A mediados de julio, un día de calor del infierno, recibí un correo invitándome a escribir un capítulo de un libro relacionado con una de mis líneas de investigación. Decliné educadamente la invitación, y lo hice diciendo la verdad: la vida no me da para más.
A medida que uno se va haciendo mayor, los encargos crecen, pero las fuerzas menguan, en una suerte de ley inversamente proporcional entre demanda y capacidad de atenderla. Sepan los jóvenes que, al igual que ahora se dedican a sembrar, con el tiempo tendrán que aprender a podar. De hecho, cuando aprendes a decir que no, lo importante comienza a tener sitio en tu vida. Pocas veces me he arrepentido por decir un 'no' sopesado y bastantes por decir un 'sí' apresurado. Como dijo Pitágoras, las palabras más antiguas y cortas, 'sí' y 'no', son las que requieren más reflexión.
Les cuento esto como anticipo para hablarles de un artículo que he leído recientemente en la revista Nature, titulado: “Por qué cuatro científicas se pasaron un año diciendo no”. El artículo lo firman esas cuatro científicas y en él cuentan su experiencia durante el año en que se propusieron rechazar colectivamente un centenar de peticiones relacionadas con su actividad académica. Lo más interesante son los consejos que dan sobre cómo abordar ese saludable ejercicio de usar más a menudo la negación.
Nos sugieren que hagamos un seguimiento de los síes y noes, y de cómo invertimos nuestro tiempo a diario. Ahora entiendo a una amiga, colega de mi universidad, que anota en una hoja de cálculo las horas y hasta los minutos que dedica a cada una de sus actividades universitarias. No sé si también anota el tiempo que le lleva gestionar esa hoja de Excel, que no ha de ser poco.
Otro consejo es no rechazar solo los encargos menores, sino también los más gordos, que son los que nos consumen casi todo el tiempo y la energía. Y los noes han de serlo sin paliativos, evitando las medias tintas, que acaban siendo síes al final.
Finalmente, consideran que decir 'no' es más un trabajo emocional que de control de tiempos, por decirlo a mi manera. En definitiva, negarnos a escribir el capítulo de un libro es muy diferente a decir que no podemos servir un pedido de hielo por no tener el producto en almacén o no poder fabricarlo a tiempo. En aquel caso se trata de entender que no debemos cargarnos con deudas que no acaban siendo nuestras mientras no digamos que sí.
Las emociones son también muy importantes a la hora de comunicar el 'no', y así minimizar los daños colaterales. Decir que sí es fácil, ya que en general no te piden explicaciones por aceptar y además se alegran. El problema es decir que no, donde ni las explicaciones más claras y razonables suelen ser suficientes. Al final, para todo hay que tener arte en la vida, y esto me recuerda uno de los dibujos de Castelao, en el que un mendigo que pedía en una casa se llevó el 'no' con más retranca de la historia: “otros vinieron y no llevaron nada”, respondió la mujer a quien el mendigo pedía; para continuar: “y bien sabe Dios que no se puede dar a todos”.
Además, aceptar sin más lo que se nos propone no solo es malo para nosotros sino para todos. La razón es que hace que los proponentes se vengan arriba, y continuemos pariendo proyectos sin fin. Por ser breve, y también por deformación profesional, lo enunciaré como teorema y corolario del mismo:
Teorema: A medida que aumenta la proporción de síes frente a noes, aumenta el número de cosas inútiles que todos hacemos.
Corolario: Digamos más veces que no y no solo nos haremos un favor a nosotros mismos sino a la humanidad.
Posdata: espero que no lean este artículo quienes vayan a recibir peticiones mías en el futuro.