Ha pasado un año y aún recuerdo el primer jarro de agua fría que viví en la Asamblea de Madrid. He visto cientos de veces los discursos de la extrema (y no tan extrema) derecha en los medios y, aun así, escuchar en persona los discursos que criminalizan a la población migrante y que sirven de altavoz para generar odio en las calles, siempre supone un duro golpe para quienes creemos firmemente en la democracia y en la convivencia.
Soy hija y nieta de las migraciones y pertenezco a esa generación que ha vivido en su propia piel las redadas racistas, identificaciones por perfil étnico y el crecimiento de los discursos racistas y odio contra quienes representamos la diversidad, a pesar de haber crecido, socializado y politizado en las sociedades a las que llegaron nuestros padres y madres.
Ayuso no ha parado en los últimos meses de mostrar su racismo y usar la migración como arma arrojadiza contra el Gobierno. No ha dejado de mostrar sus incoherencias y sus contradicciones a la hora de referirse a la migración y no ha dejado de repetir que España debería seguir el ejemplo de Meloni y que las fronteras se deberían militarizar aún más, como pide Abascal. Si habla de niños migrantes, no duda en dar altavoz a bulos racistas, como sucedió en Alcalá de Henares, o de señalar a la “crisis migratoria” como el origen del colapso de los servicios sociales. La presidenta tapa así que el colapso de la atención primaria, la falta de plazas de FP y listas de espera en sanidad se deben a sus políticas de desmantelamiento de lo público.
Ayuso se ha vuelto experta en usar los bulos sobre la migración para tapar las desvergüenzas de su nefasta gestión (la Comunidad de Madrid se mantiene a la cola en el índice DEC, el índice que mide el desarrollo de los servicios sociales, elaborado por la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes en Servicios Sociales). La estrategia del PP es siempre la misma: divide y vencerás. Dividir a la población migrante entre buenos y malos, como si hubiera personas que merecen derechos y otras que no; concebir el acceso a derechos y distinguir a las personas según su procedencia y color de piel es siempre la línea de puntos que les une a la ultraderecha.
Si Ayuso se interesara por las personas migrantes, hubiera actualizado su ya caducado Plan de Inmigración (2019-2021) desde hace tres años; se preocuparía por el centro de primera acogida a menores de Hortaleza que tiene saturado tras haber triplicado el número de plazas; se preocuparía por la mayoría de las trabajadoras y educadoras sociales del centro que tiene de baja; se comprometería a acoger a los menores migrantes de Canarias que, tras haber recibido los fondos económicos del Gobierno, todavía no ha acogido a ninguno. O se preocuparía por no hacinar a niños y niñas en un polígono industrial a dos horas andando del hospital más cercano como en Fuenlabrada.
A Abascal y Ayuso les preocupa la migración y su respuesta es común frente a ella: militarizar aún más las fronteras, es decir, dar millones de euros a los empresarios de la industria del control migratorio para que muera más gente en ellas. Mientras unos nos quieren sin derechos para explotar aún más a los trabajadores y trabajadoras migrantes, otras defendemos que quien aquí reside pueda hacerlo con derechos laborales, económicos, culturales y sociales como lo que propone la ILP Regularización Ya.
La migración está en la esencia y naturaleza propias del ser humano. A quienes les preocupa la migración, les recordaría que el nombre original de Madrid es Magerit y que fue creada por musulmanes; les recordaría cómo los madrileños y españoles se exiliaron durante la Guerra Civil en América Latina; les podría recordar de dónde son sus jugadores de fútbol favoritos o los trabajadores que encuentra. Si Madrid es ciudad de acogida, lo es por el tejido social y cultural vecinal y por las redes de apoyo y cuidado migrante que son las que llenan de dignidad nuestros barrios y vecindarios.