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Miedo y asco a los millennials

Uno de los géneros predilectos del periodismo actual es la anatomía del millennial. Son textos arrogantes y antipáticos. Los reconocerás por su falta de matices y porque invariablemente los retratan como una tribu de YouTubers caprichosos y zombies incapaces de levantar la vista de un smartphone de última generación.

Frente a esa visión monolítica, hay expertos que ya cuestionan que millennial, término que se emplea para referirse a la generación nacida entre los años 1982 y 2000, sea una noción sociológica y demográfica acertada. Se trata, dicen, de una etiqueta demasiado genérica para una de las generaciones más diversas de la historia.

Para otros, la palabra millennial alude más a una mentalidad que a una generación. Philippe Von Borries, el CEO del medio de tendencias para mujeres Refinery29, dice que esta “ideología” se basa en tres pilares: individualismo, conectividad global y propósito.

Individualismo, porque reivindicamos nuestra singularidad. Conectividad, porque lo hacemos en conexión con otros y con mejores herramientas que nunca. Propósito, porque aunque individuos, queremos formar parte de algo más grande, ya sea un movimiento social como #BlackLivesMatter o la tribu de los Beliebers.

Personalmente, me llama la atención el contraste entre los matices de este planteamiento y el desprecio y el avinagramiento desde el que muchos medios de comunicación retratan lo millennial, signifique lo que signifique la palabra.

El sentimiento es mutuo

Mientras otros sectores de consumo como la música y la televisión han encontrado alternativas por las que los millennials estamos dispuestos a pagar (Spotify, Netflix, HBO), los medios todavía no hemos encontrado el formato rentable que les/nos seduzca.

Esto nos lleva a la siguiente paradoja: en un momento en el que necesitamos seducir a personas que han perdido el interés en los medios o que consideran prescindible nuestro trabajo, nos permitimos el lujo de ridiculizar sus formas expresión, banalizar su cultura o a criticar de forma condescendiente sus intereses e inquietudes, que consideramos de una pureza moral inferior.

Al mismo tiempo, codiciamos a esa audiencia de consumidores que ya sobrepasa a los babyboomers en número. Así, probamos Snapchat, Kik o cualquier red social y/o plataforma de distribución que nos permita “conectar” con los jóvenes millennials.

El poder de los nichos

Existe una alternativa. Pasa por tratar de comprender el poder que internet nos dado para construir nuevas identidades y comunidades de intereses. Muchas de ellas trascienden parámetros tradicionales (el género, la raza, la nacionalidad) o las áreas de interés clásicas (política, deportes, economía) que muchos medios todavía conservamos.

Es la nueva realidad que han asumido y que tan bien explotan Refinery29, Buzzfeed o Verne en España: la del servicio a los nichos. La paternidad, los YouTubers y los Snapchatters, los cachorros, los dueños de caracoles-mascota, los robots, los fans del maquillaje coreano, los derechos reproductivos, los pretzels, las identidades raciales, los brownies de chocolate, los hombres adultos que idolatran My Little Pony, el feminismo, Minecraft, los memes de Joe Biden comiendo un sándwiches… Da igual.

Cuando la corriente de interés se desplaza hacia una nueva obsesión, ellos son los primeros en fluir con la conversación. Es natural: en muchos casos, son un miembro más del ecosistema. Y por el camino, se han ganado ser relevantes, incluso necesarios, para las comunidades a las que sirven.

Do it, try it

Desconozco si los miembros de esta nueva psique global millennial nos interesamos más por los fenómenos concretos que por los grandes temas de antaño. Lo que sí sé es que la fragmentación en el acceso del contenido ha dejado obsoletos muchos de los antiguos hábitos y estructuras mediáticos, como las secciones convencionales o la necesidad de cubrir todo lo que pasa. Que me interesen los robots no significa que me importen todas las noticias de tecnología ni nunca leeré un artículo sobre un gadget de Apple.

En este sentido, veo acertada la lógica que emplean algunos medios como Quartz, que se han desembarazado de las viejas cajas en las que los periodistas solíamos clasificar el contenido y han puesto su energía en cubrir fenómenos en permanente evolución. En un mundo cuyos ciclos de interés cada vez cambian más deprisa, mutan con ellos.

Desde los medios, nos jugamos mucho en comprender y adaptarnos a las particularidades, los ritmos e intereses de la mentalidad millennial por una simple razón: encarna la cultura digital contemporánea. Y si no nos sale, como mínimo, podemos empezar por no despreciar a quienes la representan.

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Este artículo se publicó originalmente en Medium, el 7 de junio, antes del polémico artículo de Antonio Navalón en El País.