¿Se necesitan nuevas “normas” en el sistema internacional?

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Desde hace años, países como China o Rusia vienen insistiendo en que el sistema internacional necesita de nuevas “normas” o reglas del juego para hacerlo multipolar. Para China, estas normas ya están contenidas en la Carta Fundacional de la ONU, y se trata de cumplirlas, aunque su concepto de democracia y derechos humanos no sea nada convencional. Su discurso está muy centrado en la defensa de la ONU como eje central de un mundo en que ha de predominar la multilateralidad. Prioriza los derechos de segunda generación, los económicos y sociales, sobre los de la primera generación, los referidos a las libertades individuales, que literalmente quedan suprimidos. Para la Rusia de Putin, en cambio, las normas hay que cambiarlas totalmente debido a que existe una crisis sistémica, pues entiende que hay una degradación de las instituciones mundiales, los principios de seguridad colectiva están erosionados, el derecho internacional ha queda sustituido por unas normas impuestas por el modelo liberal de democracia occidental, con una “reglas” inciertas, coloniales y con espíritu de “cancelación”, que niegan la soberanía de los países y pueblos, su identidad y singularidad, restringen y bloquean el libre desarrollo de otras civilizaciones y el respeto de los modos y costumbres de los pueblos. Eso lo dice mientras invade Ucrania.

¿Qué opinan sobre esta cuestión de las “normas”, algunos de los candidatos permanentes a tener una silla en una hipotética ampliación de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que actualmente son cinco? En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, en septiembre pasado, el representante de la India manifestó que se necesita una nueva arquitectura global, en respuesta a las nuevas herramientas tecnológicas que se están desplegando contra sociedades abiertas, diversas y pluralistas. Declaró que la reforma del Consejo de Seguridad era necesaria porque actualmente es “anacrónico e ineficaz”. Lo describió como profundamente injusto, negando a continentes y regiones enteras una voz en un foro que delibera sobre su futuro. El representante de Sudáfrica también manifestó que era inaceptable que, 77 años después de su creación, cinco naciones ejerzan un poder de decisión desproporcionado en el sistema de las Naciones Unidas en su conjunto y pidió la revitalización de la Asamblea General y la reforma del Consejo de Seguridad. La representante de Indonesia condenó una arquitectura regional de posguerra construida siguiendo las líneas de grupos unilaterales que se involucran en guerras de poder entre las principales potencias, y afirmó que “nos negamos a ser un peón en una nueva guerra fría”. El representante de México atribuyó la parálisis del Consejo de Seguridad al abuso del llamado derecho de veto por parte de algunos de sus miembros permanentes. El primer ministro del Japón subrayó que la Organización no solo debe existir en beneficio de las grandes potencias, sino de toda la comunidad internacional, incluidas las voces que a menudo no se escuchan, pero que son igualmente legítimas. El canciller de Alemania hizo hincapié en la necesidad de adaptar las normas e instituciones internacionales a la realidad del siglo XXI. Durante muchos años, Alemania se ha comprometido a reformar y ampliar el Consejo de Seguridad para incluir a los países del sur global.

¿Qué dice sobre todo ello la Carta Fundacional de las Naciones Unidas? Aunque de forma muy breve, en ella quedan reflejados algunos pocos aspectos centrales del “orden” normativo creado tras la Segunda Guerra Mundial. El problema es que es muy limitado, por lo que habrá que complementarlos con otros tratados y pactos. Es muy relevante y motivo de preocupación, ya que ni siquiera se guardan las apariencias, que China no haya ratificado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que Estados Unidos tampoco lo haya hecho con el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ni tampoco con la Convención para la Eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres. ¿Cómo convenir unas normas internacionales para un supuesto “nuevo orden multipolar”, si China y Estados Unidos todavía no han sido capaces de ratificar estos pactos?

Tanto la OTAN como Estados Unidos, en sus documentos de referencia estratégica, simplifican la cuestión mediante un supuesto enfrentamiento entre democracias y autocracias, un planteamiento demasiado pueril, pues en verdad existen muy pocas democracias plenas y, en cambio, multitud de supuestas democracias que, en realidad, de democracia no tienen más que el adjetivo formal. Al mismo tiempo, hay unas pocas autocracias con gobiernos que se preocupan por el bienestar de sus poblaciones, aunque les nieguen las libertades individuales, y muchas más en las cuales los gobiernos no prestan la más mínima atención a las necesidades básicas de su población, que quedan desamparadas y abandonadas a su suerte. Así, pues, debemos admitir que existe una cierta complejidad en las clasificaciones y definiciones de las sociedades.

Según la Carta Fundacional, la esencia de la creación de Naciones Unidas es convenir a unas reglas basadas en el ajuste pacífico de las controversias, suprimir actos de agresión, abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza, respetar el derecho internacional y el principio de la igualdad de derechos, cooperar para solucionar los problemas internacionales, respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, y buscar soluciones mediante la negociación, la mediación y otros medios pacíficos. No es mucho, pero suficiente para empezar a construir un edificio sólido. El problema es que, casi ocho décadas después de firmarse estas bases de entendimiento, ninguno de estos principios se cumple de forma generalizada, incluyendo a quienes tienen más responsabilidad, por tener derecho de veto al ser miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Queda pendiente, por todo ello, detallar cómo deberían ser los principios rectores de un sistema de gobernanza global adaptado a los retos del siglo XXI.

En el camino de consensuar unas normas y reglas del juego en las relaciones internacionales, China está muy aventajada respecto a otras grandes y medianas potencias, pues en las dos últimas décadas ha ido perfeccionando y difundiendo un discurso realmente seductor, con el claro propósito de llevar las aguas a su molino. Expongo algunos de estos términos: respeto y beneficio mutuo, igualdad de trato, consenso, inclusión, coexistencia pacífica, superación de la mentalidad de bloques, oposición a las hegemonías y esferas de influencia, no al expansionismo, igualdad entre las civilizaciones, no injerencia en los asuntos internos, respeto a la integridad territorial, política de no agresión, diálogo y negociación, seguridad común e integral, multipolaridad, no al proteccionismo, cadenas de valor mutuamente beneficiosas, futuro compartido, o comunidad de destino común. Es evidente que muchas de estas propuestas deberán formar parte de una agenda común, de las nuevas normas a las que me refiero, pero la cuestión es cómo redactarlas, de modo que sean lo suficientemente claras para no generar ambigüedades y no ser en realidad caballos de Troya, sino todo lo contrario, esto es, formas de penetración a escala global, aunque sea mediante “estrategias blandas”.

Estas preocupaciones que he estado apuntando no pueden ser solo normativas. Los estados podrían consensuar y firmar unas normas, pero para no cumplirlas, como se ha hecho hasta ahora. Entre 1990 y 2021, los cinco países que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y que, según la Carta Fundacional de la ONU, deben velar por la paz y la seguridad internacional, realizaron nada menos que 118 operaciones militares en el exterior. Es muy difícil, para no decir imposible, pensar que, por firmar un nuevo pacto sobre las reglas del juego, van a dejar de realizar este tipo de injerencias. Lo que realmente importa es ver cómo la opinión pública de estos y otros países, puede llegar a tener la capacidad de entender el alcance y consecuencias de estas acciones e intromisiones, y presionar a sus gobiernos para que se comporten de otra manera, y esta nueva forma de relacionarse sea con respeto y para cooperar, no para competir, y menos de forma militar. Que ahora no sea más que un deseo, no quiere decir que no se deba avanzar en esta dirección. Establecer los pasos a seguir para este proceso de futuribles, de forma realista, pero ambiciosa al mismo tiempo, puede ser un buen comienzo, pero para ello habrá que hacer propuestas concretas y someterlas a debate. Creo que es necesario y urgente.