Al igual que el 15M la juventud española se negó a pagar las consecuencias de la crisis económica de entonces, ante la actual crisis climática, las mujeres debemos ahora ser las primeras en alzar la voz y liderar la lucha contra esta terrible emergencia, porque sus consecuencias afectarán, sobre todo, a las mujeres. Es un hecho que ocho de cada diez personas desplazadas por la sequía, la escasez de recursos, las inundaciones e incendios relacionados con el fin de la estabilidad climática, son mujeres. Somos siempre el eslabón más débil y el que más sufre ante este tipo de consecuencias, y esto no es casualidad: se llama patriarcado. Somos las que tradicionalmente no decidimos, y sin embargo gestionamos los cuidados en los núcleos familiares, y eso nos hace especialmente partícipes y afectadas en las situaciones de emergencia (nada más hay que ver quién se pone al cargo de las familias y quien las recompone ante la situación traumática que supone un desahucio). El patriarcado nos asigna el rol de cuidadoras y siempre nos expone en primera línea porque aunque al machismo tradicionalmente se le olvida nuestra capacidad de agencia, el machismo siempre depende de nosotras para las pequeñas cosas, que no son tan pequeñas, porque sustentan la vida.
Pero precisamente porque el patriarcado tradicionalmente nos arrincona y sólo nos permite actuar en esos espacios (la familia, el barrio) negando nuestra capacidad de agencia en los ámbitos sociales y políticos en general, precisamente por eso, las mujeres migrantes son tan vulnerables. Desarraigadas y habiendo perdido esos espacios de confianza y protección, quedan expuestas a la diana de la desigualdad. Una mujer desplazada es una mujer sin derechos suficientes para enfrentarse a situaciones donde todavía se nos expone a diversas violencias. La trata, la esclavitud en el campo o la esclavitud doméstica (sí, no tener libertad ni papeles para elegir tu trabajo o negociar sus condiciones te somete a algo muy parecido a la esclavitud).
Sin embargo, no son sólo las mujeres desplazadas las que más sufren las consecuencias de la emergencia climática. La pobreza energética afecta más a las mujeres, que somos de partida más pobres que los hombres: con peores trabajos y peor pagados. Además, la emergencia climática tiene efectos indirectos, pues la carestía que resulta de esta crisis tiende a provocar tensiones que se traducen en un incremento de la violencia machista. Y si tenemos en cuenta que las mujeres tenemos una mayor carga de trabajo no remunerado, y este tipo de trabajo aumenta en situaciones de crisis, esto se traduce en menos tiempo para que niñas y mujeres puedan emplearlo en su educación o en sus carreras.
Esta situación de crisis climática se debe a decisiones políticas que se han tomado en los últimos setenta años y de las que, mayoritariamente, las mujeres no hemos sido parte. Así que, de la misma manera que los jóvenes por este motivo dicen que no quieren pagar la crisis que provocó otra generación, tampoco las mujeres queremos pagar vuestra crisis. Debemos garantizar la igualdad real, no sólo para dejar de ser ese eslabón débil que sufre, sino para participar en las decisiones que debemos tomar con urgencia para cambiar el rumbo. Y atención: claro que el hecho de ser mujer no te da el poder de la infalibilidad, pero haber estado tradicionalmente en primera línea sufriendo las consecuencias de todas las crisis y arreglando las cosas concretas que sustentan la vida en el día a día, te da una perspectiva diferente. Más realista, más con los pies en la tierra. A eso nos referimos las ecofeministas cuando hablamos de que hace falta una perspectiva menos masculina de la política. No se trata de un gen que tenemos, se trata de nuestra experiencia. Por eso queremos garantizar la igualdad y acabar con el machismo en la sociedad, para tomar juntos y juntas mejores decisiones. Por eso decimos que el feminismo nos convierte en un mejor pueblo. Y se nos acaba el tiempo.