Los pactos del siglo XXI
El 27 de octubre de 1977 posiblemente sea una fecha que al lector no le genere ninguna referencia concreta. Ningún hito importante. No es uno de esos días marcados en la memoria colectiva que nos recuerdan la grandeza de algo. Sin embargo, aquella tarde de jueves tuvieron lugar dos acontecimientos de los que marcarían el futuro de España.
El primero en una sala abarrotada del Club Siglo XXI. Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular, presentaba la conferencia impartida por Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España. En su intervención, Carrillo recordaba que “el diálogo debe sustituir a los fusiles y los centros de debate a las trincheras” mientras agradecía y alababa la buena voluntad, la valentía y la altura de miras de su adversario político al aceptar ser su maestro de ceremonias.
Para muchos de los más dogmáticos aquel acto fue visto como un insulto, una hibridación política que desdibujaba la pureza ideológica. Los más fanáticos de las sensibilidades más dispares criticaron tanto a Fraga como a Carrillo. Algunos de los históricos socios del club Siglo XXI se dieron de baja aquel mismo día y hubo una catarata de dimisiones en el seno de Alianza Popular.
El otro acontecimiento se produjo ese mismo día: el Pleno del Congreso de los Diputados votaba a las cinco de la tarde el texto que, con el nombre de Acuerdo de La Moncloa, los principales partidos políticos habían negociado y convenido dos días antes. Los acuerdos económicos se aprobaron con un único voto en contra. Los Pactos de La Moncloa se convirtieron en un paradigma de diálogo, e inauguraron un periodo de prosperidad del que se beneficiarían tres generaciones de españoles: el periodo de bienestar social y económico más largo de nuestra historia.
La realidad es que aquel día se transitó el camino desde los oscuros años del franquismo a la luz y la esperanza de una democracia libre. España se hacía mayor de edad dejando a un lado las diferencias ideológicas y remando en la misma dirección para modernizar el país.
Una grandeza y una altura de miras que volvía a mostrar la mejor cara de la política dos décadas después cuando en el año 2000 las dos grandes fuerzas políticas del país firmaban el acuerdo por las libertades y contra el terrorismo. Eran los duros años de plomo en los que los asesinatos se contaban por docenas y el miedo atemorizaba a la sociedad española.
No cabe duda de que, en los momentos difíciles, en contextos de crisis, en situaciones excepcionales o cuando la zozobra domina la vida pública es cuando la ciudadanía y el país requieren los servicios de políticos capaces de elevarse, sobrevolar las discrepancias y desencallar las situaciones más adversas.
En 1977 la unión debía permitir alcanzar un futuro mejor, más exitoso, un futuro de igualdad, justicia y libertad en el que todo estaba por construir. En el año 2000 los dos grandes partidos acordaron que una España democrática, pacífica y segura para sus ciudadanos estaba por encima de las diferencias ideológicas.
Ahora, ante un enemigo invisible pero letal como es el coronavirus y una recesión económica sin precedentes, necesitamos abordar unos nuevos pactos nacionales que permitan hacer frente a la pandemia y sus terribles consecuencias. Unos pactos de reconstrucción que nos despejen el camino para cimentar juntos un futuro en el que ningún ciudadano se quede atrás.
La mano tendida del Gobierno al arco parlamentario es una forma de volver a los Pactos de La Moncloa que trajeron a España un periodo de prosperidad como nunca se había visto en la historia de nuestro país, y cuya reedición del año 2000 mostró que España permanecía unida ante el terrorismo, y que no claudicaba ante el chantaje ni la violencia.
Las formaciones políticas tienen la oportunidad de demostrar de nuevo generosidad, altura de miras, sentido de Estado y lealtad institucional: la oposición tiene que dejar atrás la demagogia y los prejuicios y sumarse a un gran pacto de Estado que propicie la salida de la que, según los expertos, será la peor crisis económica y social que ha vivido España en décadas. El Fondo Monetario Internacional ya nos ha advertido de la profunda gravedad de la situación.
El día uno después de la crisis sanitaria, habrá que reconstruir España, y lo haremos mejor dialogando, unidos en el propósito de entendernos y aplicando una política sin líneas rojas. Con unidad se clausuró el franquismo, con unidad se derrotó al terrorismo y solo con unidad venceremos al coronavirus.
No es una mera opinión subjetiva. El propio Centro de Investigaciones Sociológicas refleja que el 87,8% de los españoles creen que los partidos deben apoyar al Gobierno y dejar las críticas para más adelante. No cabe duda de que los ciudadanos esperan de sus políticos madurez y propuestas constructivas para la reparación social y económica de España. Nuestra sociedad merece más que nunca políticos responsables que sean capaces de llegar a acuerdos en estos tiempos de dificultad e incertidumbre; políticos que dejen atrás el tacticismo; merecemos políticos que dialoguen y que piensen en el interés de todos los españoles antes que en su interés personal; como aquellos políticos de la Transición que aparcaron sus diferencias para abrir una nueva etapa de paz y convivencia, como aquellos otros que, en la hora más oscura, hicieron frente juntos al terrorismo.
Necesitamos pasar de la oscuridad a la luz, de la complejidad a la sobriedad, de la tormenta a la calma. Y esto requiere de todos. No se puede, ni se debe, hacer en solitario. En momentos de complejidad histórica es cuando se mide la talla y la grandeza política.
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