El acuerdo PSOE-Podemos sobre la implantación en tres años de los permisos iguales e intransferibles ha puesto en primer plano del debate social el reparto entre hombres y mujeres de los cuidados infantiles en el hogar.
Por fin, y sin ninguna duda gracias a la enorme movilización feminista, hemos llegado a constatar un hecho elemental: no puede haber igualdad ni en el empleo ni en las familias mientras los hombres sigan siendo ayudantes eventuales en los cuidados cuando sus ocupaciones laborales se lo permitan; mientras las mujeres sigamos siendo etiquetadas como “mano de obra de alto riesgo de ausencias” en comparación con los hombres. Los permisos igualitarios son un instrumento crucial para cambiar este modelo, aunque no el único.
La idea de la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles (PPIINA) es muy simple: un permiso de 16 semanas intransferible y pagado al 100% para cada persona progenitora, independientemente de su sexo y de su tipo de familia. Este permiso único se compone de un permiso parental inicial de 2 semanas a partir del nacimiento más un permiso adicional de 14 semanas a disfrutar durante el primer año cuando cada persona decida.
Con este diseño, cada persona podría quedarse al cargo de su bebé durante 3 meses y medio, y así las familias biparentales podrían cubrir un periodo suficiente para enlazar con la educación infantil (que naturalmente debe hacerse universal, de calidad y gratuita). Las madres podrían volver a sus puestos de trabajo (actualmente solo lo hace el 55% de las madres españolas, según la OIT).
La experiencia demuestra que esto funciona, que los hombres que se quedan solos al cargo de sus bebés se inician en los cuidados, construyen el vínculo afectivo con ellos y se muestran satisfechos a posteriori, por más que a priori hubieran tenido miedo y resistencias. Tanto las criaturas como las madres y los padres se beneficiarían de una familia más igualitaria, con menor riesgo de pobreza y de violencia.
El asunto iba bien. De hecho, la Proposición de Ley con la reforma de la PPIINA, presentada por UP-ECP-EM, está en tramitación desde el pasado junio por votación unánime del Congreso de los Diputados. Pero ahora resulta que, sin ni siquiera mencionar dicha PL, PSOE y Podemos han acordado que el diseño de los permisos se negocie en las mesas del llamado “Diálogo Social”, que son reuniones entre el Gobierno, las organizaciones empresariales y los sindicatos (y que, por supuesto, no se retransmiten en directo).
Esta noticia es alarmante, en primer lugar porque un acuerdo entre dos partidos no es ni mucho menos una reforma legislativa. Con una Proposición de Ley en tramitación, cuyo periodo de enmiendas se sigue prolongando semana a semana sin que entendamos la razón, ¿a qué viene este quiebro de desviar el tema al “Diálogo Social”? ¿por qué no terminar de tramitar esa reforma de los permisos, dejando el diseño y el calendario de implantación fijados por Ley?
Ya que se trata de un derecho democrático fundamental, ¿no es el Parlamento el órgano democrático que hemos elegido, a quien pagamos y a quien podemos exigir explicaciones y responsabilidades? Las mesas de diálogo social, ¿qué legitimidad tienen para imponernos sus reglas? Está bien que estos dos partidos hayan expresado su voluntad de impulsar los permisos igualitarios, pero hacerlo es otra cosa, y bien fácil: ¡aprueben la reforma en el Parlamento y sin trampas!
En segundo lugar, uno de los “pequeños detalles” que no nos han aclarado, ni siquiera en cuanto a las 8 semanas que proponen para 2019, es si se permitirá a los padres turnarse con la madre o, por el contrario, se les obligará a tomarse gran parte del permiso al mismo tiempo que ella, como pasa ahora con todo el permiso de paternidad de 5 semanas (salvo, a lo sumo, una semana previa autorización de la empresa, no a decisión del trabajador). Y eso, junto a no sabemos qué otras cosas, proponen dirimirlo en el “Diálogo Social”.
Pero, un momento: ¿qué sentido tiene preguntarle a las empresas, individual o colectivamente, si un padre puede organizarse con una madre para cuidar a su bebé? ¿Qué sentido tiene no permitir a las familias alargar el tiempo de cuidado en casa, con lo que eso supondría de ineficiencia en el uso del dinero público?
La cuestión es que El PSOE propone que las primeras 6 semanas sean obligatorias a partir del nacimiento, y por tanto simultáneas. Su argumento es la protección de la madre que acaba de dar a luz. Pero, ¿y si una madre prefiere que el padre se guarde 4 de esas 6 semanas para poder volver a su trabajo antes? ¿Por qué no permitirles que se organicen como les convenga en lugar de obligarles a estar juntos?
El concepto de “protección de la madre” es al menos dudoso porque, si se les obliga a simultanear el permiso, ¿quién protegerá a la madre cuando ese permiso se termine? ¿No es la mayor de las desprotecciones que ella se vea consolidada como cuidadora principal y presionada a prolongar con una excedencia que la dejará sin ingresos y la condenará a la precariedad posteriormente?
Es curioso: en los países en los que más se invoca el argumento de “protección de la maternidad”, como sucedía en España hasta hace varios años, el padre no tiene ni siquiera dos semanas de permiso para cubrir el periodo de recuperación del parto. Pero, una vez que se concede permiso al padre, ese argumento de “protección de maternidad” muta para devenir en una supuesta necesidad ineludible de que el padre esté junto a la madre (“protegiéndola”) todo el tiempo de su permiso. En resumen, la presión patriarcal va en la línea de que el padre no tenga permiso y, cuando no hay más remedio que lo tenga, que ese permiso coincida necesariamente con el de la madre.
De hecho, España no es el primer país en el que se ha dado esta resistencia a que los hombres se queden solos a cargo de sus bebés durante el primer año. Cada vez que se alarga el permiso de paternidad surgen cláusulas imaginativas como por ejemplo que puedan tomárselo durante hasta 12 años (Suecia), que solo puedan tomárselo durante los meses que abarca el de la madre (Portugal), etc.
Solo cabe imaginar dos posibles “razones” para obligar al padre a coincidir con la madre. Una es el interés de las empresas. Aunque esto no se esgrime (¡solo faltaría!), no puede escapársenos que, si la madre está en casa, el padre seguirá desempeñando el papel de ayudante de la cuidadora principal. En estas condiciones, ese “ayudante” seguirá disponible para la empresa en mayor o menor medida, lo que no pasaría si él estuviera solo con un bebé menor de un año a su cargo.
La otra razón puede ser la resistencia de muchos hombres a quedarse solos. Esto puede ser por aprensión o desconfianza en poder afrontar la tarea, por comodidad, por miedo a represalias en el empleo, o por una mezcla de todo.
En la PPIINA venimos trabajando y advirtiendo de todas estas trampas porque sabíamos que llegarían a nuestro país en el momento de la verdad, que es este. Tal como ha ocurrido en otros países, esas trampas pueden desvirtuar una reforma pretendidamente igualitaria para convertirse en un paso atrás. El efecto puede ser que las madres sigan como cuidadoras principales, retirándose del empleo durante muchos meses, mientras los hombres sigan siendo los ayudantes amables que no se desvinculan de sus empleos más allá de un par de semanas.
Lo que debemos preguntarnos es si queremos consolidar este modelo o, por el contrario, apostamos por una sociedad igualitaria, sin roles de género, sin división sexual del trabajo, sin patriarcado. Una sociedad más justa y más feliz. ¡Este es el momento, y no podemos dejarlo pasar!