Dicen que cuando tienes que explicar lo dicho algo falla por el camino, pero quizá este axioma necesite una matización cuando nos referimos a los pocos caracteres permitidos por twitter. En la mañana del miércoles, justo en el espacio temporal entre el gimnasio y el comienzo de mi jornada, lancé al ciberespacio un texto de apenas 216 caracteres donde expresaba, irónicamente, mi desacuerdo con las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Aquellas que hacían referencia al estilo de vida de la inmigración en la ciudad.
Nunca suelo calcular el alcance que puede tener tan pocas letras. Minutos después tuve una avalancha de comentarios, llamadas y hasta advertencias. Amigos de todos los colores del espectro se preocupaban por mi futuro frente a la institución que dirijo, otros aplaudían “la valentía” que tuve al escribirlo, algunos trataban de explicar que lo dicho no tenía que ver conmigo y hasta escuché calificaciones de oportunista, algo que, en la opinión de un sector, borraba todo mi trabajo como científico y me colocaba en las cloacas. Todo ello me lleva a una reflexión que quiero compartir.
Sin haber tenido mucha oportunidad para elegirlo pertenezco a tres minorías: soy migrante, homosexual y científico. Debo admitir que, de las tres, la que más quebraderos de cabeza me ha dado ha sido la última. No podéis imaginar lo que se sufre intentando hacer ciencia. Cuando alguna de estas tres condiciones se ataca, aunque sea de soslayo, me afecta, me duele, me hace una herida. Lo mismo me ha ocurrido cuando, siguiendo la estela de todos los científicos españoles, he migrado desde Madrid a los Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido para incrementar mi formación; en esos lugares, cuando se atacaba a España, me afectaba, me dolía, me hacía una herida… siempre respondía. Siempre respondo.
Ser migrante es una condición que nunca se pierde. Llevo más de la mitad de mi vida en España, mi país, pero sigo sabiendo que nací en Cuba, mantengo el acento y vivo en perfecta armonía con mi pasado. España me dio la oportunidad de realizarme como persona y en España he podido, contra viento y marea, hacer ciencia. Mi estilo de vida no ha puesto en peligro nunca la integridad de otro ser humano. Trabajo para acabar con la metástasis, la sepsis y ahora, la COVID-19. He explicado cientos de veces la necesidad de usar la mascarilla, lavarse las manos y mantener la distancia social. Hasta he escrito un libro con otro científico, el doctor José Alcamí, para explicar esta pandemia y la necesidad de invertir en ciencia. No me puedo callar si escucho a alguien insinuar que mi estilo de vida es una de las causas del descontrol de la pandemia en la capital. Esto lo digo como persona, no es una declaración institucional, no hablo en nombre de nadie, soy yo quien escribe. Muchos han insistido que esas palabras no eran para mí. ¿Acaso vivir en el centro y no en el sur de la ciudad me hace menos migrante? Para quienes no acaban de entender el dolor os recomiendo hacer un ejercicio, sustituid la palabra inmigrante y poned algo que os defina: gallegos, extremeños o madrileños de tres generaciones, por citar tres ejemplos de personas que viven en la capital. Probablemente la connotación de la cita cambie drásticamente.
No es difícil imaginar que mi tuit haya sido usado por unos y otros para arrojar culpas cruzadas de mil evidencias. Ya es habitual que cada palabra salida de cualquier pantalla se coloree de azul, rojo, naranja, morado o verde. Es el momento de decir claro y alto que no tengo ningún uniforme. En la mañana del miércoles respondí a Isabel Díaz Ayuso pero, si navegáis, veréis mis controversias con el ministro de Ciencia, Pedro Duque, por su gestión de algo tan importante y tan poco valorado. Si el surfeo por las redes es intenso, encontraréis mi agradecimiento al Ayuntamiento de la ciudad de Madrid, en especial a la vicealcaldesa Begoña Villacís, por remover tierra y mar para financiar proyectos de investigación contra la COVID-19. Igualmente, en el pasado, critiqué al mismo Ejecutivo por ser contrario al proyecto de Madrid Central. Y así hasta el infinito y más. Una vez salí de la isla que me vio nacer con el firme propósito de no callarme, de ejercer mi libertad de defender una postura y aprender del sitio que me acoge. Hoy, 26 años después, tengo el gran placer de definirme como cubano de nacimiento, español de pasaporte y madrileño de corazón.