Memorias, derechos humanos y ciudadanías

Ariel Jerez Novara

Miembro de Podemos y profesor de Ciencias Políticas FCPS-UCM —

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Vivimos tiempos turbulentos, con profundas transformaciones políticas y culturales sobre las que parece que hemos perdido cualquier posibilidad de orientación democrática que habiliten nuevas ciudadanías, justas y sostenibles, en el siglo XXI.  

Hace casi una década constatamos una progresiva banalización de la democracia occidental, con un diagnóstico crítico probado empíricamente por Peter Mair sobre el espiral de declive democrático, articulado sobre la constante caída de afiliación partidista, participación electoral y consiguiente distanciamiento de la ciudadanía de la vida pública-política. Unos partidos crecientemente cartelizados, financiados crecientemente desde el Estado, que acuden a estrategias de márketing político y centralizan las decisiones en cúpulas cada vez más pequeñas, son fácilmente capturables por los poderes corporativos, por lo que dejan de responder a los intereses de los ciudadanos. Su diagnóstico sombrío era que en la Unión Europea estábamos gobernando el vacío político.

La crisis financiera de 2007 ha hecho emerger de manera progresiva una coyuntura de polarización, populista en la sugerente teorización de Ernesto Laclau, donde intereses y pasiones políticas buscan realinearse para impulsar nuevos horizontes de sentido. Hoy se articulan los fundamentalismos ideológicos que la globalización neoliberal ya había provocado, en el marco de las disputas geopolíticas sobre recursos e identidades, sobre todo en países del sur que vieron como la religión y las tensiones étnicas confrontaban el interior y exterior se sus sociedades. No obstante, el pulso reaccionario no es nuevo en occidente, hace ya muchos años que el Tea Party lo viene perfilando, como con su defensa de la enseñanza del creacionismo en las escuelas de algunos estados norteamericanos, como ahora Trump puede permitirse desde la Casa Blanca negar el cambio climático y promover la xenofobia institucional. Instaurada por pastores evangélicos ultraconservadores, vemos cómo avanzan nuevas doctrinas políticas con perspectivas retrógradas que abrazan la mirada religiosa, niegan la evolución y la propia ciencia, el pensamiento crítico del feminismo, el ecologismo, el pacifismo, y se instalan en nuevos relatos tendencialmente esencialistas y totalitarios. 

En España, a contracorriente posiblemente vacunada por su propia historia reciente, la repolitización postcrisis la activa un movimiento social de marcado sesgo juvenil como es el 15M, que en el medio plazo conseguía una progresiva renovación generacional que afectaría al conjunto del sistema político, donde todos los partidos verían rebajar en más de 20 años la edad media de sus liderazgos. No obstante, esta crisis de los cuerpos intermedios que vive el conjunto de las sociedades democráticas occidentales, en el contexto de la crisis abierta en Catalunya, no puede evitar la progresiva polarización identitaria, la dinámica de crispación de las esferas públicas impulsadas la posverdad y las fakes news de las nuevas dinámicas de medios convencionales, redes sociales y, cada vez más, logaritmos.

Hoy nos econtramos frente a un rearme identitario de la derecha, donde tras una década de trabajar la españolidad sin complejos (no olvidemos, ya lanzada por Aznar en esa segunda transición que preveía en 1994), de manipulatoria apropiación constitucional, se lanza a la reconquista de España. Hoy podemos ver como Partido Popular, Ciudadanos y, ahora también Vox, se abrigan en la bandera nacional tras apoyar gabinetes marcados por la corrupción y los recortes, vuelven a definir los valores del buen español y muestran claras dificultades para posicionarse sobre el pasado dictatorial y la vulneración de los derechos humanos. El pulso entre la razón instrumental y la razón crítica, que en el manejo autoritario del Estado confronta soberanía nacional y soberanía popular, parece volver a estar encima de la mesa política.

La razón critica de las ciencias sociales reclama atención a la complejidad de lo real, sabiendo que para ésta no valen soluciones simplificadoras, si no que las respuestas requieren gestionar siempre mayor complejidad. Que necesariamente se proyecta en el futuro, analizando críticamente un presente decidido en el pasado. Los problemas  de un mundo amenazado por el cambio climático, no van a solucionarse recuperando una España grande, de nuevo, volviendo a lo que fueron ensoñaciones para unos y pesadillas para otros, hasta hace menos de medio siglo.

En este confuso mundo, toca volver a filosofar. Lo que toca hacer grande de nuevo es la educación, la cultura y la ciudadanía críticas, para reorientar unas democracias amenazadas por la irracionalidad tradicionalista y protofascista. Como reclama la filósofa Marina Garcés, necesitamos una nueva ilustración radical, diseñar la diseminación del pensamiento crítico acumulado para impulsar una cultura para los derechos humanos y para la sostenibilidad ambiental, una constelación de valores dinamizada por los movimientos sociales democratizadores, desde donde debemos volver a pensar el logos, el ethos y el pathos en las actuales coordenadas civilizatorias amenazadas por la oscuridad de una nueva sin razón colonial. Volver a preguntarnos por lo verdadero/real, lo bueno/justo y lo bello/admirable, es vital en las coordenadas de lucha contra el cambio climático, donde la falta de acuerdos nos puede sumergir en los enfrentamientos fuera de cualquier control.

La coyuntura de crisis política que atravesamos difícilmente puede disimular los problemas acumulados en nuestras identidades democráticas, discursos cívicos y culturas políticas, mostrando que consensos que parecían estables y consolidados pueden conflictuarse y disiparse en contextos de tensión política.

Las políticas de memoria, pueden jugar en este sentido, la función de un gran programa de políticas públicas para la consolidación de una nueva cultura política abierta a la ciudadanías del siglo XXI. Con baterías diversas de iniciativas judiciales, sociales y culturales, se atienden los objetivos de Verdad, Memoria y Justicia, como parte sustantiva de los últimos desarrollos del Derecho Internacional y la llamada Justicia Transicional. Se busca activar perspectivas de normalización política-jurídica tras periodos dictatoriales marcados por la violencia, una suerte de aprendizajes para la no repetición, recomendados para atender las demandas de DDHH y de igualdad ante la justicia tanto por los sectores más avanzados de la sociedad civil transnacional como del propio entramado de Naciones Unidas y de la Unión Europea. Reafirmar esta perspectivas penalizadoras de las salidas democráticas, parece urgente ante derivas como las vividas en países como Brasil, Hungría o Polonia, donde se han empezado a cuestionar los ordenamientos constitucionales democráticos.

A lo largo de los últimos años se han intensificado los intercambios en espacios judiciales, políticos y culturales con la llegada de unas nuevas generaciones que demandan una adecuada atención institucional a la memoria histórica. Las ciencias sociales, el mundo universitario y especialmente los estudiantes como uno de los sectores más avanzados de las generaciones más jóvenes, son pilares fundamentales de la reflexión crítica y la mediación socio institucional para la elaboración de nuevos contenidos culturales y relatos sociales para una memoria democrática compartida. Un trabajo colectivo necesario para potenciar una cultura de los Derechos Humanos para la ciudadanía del siglo XXI, todavía una deuda pendiente de la normalización española en el contexto europeo.

No obstante, esta agenda sigue enfrentando en España estrategias de saturación mediática, de malestar cultural e intimidación ideológica puestas en marcha sin coste político ni judicial. Nuestro pasado traumático necesita una activa reelaboración intelectual y moral con nuevas propuestas políticas y culturales que abordamos en las jornadas Memorias, derechos humanos y ciudadanías. De la Transición al 15M, donde se debate con sus propios protagonistas del campo del asociacionismo, de los profesionales de la justicia, la cultura, la comunicación y las ciencias sociales.