Mujeres

Pienso en Berta Cáceres, abatida por defender el medio ambiente y enfrentarse a los poderosos en Honduras; pienso en las madres colombianas de Soacha que denuncian el asesinato de sus hijos y se han levantado frente a la milicia y la perversidad. En la luz que desprende Rigoberta Menchú. Pienso en las madres y mujeres contra la droga de Galicia, en Carmen Avendaño y en Carmen Duran, bastiones básicos para acabar con el narco gallego; pienso en Ascensión Mendieta y en las hijas que han buscado con miedo y tenacidad a sus familiares desaparecidos en la guerra y en la represión franquista. En Maria Bueno, luchadora por la memoria y la justicia de los niños robados. Pienso en Ana María Pérez del Campo y su batalla por amparar a las mujeres maltratadas. Pienso en mujeres como Lidia Falcón o como Cristina Almeida que han avanzado desde sus posiciones en la batalla por la dignidad. Pienso en las mujeres que sufren agresiones sexuales, verbales, físicas, de hombres cobardes que se esconden tras los golpes, los gritos y su mal entendida masculinidad y pienso en cómo nuestros deficientes poderes públicos las revictimizan, sin ser capaces de ponerse de una vez por todas las gafas violetas.

Pienso en muchas más mujeres, invisibilizadas a lo largo de la historia y cuyos nombres deberían haber llenado páginas y páginas de los libros de texto y los periódicos.

Y pienso en tantas mujeres que he conocido y me han dejado huella por su valor y fortaleza frente a la adversidad. Las abuelas y madres de la Plaza de mayo en Argentina; indigenas valientes de Colombia, de Bolivía, de Guatemala o de Paraguay. Fantásticas mujeres en mi profesión, juezas, fiscales, abogadas, letradas de la Administración de Justicia, funcionarias, policías, guardias civiles… trabajando por la justicia en un mundo muy hostil confeccionado a la hechura de los hombres. Y muchas más: pienso en periodistas valientes, en doctoras, en enfermeras, en monjas que atienden a los mas necesitados. En mujeres de muchos oficios o sin oficio, capaces de aguantar y sacar adelante a los suyos solas o a pesar de los otros. Pienso en quienes intentan salir de la prostitución donde solo son tratadas como mercancías. Pienso en las abuelas que sostienen a sus familias. Pienso en las jóvenes y niñas que ya luchan contra la insensibilidad de muchos.

Pienso en mi madre.

En esta regresión que sufrimos en pleno siglo XXI hacia momentos que creímos olvidados, retornemos de nuevo a la calle a gritar por todas las mujeres y sobre todo por aquellas que no pueden alzar la voz.

Y pienso en todo lo que no hemos hecho los hombres.

Apunto aquí las palabras certeras de Clara Campoamor: “Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”.

Quiero un mundo en el que todos los días sean 8 de marzo y en el que los hombres seamos mujeres para comprender el sufrimiento de quienes siempre han sido menospreciadas o ninguneadas por el hecho de ser mujer.

Quiero y necesito creer que este cambio es posible además de necesario. Porque de lo contrario nos degradaremos, los hombres, al estrato más bajo del género humano. Siglos y siglos de discriminación deben acabar ya. No basta con conquistar derechos, hay que hacerlos efectivos, y en para ello debemos unir nuestras fuerzas y gritar que ello es posible y que no nos van a detener en este desafío. Dejémonos guiar por las mujeres que han luchado por todas y por todos, para hacer un mundo más justo.

Hoy, las avenidas deben llenarse de miles, de millones de voces limpias, como límpidas son las gargantas de las mujeres que gritarán: ¡respeto, no discriminación e igualdad real!: ¡paremos para cambiarlo todo!

Así debe ser.