ser la sede de un lugar tenebroso de la represión franquista para convertirse en un espacio de libertad. Lamentablemente, los madrileños solo apreciamos en ese lugar el imponente reloj que cada Nochevieja nos recuerda que empieza un nuevo año, una nueva etapa. Hoy desean que sus minutos pasen deprisa.
La Puerta del Sol no puede volver a ser un lugar oscuro y gris. Debe recuperar su fuerza, su luz y su color, su esencia de lucha y de rebeldía de generaciones. Muchos madrileños seguiremos trabajando para soñar ese otro Madrid. Un Madrid, como decía Amón, “donde el hombre consume su suelo, su morada y hasta su propia existencia”.
La Comunidad de Madrid, un lugar de España para construir un sueño colectivo de prosperidad y progreso, un lugar para enarbolar la revolución del respeto. Esa revolución que bien merece de otra política, otro gobierno, otro Madrid en España, en Europa y en el mundo.