Años antes de que Darwin publicase “El origen de las especies”, Marx y Engels, en su “Manifiesto comunista”, identificaron la destrucción de las fuerzas productivas con el estropicio causado por los conjuros de la magia negra.
A partir de aquí, el economista austriaco Joseph Alois Schumpeter desarrolló su teoría acerca de la “Destrucción creadora”, lo que viene a ser un atributo común a toda estructura capitalista; una cualidad de la que se sirve el mismo sistema para hacer frente a sus ciclos críticos. Dicho con pocas palabras, la cosa consiste en destruir creando.
Un claro ejemplo de destrucción creadora lo tenemos en la industria musical desde finales del siglo pasado. Con la llegada del soporte digital, y para hacer frente a la epidemia de superproducción a la que se referían Marx y Engels en su manifiesto, la industria musical ha ido destruyéndose a sí misma para crearse de nuevo y así no desaparecer del todo e ir tomando presencia en el mercado del ocio. Todo lo que va desde la entrada del disco compacto hasta su posterior destrucción, y luego la llegada de canales difusores de música como Spotify, se corresponde con un ciclo del capitalismo llevado a la industria musical para que siga viviendo.
Todo esto viene a cuento porque acaban de salir publicadas las memorias de Mala Rodríguez, la rapera de los Jereles que un buen día decidió pegarle un bocao al mundo y hacerse un viaje vital del barro a las estrellas. En su libro -publicado por Temas de Hoy- la rapera Mala Rodríguez no sólo cuenta cómo, con doce años, enseñaba el dedo a los taxistas cuando le lanzaban groserías a su paso, sino que también cuenta la primera vez que salió de misión, armada con su espray, a pintar un vagón de tren o cómo se “folló” al marido de la jefa de su discográfica.
También cuenta sus enfermedades, sus demonios, su relación con el sexo, con las drogas, sus problemas con el machismo y sus querencias, la casa y el coche que compró a su madre, sus amigas silenciosas y sus enemigos escandalosos, la paliza que le metieron en una discoteca de Chipiona unas “pavas” porque el novio de una de ellas entró a la Mala, en fin, un no parar de contar y de seguir contando anécdotas con sinceridad y lisura, y sin ningún tipo de pudor.
Entre unas cosas y otras, la Mala llega a agradecer a eMule la difusión de sus canciones. Para ella, el movimiento de su música por la red fue positivo, sobre todo porque se dio a conocer en Sudamérica. Países como Colombia o Cuba, sitios donde vibran con su rap, no hubiesen existido en su itinerario musical si no llega a ser por eso que los ejecutivos discográficos denominan piratería y que no es más que un efecto de la destrucción creadora de la que hablaba Schumpeter; la misma que se pone en marcha cuando la rigidez de las estructuras capitalistas resultan demasiado estrechas para contener la superabundancia de mercancía acumulada.
Pongamos que hay un sentido darwinista en las crisis del capitalismo, ahí donde la extinción de formas antiguas es consecuencia de la producción de nuevas formas. La industria musical ha sido el ejemplo. La Mala supo aprovechar la posibilidad que le brindó el claroscuro de la metamorfosis y, con ello, su música se escuchó en todo el mundo. Por eso, señalar las descargas en Internet como la epidemia que ha acabado con el antiguo modelo de industria musical, resulta una manera simplona de eludir la tesis de Schumpeter a partir de un texto tan fundamental como es el Manifiesto comunista.