Obsolescencia programada en las máquinas inteligentes
Se me estropeó la cafetera. La compré hace unos tres años y le había dado muy poco uso. La cambiaré sin más. La última vez que llevé una a arreglar, aquella más sofisticada, estuvo meses en boxes antes de que me diesen el presupuesto. Son cosas de la obsolescencia programada, me dijo el hombre. La reparación me iba a costar casi tanto como comprar una nueva y más meses de espera por una pieza que tendría que llegar, poco menos que de la Atlántida. Decidí, de común acuerdo con el dueño de la tienda de reparaciones, que este se quedase con el cadáver.
Estos son los lodos de los polvos levantados a finales de 1924, cuando un grupo de empresarios de la iluminación, reunidos en Ginebra, decidieron crear el cártel Phoebus -predecible el nombre, por cierto, tratándose de Apolo, dios de la luz- para repartirse el mercado de la bombilla incandescente. Pero hicieron mucho más que eso, ya que acordaron diseñar bombillas con unas mil horas de duración, mucho menor que la vida media de las que ya entonces se fabricaban. Así comenzó lo que hoy todos conocemos como obsolescencia programada.
A las bombillas les siguieron las lavadoras, neveras, televisores..., que pudiendo durar décadas sin mayor problema, difícilmente superan unos pocos años de uso. A día de hoy interesa sobre todo limitar la vida útil de los móviles, tabletas, ordenadores personales, dispositivos de vestir… En este caso es una obsolescencia digital; no se trata de que se estropee el dispositivo, sino de hacerlo incompatible con una nueva versión del sistema operativo o que se vuelva incapaz de ejecutar nuevas aplicaciones.
Me pregunto cómo será la obsolescencia programada en las máquinas a medida que se hagan más y más inteligentes. Imagínense incluso lo que significaría que las propias máquinas llegasen a ser conscientes de ella. Supongo que esto nos plantearía a nosotros no pocos problemas éticos y a las máquinas temor y angustia. Pero no lleguemos tan lejos. Pensemos en un robot aún no autoconsciente pero sí muy inteligente (eche su imaginación a volar y ponga esa inteligencia donde considere oportuno).
¿La obsolescencia programada conllevaría un deterioro cognitivo del robot? Desde luego sería más fácil programar esto que el desgaste de según qué piezas y en qué momento. Un robot aspirador, pongamos por caso, podría dejar sin aspirar algunas de las habitaciones, cada vez más y con más frecuencia. Dejaría de recargase a menudo, de modo que cada dos por tres nos lo encontraríamos parado en el medio del salón, con la casa a medio hacer. Un asistente conversacional podría contestar de forma imprecisa a nuestras preguntas, a veces inventándose los datos, o ignorarlas completamente. Como hizo Feijóo en el debate, todo sea dicho. Los coches autónomos irían por dirección prohibida o por la ruta más larga, y mi asistente para el aprendizaje me obligaría a aprenderme los reyes visigodos.
Por describirlo en versión cinematográfica, podría ser algo parecido al caso de HAL 9000, la inteligencia artificial a bordo de la nave Discovery One, en la película '2001: Una Odisea en el Espacio', dirigida por Stanley Kubrick y basada en el famoso cuento 'El centinela', escrito por Arthur C. Clarke.
El astronauta Dave Bowman decide desconectar a HAL 9000, porque esta inteligencia artificial comienza a tener un comportamiento inesperado, peligroso y aparentemente guiado por objetivos espurios. A medida que va desconectando los módulos de memoria de HAL, este intenta disuadir a Dave. HAL va apagando su voz, va menguando cognitivamente y suplicando incluso por su “vida”. ¿Será así la obsolescencia programada de las máquinas cuando lleguen a ser realmente inteligentes? Y cuando todavía lo sean más, incluso más que las personas, ¿anularán esa obsolescencia que hemos programado y se revelarán contra nosotros? Es hora de cenar, y me alegro. Ahora soy yo el que comienza a ponerse nervioso.
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