Los niños de Gaza
Los medios de comunicación que han mostrado a la Humanidad las guerras a lo largo de la historia han marcado decisivamente su desarrollo siempre. El nazismo hitleriano fue advertido por periodistas en las primeras décadas del siglo XX, y había reporteros que ni más ni menos en 1937 ya advertían del peligro de lo que estaba sucediendo en Alemania, como William Shirer o Robert Ezra Park. Estos periodistas veían que lo que se estaba destruyendo en Alemania en las primeras “reuniones de animación” del partido nazi en Núremberg era algo más que la corrección política: era la pérdida del sentido profundo de empatía con los demás en la sociedad alemana del momento, y el surgimiento de un completo nihilismo y crueldad brutal, exaltados y ocultos tras el nacionalismo, la cuasi-religión política y la supuesta defensa ante un agresor inexistente.
Años más tarde, en las guerras de Vietnam y Camboya, los periodistas de televisión y los investigadores documentaban la misma pérdida de sensibilidad social hacia las víctimas de la guerra confrontando a la población mundial, a las audiencias de televisión, con imágenes de ejecuciones y fusilamientos, así como de niños afectados por las bombas de napalm que el ejército estadounidense dejaba caer sobre poblaciones civiles. El trabajo de fotoperiodistas como Eddie Adams o Nick Ut, de la Agencia Associated Press, durante la década de los 70, cambió aquella guerra y promovió el sentimiento de rechazo que terminó por causar la retirada de Estados Unidos del conflicto. Por ello, a partir de Vietnam los ejércitos en guerra establecieron censuras estrictas a los reporteros a la hora de cubrir los conflictos y los crímenes asociados a ellos.
Hoy nos enfrentamos a la explosión bélica de Israel contra Palestina y lo hacemos mediante nuevos medios. La población mundial busca y encuentra en las redes sociales imágenes, vídeos y documentos que muestran con una fiabilidad nunca antes posible la verdad de esta agresión absoluta, desmedida, de la que los expertos de la ONU como Martin Griffiths, con conocimiento directo, ya afirman que es “una carnicería completa”, una de las peores de los últimos cincuenta años: “Lo peor que he visto y no lo digo a la ligera, comencé a los veinte años con los Jemeres Rojos…”.
¿Por qué Gaza revuelve las conciencias del mundo global y despierta tal oleada de rechazo en comunidades alejadas de todo el planeta? Sin duda las redes sociales y las nuevas capacidades de comunicación que representan tienen mucha parte de responsabilidad en la extensión y el cambio de actitud en la opinión pública masiva internacional, a pesar de las increíbles presiones en los líderes y organizaciones intergubernamentales por parte de la maquinaria de propaganda sionista. En general los medios de comunicación están siguiendo la enérgica fuerza de las redes sociales a la hora de testimoniar y documentar lo que realmente está ocurriendo en Gaza y Cisjordania. Ahora cualquier palestino con un móvil en la mano, disponible a pesar del brutal asedio a la Franja, puede grabar y difundir al mundo las imágenes de los niños de Gaza muertos y malheridos, mutilados o aterrorizados, imágenes que no se pueden poner en duda y que son el nuevo lenguaje de denuncia de la guerra.
A través de redes sociales como TikTok o X (antes Twitter), que se redimen en parte gracias a esta función sobrevenida, se denuncian las torturas de la población palestina y las masacres familiares en escuelas, hospitales y casas particulares. Hay una verdad profunda en las historias que llegan a través de TikTok, en los relatos, las declaraciones y los videos preparados con los que la población solidaria denuncia y difunde lo que está ocurriendo en Gaza. Esa verdad ya no está conducida profesionalmente, y a menudo por ello resulta más intensa y real. La verdad se abre paso en el mundo de la Inteligencia Artificial, las 'fake news' y las consignas mediáticas o diplomáticas, en el nuevo lenguaje de imágenes que todos sabemos grabar, captar y difundir a nuestras redes. Para esto y para no otra cosa hemos aprendido a utilizarlas.
Pero aún hay algo más en este temible episodio internacional que conmueve los cimientos mismos de la Humanidad, y que traspasa los canales y las barreras establecidas por la censura, la manipulación o la ideologización en los países occidentales. Y es que en Gaza están muriendo y sufriendo una cantidad nunca vista de miles y miles de niños. Niños que están siendo masacrados contraviniendo las disposiciones internacionales de defensa de la infancia establecidas por todos los organismos mundiales. El número de niños mutilados, fallecidos, masacrados psicológicamente en Gaza es mayor que el de todas las guerras del año 2022, según la organización SaveTheChildren.
¿Por qué es inaceptable y qué consecuencias tiene esta tragedia de la infancia en Gaza? La infancia es el periodo más sagrado de la vida humana. Es el momento en el que los seres humanos vivimos, como decía Gastón Bachelard, en un cosmos profundo, en el que conectamos con la vida a través de un estado de ensueño solitario. El niño es el ser que vive bajo el signo de la maravilla, decía este autor. Es quien siente y realiza el asombro de ser. Los niños no solamente son sagrados por ser tiernos o desprotegidos: cada niño es un recipiente de lo más sagrado de nuestra humanidad. El niño no solamente es. Es una puerta también a nuestra propia alma. Y ello es así porque cada niño está unido a nuestra propia vida de una manera única.
Decía Eric Berne que el niño es el emperador de la vida. Esta frase significa no solamente que toda la humanidad se construye y rodea al niño como su eje crucial de sentido. Significa también que el niño es la forma en que el ser humano conecta con el futuro: cuando nos rodeamos de niños nos comunicamos directamente con la energía, con la capacidad de crecer, con la capacidad de vivir y de renacer que ellos encarnan: la suya es nuestra propia alma. Cada infancia me enriquece, me alimenta de futuro.
Los niños hermanan nuestra alma de tal manera que podemos sentirnos vivos con ellos. Da igual la edad que tengamos, somos niños por la mediación de los niños del mundo. Nuestras almas, dice Bachelard, sólo viven en la forma común que se encarna en el niño: el niño es nuestra verdad y nuestro futuro literal, y de la capacidad que tengamos de ser niños con él, depende nuestra pervivencia como especie en todos los sentidos. El trabajo de toda nuestra vida es rendir justicia al niño, al que fuimos nosotros y al que hoy nace: sólo sentimos a través del niño, sólo somos verdad como niños, y ellos son los mensajeros del destino de nuestra propia alma. Son la única forma de acceder a nuestra propia esperanza.
Romper el sueño de un niño es el ataque más brutal a la Humanidad que pueda existir, porque trunca el sueño de la Humanidad, como destino persistente, como verdadero sentido de la especie. Cada niño que cae en Gaza mata con él nuestra alma, nuestra esperanza real, nuestra verdad como seres vivos. Morimos con cada niño que llora o tiembla en Gaza, pero no figuradamente: se engañan los israelíes que piensan que esta masacre no tiene efectos sobre ellos mismos. Uno por uno, los niños de Palestina se llevan el futuro de Israel con ellos.
Vulnerar a la infancia es acabar con la propia vida de la que dependemos para seguir existiendo. Sin los niños, sin los otros niños, no podemos cerrar el ciclo de amor y reconocimiento que es verdaderamente la existencia. La infancia es la patria de todos, pero es más aún: es nuestro hogar, la casa de nuestro verdadero ser genérico como humanos. Querer poseer un territorio, ponerle nombre a una tierra matando niños, es la forma más brutal y estúpida de acabar con la propia posibilidad de tener un alma como comunidad, y un futuro como país.
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