Madrid se configura como una batalla interna por la refundación de la derecha trumpista, pero también en el populismo de izquierdas nacido de Podemos y, como consecuencia de ello, como un ensayo de primera vuelta de las próximas elecciones generales.
Porque así como la pandemia se ha hecho con el tiempo de nuestras vidas, la pandemia populista se ha hecho con el tiempo político, hasta el punto de convertir el fin del Gobierno y los medios de las elecciones en un revoltijo confuso, en el que las convocatorias electorales sirven de estaciones intermedias para pulsar o dirimir las relaciones de fuerzas en el propio espacio político, tanto o más que frente al adversario. Una campaña electoral permanente en olas sucesivas y con diversas variantes, al modo de la evolución actual de la pandemia.
Buena muestra de ello han sido las recientes elecciones catalanas en las que se dirimió la hegemonía en el espacio independentista, con el resto de las fuerzas políticas como invitados de piedra, aunque con la inesperada victoria del PSC.
Si no fuese así, sería difícil de entender el recurso al adelanto electoral en una comunidad del artículo 143 como Madrid, en que la capacidad de disolución tan solo permite una legislatura corta de apenas dos años hasta la próxima convocatoria conjunta de elecciones autonómicas. En este sentido, gobernar, lejos de ser el fin último, se convierte así en un objetivo secundario y lo hemos podido comprobar de forma ruidosa en esta primera mitad de legislatura de la Comunidad de Madrid.
La gestión del gobierno y la precampaña del gobierno de coalición de las derechas madrileñas ha consistido en la polarización sistemática, en contra de la gestión del gobierno Sánchez, asumiendo la presidenta Ayuso el discurso negacionista y la primacía de la defensa, sobre todo retórica, de la apertura de la hostelería frente a las medidas de salud pública y con ello la confrontación sobre todo con el gobierno central, pero también con la dubitativa estrategia centrista de su socio de Ciudadanos.
Un acuerdo de gobierno difícil y una mayoría de investidura aún más conflictiva que se ha ido tensando en particular con Ciudadanos, en la medida que este adoptaba una orientación centrista, y que ha terminado en un gobierno compartido, más que en un gobierno de coalición. Algo similar a lo que se corre el riesgo de que ocurra en el gobierno central si no se rectifica la dinámica actual.
El fiasco de Murcia ha sido finalmente la excusa para la disolución del Parlamento y la convocatoria electoral, con el argumento preventivo frente a una hipotética moción de censura en ciernes que no se ha podido demostrar. Con ello, la derecha ha marcado la iniciativa.
La campaña electoral, con la disyuntiva de socialismo o libertad, la derecha la ha diseñado, más que como la de unas elecciones autonómicas madrileñas, ante todo como una oportunidad para cambiar de aliado en la derecha, como unas primarias propias en torno a la figura de Ayuso y a la vez como un ensayo de primera vuelta de elecciones generales, que en esta ocasión se disputan en el territorio favorable de Madrid.
La decisión de Pablo Iglesias de presentarse como salvador, a parte de superar el 5% y mantener la presencia parlamentaria de Unidas Podemos, se propone, como en el caso de Ayuso, doblegar la competencia en su espacio de Más Madrid con una propuesta, en apariencia unitaria, que en realidad es una OPA hostil a dicha organización como proyecto autónomo, para recuperar buena parte de su electorado. Una propuesta que Más Madrid, nacida de la división interna de Podemos, no podía aceptar por su propia supervivencia, pero a la que el rechazo le costará caro electoralmente. Pablo Iglesias trata de recomponer la fractura de la única forma que sabe: la absorción o la disolución.
A su vez, su salida de la vicepresidencia del gobierno central para presentarse como candidato en Madrid es un refuerzo de la polarización identitaria por la que apuesta la derecha. Unas elecciones en clave nacional que arrastran al resto de los partidos.
Porque la candidatura de Pablo Iglesias es un refuerzo de la lógica de elecciones generales en Madrid, donde solo caben los partidos de la polarización populista de la derecha en el gobierno de Madrid de un lado y de la izquierda en el gobierno de España de otro, los demás, como Ciudadanos, tienen muy difícil la entrada en el Parlamento o, al compartir el espacio electoral de Unidas Podemos, corren el riesgo de perder una buena parte de su electorado, como ocurre con Más Madrid. El PSOE, aunque repite candidato, es muy difícil que repita la mayoría electoral.
Porque estas elecciones ni para Ayuso ni para Vox van de la gestión de Madrid, de la que ni siquiera tienen intención de dar cuentas. Como tampoco versan sobre la valoración del trabajo de oposición de PSOE o de Más Madrid. Estas elecciones son, ante todo, unas elecciones identitarias en clave populista frente al gobierno socialcomunista del Estado para refundar la alternativa de la nueva alianza de la derecha trumpista del PP de Madrid y de Vox.
Se trata de desbrozar el espacio del centro derecha de la presencia incómoda de Ciudadanos. Un partido que es una contradicción insoluble en sí mismo. Una vez perdida la tríada populista de un líder, un relato y un pueblo, con la salida de Rivera y el desplome electoral de las recientes elecciones catalanas, la huida hacia adelante de Murcia ha puesto en evidencia la imposibilidad de su reubicación en un centro inexistente, incluso dentro de sus propias filas cada vez más escoradas hacia la derecha, en un contexto de extrema polarización. No hay centro posible en el seno de alianzas de gobierno respaldadas por la extrema derecha en el ámbito autonómico y municipal, que pueda ser siquiera compatible con tímidos gestos a la izquierda como los apoyos a las prórrogas del estado de alarma y finalmente con el intento de moción de censura de Murcia. Mucho menos para incorporarse con decisión a la mayoría presupuestaria y presentar la moción de censura en el corazón de la derecha en Madrid.
La derecha trata pues de polarizar el debate en clave nacional, agitando la amenaza frente al estigma del socialcomunismo. De movilizar al electorado frente al enemigo de la patria y de la libertad económica, agitando gigantes donde solo hay molinos de viento.
Todo ello desde la previsión de una alta abstención, en particular en los barrios populares, que la convocatoria el martes cuatro de mayo, en un día además laborable, no favorece la recuperación de la participación electoral y menos aún de la izquierda.
El centro quedaría así anulado por la polarización, y la izquierda en retroceso y peleando en la reducción mutua de espacios.
El objetivo final es pues una victoria de la derecha por mayoría relativa del PP y la mayoría absoluta con Vox y con ello la derrota de los partidos de la mayoría de la izquierda en el gobierno de España. Quizá con la excepción de la victoria pírrica de Unidas Podemos sobre Más Madrid, que como todas las victorias pírricas, anuncia también próximas derrotas.
La pandemia populista continúa y la vacuna no avanza.