Alberto Núñez Feijóo ha aplicado hoy un clásico, en su discurso de apertura del debate de investidura: mano de hierro con guante de seda. Pero así como el hierro ya hace semanas que su partido lo va disparando en forma de artillería pesada, la seda en el guante es novedad, y significativa.
Es aquello del talante, que José Luis Rodríguez Zapatero puso tan de moda hace unos años. “Señor Sánchez, su actitud jamás cambiará la mía. Ni sus desprecios”, dijo Feijóo en el tramo final de su discurso. Y con sonrisas de principio a fin, lo había ido escenificando. El tono de Feijóo, pero sobre todo su semblante, quiso ser desde el principio lo más alejado al gesto duro de Aznar o de Ayuso, y en cambio sí se daba un aire al del Rajoy más socarrón.
Porque ir a una investidura fallida con gesto de enfado aún lo habría descrito como más perdedor. Y la batalla de esta semana la tiene perdida de antemano, pero en tiempos de campaña permanente, cuando nunca se sabe cuándo se va a acabar pasando por un nuevo examen en las urnas, marcar tono, talante o lo que las nuevas generaciones dirían mood es clave a la hora de generar estados de ánimos proclives.
Y precisamente porque la comunicación de la política va cada vez más de generar estados de ánimo que estados de opinión, se entiende mejor la comunicación no verbal y el tono de Feijóo en su primer discurso como candidato a la investidura.
Con su gesto, miraba de imitar el fondo de lo que vendía aquella “Fuerza tranquila” que François Mitterrand prometía hace décadas y que lo propulsó a la presidencia en Francia. La idea de alguien no crispado, aún sabiendo que va a ser derrotado y aún sabiendo que eso va a pasar aunque ganara las elecciones. Porque, de facto, con su talante, nos ha venido a decir que él también es consciente de que, con eso, no había suficiente. Mostrar deportividad (que no resignación) puede generar mayor adhesión y empatía que recrearse en la queja, en el ceño fruncido y en el ataque visceral al adversario.
Cuando el candidato del PP ha dicho desde el atril que su partido ganó las elecciones del 23-J, ha reído como justificándose por ello. ¿Por alegría? No, por supuesto. ¿Porque sabe que eso puede no significar llegar al poder, como el PP ha provocado al PSOE y a otros en autonomías o ayuntamientos? Podría ser. Pero, sobre todo, es una cuestión de buscar una proyección de talante que le favorezca.
Se encogió de hombros cuando habló de la normalidad que en teoría debía llevarlo a presidir el gobierno tras ganar las últimas elecciones, cuando él sabe que se quedó corto en votos y en escaños. ¿Tenía que decir lo que dijo? Seguramente no tenía alternativa, con la dialéctica actual del PP. ¿Se aferra a ello como a una verdad absoluta? Su gesto nos venía a decir que no.
Al mal tiempo, buena cara. Y también ha querido darse un aire a lo que reclamaba aquella canción que hizo fortuna en una Transición que él hoy ha reivindicado con su gesto: “Libertad sin ira”. Sin ira. Talante. Pero, libertad, ¿de quién? Si ha de ser de su socio de Vox, que a su vez le hipoteca otros apoyos que necesita, de momento lo tiene, como el traje y la corbata que hoy lucía: Azuloscurocasinegro (homenaje a la icónica película de Daniel Sánchez Arévalo de 2006).