Las mujeres cumplen un papel fundamental en las respuestas a crisis como la generada por la epidemia de Covid-19. Son las primeras en responder y las más expuestas a los efectos adversos de las situaciones de emergencia. Dedican más tiempo a las tareas de cuidado y están más expuestas en los centros de atención y de salud, donde hay más enfermeras que enfermeros. Es importante tener presente las mayores exigencias que recaen sobre las mujeres, para tomar las medidas más adecuadas.
En estos días de “cuarentena”, la carga de trabajo se multiplica para las mujeres. Están en casa con sus hijas e hijos, atendiendo las tareas de cuidado, atentas a las necesidades de los mayores, respondiendo a las exigencias del teletrabajo (en los casos afortunados de tenerlo) y manteniendo la calma y la entereza en medio de una situación de incertidumbre que afecta en lo humano, lo económico y lo emocional.
La reducción de las actividades económicas afecta particularmente a las mujeres en trabajos informales, pues pierden su sustento de vida diario de forma casi inmediata. También se ven gravemente afectadas quienes ejercen trabajo doméstico remunerado, que en muchas ocasiones es la única fuente de ingresos en sus hogares. Los impactos por la recesión, que ya se inició a nivel local y global, se están dejando notar más en sectores con alta generación de empleo femenino, como el comercio y el turismo, de manera que ellas sufrirán más el impacto del frenazo.
En contextos de confinamiento, las altas cargas de estrés y las “convivencias obligadas” aumentan el riesgo de violencia contra las mujeres. Las supervivientes pueden enfrentar obstáculos adicionales para huir de situaciones de violencia o para acceder a los servicios de atención o auxilio. La actual emergencia afecta de manera severa a las migrantes, refugiadas o desplazadas –que ya se encontraban en situación precaria– y que ahora están más expuestas a riesgos de trata con fines de explotación sexual, a una mayor discriminación, a más xenofobia y más violencia.
Por todo esto, es importante prestar atención y prever las respuestas que se deben ofrecer para neutralizar a tiempo los efectos para las mujeres de esta crisis. Recurrir a los principios básicos de gestión y respuesta a crisis sensibles al género es lo recomendado. Considerar que las mujeres son imprescindibles en la lucha contra esta epidemia, tanto porque son las primeras en la línea de respuesta como por los impactos desproporcionados que la crisis tiene sobre ellas; que es fundamental mantener activos los servicios de atención de salud sexual y reproductiva; que es necesario generar respuestas, líneas de crédito y mecanismos de apoyo para asegurar su resiliencia; que es crucial establecer medidas de compensación para las trabajadoras informales; que es crítico mantener en funcionamiento los mecanismos de respuesta y reforzar las redes y protocolos existentes; que es indispensable brindar servicios de atención a mujeres víctimas y supervivientes de violencia y desarrollar modalidades que faciliten su acceso. En definitiva, garantizar los derechos de las mujeres y atender sus necesidades debe ser una prioridad para los gobiernos.
El momento requiere un enorme esfuerzo para resistir, pero también supone una oportunidad para cambiar patrones de comportamiento, y las formas de ejercer el poder y de distribuir los recursos. Tenemos la oportunidad de escribir una nueva historia en la que la solidaridad, la dignidad y la igualdad dejen de ser la excepción para pasar a ser la norma.