Mujeres con consumos problemáticos de drogas, también presentes el 8 de marzo

Embajadora Observadora Permanente de España ante la OEA y OPS —
2 de marzo de 2021 06:00 h

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Se acerca el 8 de marzo, fecha en la que recordamos las numerosas luchas presentes en la agenda feminista de la igualdad y la conquista por los derechos de las mujeres; la igualdad salarial y la mejora de las condiciones laborales, la paridad y la participación política, vivir libres de violencia de género y machistas, la corresponsabilidad en los cuidados, el reconocimiento de los derechos de la salud sexual y reproductiva… entre otras muchas reivindicaciones. Un día que nos impulsa a seguir trabajando por la igualdad de género y por que la defensa de derechos de las mujeres y niñas como parte de los derechos humanos, básicos e incuestionables sean reconocidos en todo el mundo. 

La propia existencia del quinto Objetivo de Desarrollo Sostenible pone de manifiesto que queda mucho por hacer en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, especialmente entre aquellas que se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad, y que son frecuentemente excluidas e invisibilizadas. En este sentido, pocas veces se dirige la mirada hacia las mujeres que tienen consumos problemáticos de drogas, o a las que padecen algún tipo de problema de salud mental. En todas estas situaciones, las cifras demuestran que existe un tabú, y numerosos problemas de estigmatización y de barreras de acceso a los tratamientos.  

Una espiral de exigencias y rechazo

Las mujeres con consumos problemáticos de sustancias o adicciones se enfrentan a un sinfín de barreras derivadas de los propios mandatos de género y de la estructura androcéntrica de la sociedad. Si añadimos a la ecuación el elemento de la maternidad, la situación se complica aún más. Es frecuente que las personas en esta situación se sientan sobrepasadas y se juzguen duramente, con pensamientos recurrentes sobre su falta de valía o su capacidad para afrontar los problemas. Además, en el caso de las mujeres, la sociedad las juzga más duramente que a los hombres que presentan consumos problemáticos de drogas, por lo que sufren una estigmatización añadida, vinculada a roles y estereotipos de género, relacionados con el deber de cuidar y el sostenimiento del trabajo doméstico. 

Los estudios, realizados por la sociedad civil y las instituciones vinculadas al ámbito de las adicciones, demuestran que en el origen de estos consumos problemáticos está en gran medida, precisamente, las exigencias a las que la sociedad patriarcal pretende someter a las mujeres. Responder estereotipadamente a las tareas de desarrollo profesional, del hogar y del cuidado de los hijos e hijas o personas mayores a su cargo. El síndrome de superwoman y la necesidad de demostrar que se es capaz de “controlarlo todo” en todos los ámbitos. Exigencias de éxito en el estudio y trabajo frente a los techos de cristal. Las violencias que sufren las mujeres, de género y sexual, entre otras. Requerimientos de condiciones de belleza normativa y vida social para ser considerada una mujer de éxito según los cánones sociales, y el propio coste de no encajar en los estereotipos o de no cumplir con las expectativas, son algunas de las causas que conducen a las mujeres a desarrollar consumos problemáticos. Y que en ocasiones también están vinculados a ideación suicida, tentativas, o suicidio, especialmente en mujeres jóvenes. 

Estas representaciones hegemónicas y desigualdades de género tienen dos grandes consecuencias: en primer lugar, las sustancias consumidas por las mujeres son distintas a las que consumen los hombres, ya que en ellas predominan los tranquilizantes, ansiolíticos y los derivados opiáceos, con un potencial adictivo considerable y que ocultan los problemas mencionados, que permanecen latentes, lo que cronifica el consumo. Como sociedad cabe hacerse la reflexión de cómo el sistema sobremedica a las mujeres por “dolencias” que tienen su raíz en problemas sociales derivados de la violencia, la sobrecarga de cuidados o de una construcción machista de lo cotidiano.

En segundo lugar, y aquí entra en juego el tabú, son muchas menos las mujeres que piden ayuda para afrontar un consumo problemático en comparación con los hombres. Menos aún las que inician el tratamiento, frenadas por la mayor penalización social que comporta el consumo en las mujeres, así como por las denominadas barreras de acceso, que aluden a la dificultad de las mujeres a acceder a los recursos asistenciales, ya sea por su obligación de cuidar a su entorno o porque esos mismos recursos están diseñados tomando como referencia al varón heterosexual; por lo que no se ajustan a las necesidades específicas de tratamiento de las mujeres, como tampoco de los colectivos LGTBI. De este modo, solo una de cada cuatro personas que inicia un tratamiento en adicciones es mujer. Además, el porcentaje de mujeres que lo abandonan es abrumadoramente mayor que el de los hombres.

Las respuestas desde la sociedad civil y las instituciones

La sociedad civil organizada en el sector de las adicciones en Iberoamérica lleva mucho tiempo señalando estos problemas y está dando importantes pasos por el cambio de paradigma, dentro de sus propios servicios y trabajando con las instituciones, especialmente el Ministerio de Sanidad, para avanzar en los cambios, pero sabemos que todavía queda mucho camino por recorrer. Este es uno de los retos al que se enfrentan las 35 entidades agrupadas en la Red Iberoamericana de ONG que Trabajan en Drogas y Adicciones, (RIOD) y que acompaño y apoyo en nombre de España en mi labor de  Embajadora Observadora Permanente ante la Organización de los Estados Americanos, a través de la puesta en valor de los valores de igualdad entre hombres y mujeres y de los cambios legislativos y sociales que hemos logrado en nuestro país en los últimos años; sabiendo que la acción siempre es más eficaz cuando se coopera entre instituciones y sociedad civil.

El estigma social hacia las mujeres con consumos problemáticos de drogas y las barreras de acceso al tratamiento las pone en un serio riesgo de exclusión social, con repercusiones económicas, sociales y psicológicas muy duras, que siguen en buena medida invisibilizadas. En la conmemoración del 8 de marzo, y para mantener el espíritu de cambio y avance que nos inspira cada año esta efeméride, debemos visibilizar esta situación que constata la diversidad de las mujeres y de las luchas a las que se enfrentan, y también la necesidad de continuar trabajando para mejorar su situación, desde todos los frentes, instituciones y sociedad civil.