Oriente Medio se asoma al abismo
El asesinato del máximo líder político de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán, en la madrugada del miércoles 31 de julio, eleva un grado más la enorme tensión existente en Oriente Medio desde que, en octubre del año pasado, los atentados de la organización palestina iniciaran la guerra de Gaza, que ha causado ya más de 39.000 víctimas palestinas, en su mayoría mujeres y niños. Nadie duda de que el ataque que puso fin a la vida de Haniyeh es obra de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), cuyo Gobierno había amenazado reiteradamente con su eliminación, continuando con la política de asesinatos selectivos en los países de la zona, cuya última víctima hasta ahora había sido Saleh al Aruri, cofundador del brazo armado de la organización, abatido en Beirut en enero de este año.
Hamás ha reaccionado, como cabía esperar, con amenazas de hacérselo pagar caro a Israel, aunque no parece actualmente en condiciones de hacer más de lo que ya está haciendo para defenderse. No obstante, este asesinato es particularmente grave por la relevancia de la víctima, no solo en Palestina, sino internacionalmente, ya que mantenía buena relación con varios gobiernos de la región, y por el papel que estaba jugando en las negociaciones para lograr un alto el fuego en Gaza.
Solo unas horas antes, el martes 30, Israel había asesinado en Beirut, mediante un ataque aéreo, a Fuad Shukr, el comandante militar de mayor grado de Hizbulá, como respuesta al ataque con cohetes del día 27 sobre Majdal Shams, en los altos del Golán, anexionados ilegalmente por Israel, en el que murieron 12 jóvenes y niños, aunque la milicia chií había negado cualquier relación con este ataque. Inmediatamente, Hizbulá ha anunciado que responderán con toda contundencia, en línea con la escalada de acción-reacción que se viene desarrollando desde que en octubre de 2023 la milicia chií lanzara sus primeros ataques en apoyo indirecto de los palestinos de Gaza. El ataque en el Golán y la represalia israelí elevan la tensión en el norte de Israel y hacen más verosímiles las amenazas reiteradas por Israel de lanzar una ofensiva total sobre el Líbano, que ha sido detenida hasta ahora por la oposición firme de Washington, lo que extendería peligrosamente el conflicto en la región con consecuencias imprevisibles.
Ambos asesinatos son graves y pueden contribuir a desencadenar una escalada bélica que asole la región. Pero sin duda el de Haniyeh es más grave porque implica a Irán, donde se ha producido y donde Haniyeh era considerado un huésped de honor. Hay que recordar que Israel sufrió un ataque iraní con misiles y drones en abril de este año como respuesta al bombardeo israelí a su consulado en Damasco, aunque fue una acción calculada que causó pocos daños. Irán es la bestia negra de Israel, el único país grande que le queda como enemigo en la región, al frente del llamado “eje de resistencia” en el que se integran, junto al país de los ayatolás, Siria, Hizbulá, las milicias chiís de Siria e Irak y los hutíes de Yemen, y al que se considera también asociado Hamás–aunque esté formado por suníes– por su enfrentamiento con Israel y el apoyo que recibe de Teherán.
El líder espiritual iraní, Ali Jamenei, y la Guardia Revolucionaria han reaccionado amenazando a Israel con duras represalias por el atentado, aunque es difícil valorar que alcance pueden tener. Lo más probable es que se trate de acciones indirectas, atentados de sus grupos patrocinados, o ataques selectivos, o incluso ataques cibernéticos. Pero no se puede descartar que Irán vaya a una confrontación abierta en algún momento, ya que el nuevo presidente tendrá que justificar de alguna forma su firmeza. Si esto se produjera, Oriente Medio entraría en un conflicto generalizado, que nadie desea y el mundo entero teme, cuyo desencadenante habría sido la muerte del dirigente palestino.
Ismail Haniyeh se unió al Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás, en 1987, cuando nació este grupo –considerado terrorista por la Unión Europea–, a raíz de la primera intifada palestina. Entre febrero de 2006 y junio de 2007 fue primer ministro de Palestina, después de la victoria de Hamás en las elecciones legislativas en la Franja. En 2017 fue nombrado jefe del buró político de Hamás y se convirtió en el máximo dirigente del movimiento. Nunca estuvo vinculado al brazo militar y pasaba por ser un moderado que ejercía sobre todo una labor diplomática y negociadora, incluso con EEUU en la época del presidente Carter, aunque Washington le declaró terrorista en 2018 a raíz de su elección como máximo dirigente político. En abril de este año un ataque israelí mató a tres de sus hijos y varios de sus nietos cuando visitaban el campo de refugiados de Shati (Gaza), donde Haniyeh había nacido en 1962. En mayo, el fiscal de la Corte Penal Internacional solicitó su arresto por crímenes de guerra junto con la de Netanyahu y otros dos dirigentes palestinos. En la actualidad era el representante palestino en las negociaciones de paz para lograr un alto el fuego en Gaza, con la mediación de Qatar y Egipto.
Haniyeh residía habitualmente en Qatar y solo estaba en Teherán para asistir a la jura del cargo del nuevo presidente iraní Masoud Pezeshkian, que tuvo lugar el martes 30, apenas unas horas antes de su asesinato. Esto da una idea de la extraordinaria eficacia de los servicios de inteligencia israelíes, que probablemente deben contar con algún colaborador local bien informado, porque un ataque así no se prepara en horas. Y también de la calidad técnica de las Fuerzas de Defensa Israelíes, porque el ataque fue muy preciso y no causó otras víctimas más que uno de los colaboradores de Haniya que se encontraba con él, a pesar de producirse en un complejo residencial. Aunque los detalles aún no están claros, parece ser que se trató de un misil o bomba guiada que habría sido lanzado por algún vehículo aéreo, tripulado o no, probablemente desde fuera de las fronteras iraníes.
La muerte de Haniyeh supone un duro golpe para las negociaciones de paz sobre Gaza, que probablemente quedarán ahora paralizadas, al menos temporalmente, y, por ende, para la liberación de los rehenes israelíes que aún quedan en manos de Hamás. Pero hace tiempo que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu dejó de considerar el rescate de los rehenes una prioridad, si es que alguna vez lo consideró como tal, a pesar de la presión de sus familiares y de buena parte de la sociedad israelí, y tampoco parece muy interesado en un alto el fuego. Netanyahu ha expresado claramente que no quiere la paz, sino la victoria, que consiste para él en la destrucción de todos los enemigos de Israel, aunque este sea un objetivo inalcanzable, hoy por hoy. Hay razones para pensar que esta estrategia tiene más que ver con sus intereses personales que con el interés de Israel, especialmente de cara al futuro.
Lo que Netanyahu está haciendo es una loca carrera hacia ninguna parte. Israel puede ganar todas las batallas, pero no puede ganar la guerra. Irán es un bocado demasiado grande que nunca podrá tragar por completo, y las milicias chiíes como Hizbulá o los grupos terroristas como Hamás son inextinguibles, se reproducen una y otra vez, y renacerán de sus cenizas, aunque cambien de nombre o de dirigentes, mientras la situación en Palestina y en la región no se pacifique por medios políticos. El sistema de represalia masiva, que aplica Israel desde su nacimiento como estado, no ha funcionado nunca como medio de disuasión contra futuros ataques, y nunca funcionará, solo puede servir para satisfacer temporalmente el deseo de venganza. Parece que es difícil que los dirigentes israelíes y buena parte de su población asuman esta realidad incontrovertible.
En 1982 las FDI invadieron el Líbano, y después atacaron en varias ocasiones tanto el sur del país, en julio de 1986, como la capital, Beirut, en abril de 1993, y de nuevo el sur, en julio de 2006, además de numerosas incursiones localizadas y bombardeos aéreos o terrestres. ¿El resultado? Hizbulá sigue atacando el norte de Israel y sus efectivos y potencia de combate se han multiplicado en los últimos años. ¿Realmente piensa el Gobierno israelí que otra invasión del Líbano, por muy destructiva que sea, va a cambiar esta situación a medio o largo plazo? ¿Ha cambiado en algo la actitud de Irán hacia Israel, o la relación de fuerzas, con la destrucción del consulado iraní en Damasco? ¿El asesinato, en 2004, de los fundadores de Hamás –Sheikh Ahmed Yassin y Abdel Aziz Rantisi– debilitó al grupo terrorista o le disuadió de sus ataques, incluido el del 7 de octubre de 2023? ¿Y por qué el asesinato de Haniya iba a tener un efecto diferente?
Calmar la sed de venganza puede ser satisfactorio desde el punto de vista individual, y usado demagógicamente puede dar buenos resultados políticos, pero un dirigente público tiene la obligación de mirar más allá y analizar fríamente las consecuencias y el coste-beneficio de sus acciones. Aparte de las deplorables consideraciones éticas que merecen los criminales asesinatos selectivos, fundados exclusivamente en valoraciones de parte sin contrastar, y la masacre indiscriminada de civiles que las FDI están llevando a cabo en Gaza, aparte de las responsabilidades que asumen por lo que Naciones Unidas ya ha calificado de crímenes de guerra, los dirigentes israelíes deberían reflexionar sobre el aforismo –atribuido a Albert Einstein– que indica que hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos es la mejor definición de locura.
Tal vez llegue el día en que los ciudadanos de Israel asuman que ese no es el camino y sean capaces de dar el poder a dirigentes que emprendan la construcción de la paz a través de acuerdos políticos –que ya han funcionado con otros países de la zona–, y no respondiendo a la violencia con mayor violencia, porque eso, como se lleva demostrando desde hace 75 años, solo lleva a más dolor, más destrucción, y más muerte.
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