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El mosaico español

Marc Lamuà Estañol

Diputado por Girona del PSC —

El eterno choque entre las dos Españas ya no tiene una grieta limpia que las separe. Ahora, ahogándonos en la liquidez de estos tiempos, lo que entra en confrontación es la España tradicional, nacional y católica contra la España plural, plurinacional y laica. Pero sus actores ya no se alinean como antaño. Cuando la fina pero firme línea separadora dejaba a izquierda y derecha a los antagonistas. No niego las consecuciones de la Transición, escribo sobre el relato cultural definido, por ejemplo, por Santos Juliá en Historias de las dos Españas.

De otra parte, ante una España que anda felizmente por el mundo con la careta de una situación que ya quedó atrás aún puesta, se anteponen unos espacios políticos y sociales en donde el velo ha caído y la nueva realidad política se impone. Fragmentación, realidades distintas. Que no dejan de ser sinónimos de diálogo y pacto. Conceptos nuevos en la democracia española. No por inexistentes hasta ahora, sino por la magnitud y protagonismo que deberán tomar. Ya no bastará con bajarse una tarde al Majestic. Esto es más serio.

Esta España de duras orejeras de cuero cree que esto serán dos días. Pensar que en época de crisis de representación política, volveremos a un fuerte bipartidismo, parece naif. Aplicación del ABC del pensamiento mágico, vamos. La crisis del año 2008 lo ha cambiado todo. Por su crudeza y algunos errores internos. Ahora debemos adaptar antiguas estructuras a realidades nuevas.

La “nueva política” nace con maximalismos, adanismo y algo de incompetencia en las instituciones. Pero allí esta. No parece que vaya a marcharse mañana ni pasado, así que el primer paso es quitarse las orejeras y admitir a los nuevos jugadores del espacio democrático. Y por ello empezar a exigirles lo que se demandaría a cualquiera que quiera ser actor político, cosa que todavía no se ha hecho mucho ni con la vehemencia necesaria. Porque mientras se les menosprecie podrán seguir berreando en su calidad de recién nacidos del hemiciclo.

Hay que reconocerle una gran oportunidad a esta redefinición de los espacios políticos. Y es que a menudo hemos asistido al ahogamiento de debates difíciles gracias a la facilidad de la gestión política en una cámara netamente bipartita. Ahora, en esta sobrevenida pluralidad parlamentaria es el momento de hablar de todo de manera abierta. Y sin complejos. O se debate. O esas realidades van imponiéndose donde los espacios políticos dejaron silencio.

España nunca ha sido homogénea, nunca ha sido una, ni por obligación caudillista. A lo largo de su historia vemos cómo uno de sus máximos problemas es el del acomodo de su pluralidad. Observamos también cómo ante la desesperación de la tarea hercúlea que representa articular lo que es diferente, se opta reiteradamente por la expeditiva solución de la unidad de España, con destino en lo universal o sin él.

La reclamación de dicha unidad es el mejor ejemplo de la admisión de la pluralidad española. Su reiteración ad nauseam lleva implícita la admisión de diversidad. La dificultad es tal que todos, a izquierda y derecha, en distintos momentos han dado su brazo a torcer en la gestión de la pluralidad.

Qué magnífico campo de juegos hemos dado con ello a los independentistas. La negación como fundamento de la escisión. La negación de un nacionalismo a otro es una vieja historia europea. Entender que España es un mosaico de teselas de distintos colores y formas es evidente para cualquiera que la mire. Para cualquiera menos para un tradicionalista español, de la nación única y católica.

En esta época de oportunidades tenemos una nueva situación que nos permite afrontar de nuevo el acomodo de la diversidad en el Estado. Las teselas están ahí, el mosaico espera a ser montado. La argamasa solo puede ser el diálogo, el pacto y la generosidad. La imagen resultante puede ser magnífica, una imagen formada por muchas partes, naciones, nacionalidades, regiones embriones de nuevas naciones. El miedo a albergar más de una nación en un Estado es de llevar orejeras para no ver el futuro. Porque hay una España torticera que evita su pluralidad en el engaño nacionalista del Estado-nación. Y es así como ya la ha dañado y como la puede llevar a un camino sin salida.

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