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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Movimientos tectónicos en Colombia

Sergio Pascual

Observador internacional en las últimas elecciones de Colombia y diputado de Podemos en el Congreso —

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En Colombia el sistema electoral para las elecciones presidenciales es de doble vuelta. El ballotage, somete a la necesidad de elegir entre sólo dos opciones a los electores y por primera vez en décadas en este país caribeño y andino al mismo tiempo, movimientos tectónicos de fondo han mostrado una Colombia distinta, que atisba un nuevo ciclo político acelerado sin el telón de fondo de la guerra.

Efectivamente, en esta segunda vuelta los colombianos y colombianas se enfrentaban por primera vez a una disputa que más que nominal, ha sido de modelo. El proceso de paz conducido por el presidente Santos, a pesar de la elevada contestación social encabezada por el uribismo y a pesar de que no le ha reportado en Colombia réditos de imagen (las últimas encuestas cifraban por encima del 75% los colombianos que valoraban mal o muy mal su gestión), ha cambiado el panorama electoral para siempre.

Por primera vez en su historia, algunos colombianos se plantearon no elegir un comandante en jefe para combatir a las FARC, sino un presidente para gestionar la salud, la educación, el futuro productivo y la matriz energética nacional.

Es en ese contexto que en la primera vuelta emergieron tres fuerzas con enorme penetración en el país. De un lado, con siete millones y medio de votos, el uribismo -la derecha securitaria-, que encarnado por Iván Duque -conocido hace un año únicamente por sentarse a la izquierda del expresidente en el Senado-, hacía una propuesta revisionista de los procesos de paz, un discurso neoconservador -la economía naranja- sobre el emprendimiento y aireaba una frontal oposición al candidato de la izquierda, Gustavo Petro, por la vía de agitar el fantasma del “castrochavismo”, un término acuñado en Colombia para invocar los peores terrores que evocarían los sistemas políticos de Cuba y Venezuela.

Este segundo candidato, Gustavo Petro, con cuatro millones ochocientos mil votos en la primera vuelta, habría centrado su discurso en la reforma del sistema sanitario -eliminando la intermediación financiera privada-, la universalización de la educación superior gratuita y la transformación energética e industrial del país, caminando hacia una suerte de capitalismo verde. Ante las acusaciones de tendencias estatistas, el candidato costeño y ex alcalde de Bogotá, respondía apostando por la democratización del acceso a los capitales, especialmente para el sector campesino y pequeño emprendedor.

Sorpresivamente, en una remontada inusitada, un tercer actor, Sergio Fajardo, estuvo a punto de dar la sorpresa y pasar a segunda vuelta con casi cuatro millones seiscientos mil votos el pasado 27 de mayo. El exgobernador de Antioquia -la segunda región en peso poblacional del país, una región con una acendrada identidad propia y una fuerte tradición empresarial- encabezaba una heterogénea coalición en la que se incluyeron sectores tradicionalmente en la izquierda, como el Polo Democrático Alternativo, y en particular el MOIR, dirigido por el reconocido senador Jorge Robledo, y por otro lado el Partido Verde, un partido que recoge adhesiones típicamente urbanas de centro y centro izquierda.

En este sector destacaba la candidata a Vicepresidencia -la “fórmula”- Claudia López, reconocida por haber impulsado y dirigido una campaña ciudadana por un referéndum de impulso de reformas legales anticorrupción, una demanda ampliamente extendida que finalmente dará lugar a una consulta el próximo mes de agosto.

La propuesta de Sergio Fajardo generó una dinámica de desborde en los últimos momentos de la primera vuelta, encarnando una posibilidad de cambio de época en la figura de un outsider que vendría a superar una polarización que los colombinos identificaban con el delfín de Uribe -Duque- y el exguerrillero del M19 -Petro-.

Sólo con este contexto es posible leer una segunda vuelta en la que la política de alianzas y la presión sobre los “fajardistas” ha ocupado buena parte del debate político. En los primeros compases de las dos semanas que separan primera y segunda vuelta, Duque, que partía con ventaja en las encuestas, se anotó un triunfo al lograr que Sergio Fajardo se decantara por una abstención que claramente le beneficiaba. Petro sólo logró reaccionar una semana más tarde, logrando que Claudia López y el histórico dirigente Verde, Antanas Mockus, le apoyaran explícitamente.

Los mensajes a los votantes de la Coalición Colombia de Fajardo se dividían y arrancaba una dura campaña por el potencial votante en blanco e indeciso. El resultado final el pasado domingo 17, arroja algunas conclusiones interesantes sobre el movimiento del voto fajardista y la idiosincrasia territorio-electoral colombiana.

Por un lado, el candidato de la derecha suma casi 2 millones ochocientos mil nuevos votos, de los cuales la mitad provienen del candidato derechista en liza en primera vuelta, el exvicepresidente de Santos Germán Vargas Lleras. Para identificar los casi millón y medio restantes es preciso bucear en la geografía colombiana, una geografía que arroja resultados extremadamente disímiles en función de las regiones. Especialmente llamativo es el caso de Antioquia, donde la distancia entre Duque y Petro es de 50 puntos y un millón trescientos mil votos.

En esta región el candidato uribista habría logrado medio millón de nuevos votos, cuatro cientos mil de los cuales (casi el 70%) vendrían de exvotantes de Sergio Fajardo que lejos de abstenerse -como pedía este- o de inclinarse por Petro -como pedía la candidata a vicepresidenta Claudia López- se habrían decantado por la opción más derechista. Es seguro que este fenómeno, en una región clave, donde aún resuena el mito de Pablo Escobar y donde fue Alcalde y Gobernador, antes que Presidente, Alvaro Uribe, será el foco de estudio para los próximos años. Si antes Bogotá ponía los Presidentes, hoy Antioquia es la región clave para tomar la casa de Nariño.

De otro lado tenemos a Gustavo Petro, con ocho millones de votos, tres millones doscientos mil nuevos votos más -y por tanto una mejor performance de campaña en segunda vuelta respecto a su contendiente- que habría logrado atraer a la mayoría de los votantes de Coalición Colombia en todo el país, excepto en las regiones fronterizas como Norte de Santander, donde el fantasma “castrochavista” es más eficaz y el exalcalde de Bogotá a duras penas alcanza el 18%, 60 puntos por debajo de Duque, así como en el eje cafetero, en particular Antioquia, donde también está 50 puntos abajo tal y como se ha dicho. Especialmente importante es la capacidad de captar el voto de la Coalición Colombia en Bogotá, donde Petro logra 900.000 nuevos votos, casi el 80% de éstos.

Sin embargo, el impulso de Bogotá y la ventaja de Petro en el Caribe no fueron suficiente para compensar el éxito de Duque en otras regiones muy pobladas como Cundinamarca -el equivalente en Colombia a la española Comunidad de Madrid sin contar la capital- donde Petro arrancaba con mucha desventaja -fue tercero en primera vuelta- con un 20% de los votos frente al 27% de Fajardo y el 40% de Duque- y a pesar de atraer parte del voto fajardista -más dividido aquí- acabó perdiendo por más de 18 puntos en un meritorio 39% de los votos, casi el doble de su resultado en primera vuelta.

¿Y el voto en blanco? El llamado de Sergio Fajardo claramente no funcionó, sólo un 4,2% de los colombianos, 800.000 votantes, optaron por votar en blanco, una cifra insuficiente para volcar los resultados, un dato que demuestra que, con una alta participación para Colombia -el 52%- los colombianos no iban a renunciar a pronunciarse sobre su destino.

Lo cierto es que el resultado abre un tiempo nuevo en Colombia, los colombianos y colombianas claramente han lanzado un mensaje de superación del conflicto, los inmensos apoyos de ambos candidatos requerirán generosidad y humildad en la gestión y las incógnitas para el futuro político del país buscarán ser rápidamente resueltas. A un escaso año vista de las elecciones municipales y regionales, ¿se reeditará la coalición Polo-Verde-Humana de la segunda vuelta? Si fuera así el centro izquierda estaría en disposición de hacerse con la mayoría de las regiones y principales capitales del país, con la excepción de la frontera venezolana y Antioquia. ¿buscará el nuevo Presidente sacudirse el espectro de su mentor Uribe y mirar al centro para ampliar apoyos y disminuir la talla -8 millones- de su nuevo y poderoso opositor dividiendo al centro cara a las elecciones territoriales?, ¿qué papel querrá jugar el centrista Fajardo?.

La consulta anticorrupción del 26 de agosto será un buen indicador del grado de compromiso con el cambio del nuevo Presidente, así como un buen medidor de las fuerzas de la oposición, ya que sin lugar a dudas esta consulta ubicará al uribismo -campeón de la corrupción- como adláter y al Presidente Duque en una situación incómoda respecto a su mentor.

Colombia no es un país cualquiera en América Latina, de los sismos en su cordillera se resiente el continente entero y en estas fechas arranca sin duda una nueva época de movimientos tectónicos en su siempre inquieto corazón político. Tocará estar muy atentos.