Massa o Milei: Argentina contiene la respiración

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En 2016, el consultor político Jaime Durán Barba sugirió al entonces candidato presidencial, Mauricio Macri, sentar a un perro en la silla presidencial. Al can lo llamaron Balcarce y, después de ejecutar la hazaña, la difundieron ampliamente en redes sociales. El asesor predilecto de Macri explicó después que el perro le había dado más votos al candidato que cualquier discurso afinado sobre política económica. La historia se repite, pero no siempre al mismo nivel: hoy el candidato Milei ya consulta con su perro, al parecer fallecido, el programa político que necesita la Argentina. No dejaría de ser una anécdota, si no estuviésemos en la antesala de lo que podría ser la repetición evolucionada de experiencias dramáticas como las ya experimentadas, hace no tanto tiempo, en Estados Unidos y América Latina. 

La segunda vuelta electoral enfrenta este domingo al peronista Sergio Massa y al ultraderechista Javier Milei y definirá, para bien o para mal, los designios de la Argentina en los próximos años. Massa es un hombre del sistema, ministro del presidente saliente, Alberto Fernández, y señalado por la oposición como responsable de parte de los problemas económicos que enfrenta hoy el país. No representa a la izquierda, ni tampoco representa a la derecha, pero conecta con ese viejo peronismo hábil, forjado en relaciones sólidas con los sindicatos, vertebrador de políticas sociales y constructor de lo más parecido a un estado del bienestar que pueda haber hoy en el conjunto de la región. Pero Massa es hoy, ante todo, el último instrumento de defensa ante el ultraderechista Milei. 

Javier Milei, por su lado, es la antipolítica. Una construcción artificial, vacía de contenido en muchos aspectos, que algunos sectores ventajistas de la élite económica aspiran a rellenar con sus propios intereses. No es casual que la campaña electoral se haya visto atravesada por sus vaivenes discursivos constantes. Plantear la abolición de todos los subsidios del país y, a la vez, pretender combatir la pobreza; o proponer la supresión del banco central y, a la vez, pretender la estabilización de la economía. Da lo mismo, lo de menos parece ser el fondo de las propuestas: lo importante es llegar, porque la agenda se la dictarán después. La paradoja del momento es que el candidato que se autoproclama como líder anti-casta es el mejor producto de esta. 

Pero al personaje se le ha hecho largo el trayecto hasta la segunda vuelta. Su principal tropiezo tuvo que ver con los derechos humanos y el negacionismo de la dictadura. A pesar de que la derecha tradicional, agrupada en Juntos por el Cambio, lo apoya, amplios sectores moderados, entre los que se encuentra la Unión Cívica Radical del expresidente Alfonsín, han identificado a tiempo las limitaciones y peligros que representa el ultra. Milei es un fenómeno argentino, pero no exclusivo de Argentina. Brasil y el bolsonarismo están demasiado cerca en el tiempo y en el espacio. Más al norte, en Colombia, hace un año y medio, en la segunda vuelta que dio la victoria electoral a Gustavo Petro, vimos como contendiente a un adulto mayor, paradójicamente impulsado por redes sociales que él jamás manejó. Estaban repletas de mini discursos de menos de treinta segundos, con estructuras gramaticales de sujeto-verbo-predicado, orientadas a esbozar promesas imposibles y soluciones aparente fáciles a problemas históricos. Rodolfo Hernández no solo se desinfló tras su derrota, sino que desapareció por completo del panorama político como lo que era: un mero producto del marketing. Salvando todas las distancias de los personajes y de los contextos de ambos países, es fácil identificar semejanzas entre el ultra Milei y el anciano Hernández. No sería extraño que, si Massa se impone, su figura siguiese el mismo camino que la del colombiano. Ahora bien, también hay diferencias y no son menores. Argentina tendrá que revisar y reparar los efectos del huracán. El debate público lleva instalado durante demasiados meses en asuntos que se creían superados y que, sin embargo, se han abierto paso generando odio y extrema polarización en la sociedad.  

Las últimas encuestas muestran un escenario de división máxima, y casi equivalente, entro los dos bloques. Las encuestadoras han mantenido cautela sobre el resultado, posiblemente a modo de penitencia por el fracaso en los pronósticos de la primera vuelta. Uno de los pocos institutos que acertó entonces, Celag, ya advertía del techo de Javier Milei y hoy apunta a una ajustada victoria de Massa por la mínima, con una diferencia de un punto y medio entre ambos candidatos, que obliga a la prudencia.

La comunidad internacional mira con preocupación a la Argentina. Estados Unidos es partidario de evitar experimentos con resultados indeseados y lanzó señales de apoyo a Massa. Contrasta con la desorientación de algunos dirigentes de la derecha española y latinoamericana que, recientemente, apoyaron a Milei. Es comprensible que, en España, Santiago Abascal hiciese propio el inesperado resultado electoral de Milei en la primera vuelta. Pero el movimiento de Alberto Núñez Feijóo, por boca de Mariano Rajoy, apoyando al candidato ultra desde España, en lugar de a un candidato peronista de corte liberal como Massa, solo se puede entender en el marco de la confusión general en la que convive el líder de la derecha española.

Si Massa gana, las tareas son ingentes. La situación económica es extremadamente delicada y no es casual que Milei, con su batería de soluciones a la desesperada, haya encontrado arraigo en determinados sectores especialmente castigados. El discurso basado solamente en la defensa de las instituciones, del sistema o de la democracia es insuficiente. Parece urgente desplegar una agenda política que realmente preste atención y genere soluciones a los problemas de las amplias capas sociales castigadas por la crisis. Si no es así, el riesgo de reaparición de cualquier otro Milei de turno seguirá presente. El expresidente Raúl Alfonsín lo resumió en una frase: “con la democracia, se come, se cura y se educa”.