Parar
En una tierra de cerca de cuatro millones de parados no sabemos, sin embargo, qué es detenerse. Qué es parar y que frene todo. No lo sabemos porque, incluso, cuando se convoca una huelga general (pienso en aquella de finales de septiembre de 2010) luego hay que ir a un sitio a tomar algo. La verja que se levantó, la caña que nos sirven, la televisión encendida y la reportera dando la noticia. No nos hemos detenido nunca.
Y no se confundan, que no habla una de pararse a oler las flores, ni esto tiene que ver con tópicos latinos que nos animen a vivir a otros ritmos. Me refiero a que en el constante girar y girar las cosas siguen sucediendo y nos parecen invisibles.
Ejemplo de esto: un amigo, artista plástico y a quien considero empático y comprometido, me decía el año que convivimos juntos que, para él, independizarse fue una revelación. La revelación del vaso que no se movía solo. Mi amigo siempre había dejado el vaso del que había bebido en la mesa y cuando volvía a mirar el vaso no estaba. Cuando se fue de la casa familiar a vivir por su cuenta descubrió que los vasos se quedan donde los hemos dejado, siempre. Esto sólo deja de ocurrir si llega alguien a llevárselo. Ese alguien era, claro, su madre. Y ese algo que hacía era, claro, invisible.
Igual que no vemos el aire y que no vemos los privilegios, no vemos tampoco el trabajo (el continuo movimiento) que hace posibles esos privilegios. Todo ese trabajo –no habla aquí una de empleo, qué diferente sería todo si hablando de trabajo hablásemos de empleo, qué camino más sólidamente igualitario tendríamos por delante– que no vemos y que parece ser más bien el orden natural de las cosas.
Pero no, amigo, no es el orden natural que a donde tú llegues las cosas se encuentren limpias y disponibles. No es el orden natural, hijo del patriarcado, la organización del tiempo, la nevera llena, las distintas etapas de crianza de las criaturas. No es el orden natural, cliente del hotel, la habitación preparada todas y cada una de las veces que abres la puerta. No es el orden natural, compañero de luchas, que los ceniceros llenos tras una asamblea estén limpios en la próxima. No es el orden natural aquello que funciona tan bien que parece que no es. No es el orden natural, pero si lo tratamos como tal facilitamos no sólo que sea invisible sino que cuando se reivindica que todo eso existe parezca algo menor, parezca cualquier cosa. Y si las mujeres hacemos algo que es “cualquier cosa”, seremos un poco vistas también como “cualquier cosa”.
Y si alguien que es cualquier cosa, y por tanto intercambiable, realiza un trabajo puede recibir menos salario por éste –aunque esto sea ilegal– o realizarlo en condiciones de menos contratación de horas (porque hay que seguir haciendo esas otras cualesquiera cosas) o no llegar nunca a algunos trabajos remunerados que, desde luego, no serían nunca considerados como “cualquier cosa”.
Y si cuidar es orden natural, y por tanto “cualquier cosa”, no se entenderá que cuidar es cosa de todas las personas. No al decir –que los lemas calan– sino al hacer. Cuidar que es cambiar pañales de personas muy pequeñas y personas mayores que lo necesitan. Que es sujetar, levantar, proteger, acompañar, escuchar, escuchar muchísimo. Que es tomar tu tiempo y ponerlo a disposición de otra persona. Y poco más somos las personas que cuerpo y tiempo.
Por esto parar es importante. Porque no tenemos por qué hacer todo lo que estamos haciendo y que lo hacemos por una mera razón totalmente arbitraria: ser mujeres. Parar es la única acción en la que se puede ver todo lo invisible: dejando de hacerlo. Parar es dejar de hacer. Y también es dejar de soportar que a una la exploten, que a una la humillen, que a una la ninguneen, que a una la agredan.
Por esto parar juntas es importante. Porque no tenemos que estar siendo valientes todo el tiempo para reclamar lo que nos corresponde por derecho. Porque no podemos exigirle a quien quiere una vida libre que sea valiente. Nos precede la luz de muchísimas mujeres valientes, que lo fueron con la intención de que nuestros derechos no fueran cosa de valentía tenerlos, sino de justicia. Que fueron valientes por ellas y por las que no podían, para que otras no tuvieran que enfrentarse a lo mismo o pudieran volcar su valentía en nuevas luchas.
Parar es importante. Parar juntas es imprescindible. Parar por las mujeres que no pueden hacerlo en su trabajo porque unas reformas laborales se han llevado por delante toda negociación de convenio y casi todo derecho. Parar por las mujeres que no pueden hacerlo porque nadie, y lo saben, va a cuidar a quien ellas están cuidando en ese momento, en ese sitio invisible de la casa o a plena calle pero que nadie ve, que nadie advierte. Parar por las mujeres que no pueden hacerlo desde una cárcel por un menudeo que harán tantas veces como sea necesario si con eso sacan adelante a los suyos, las que no pueden hacerlo desde un CIE porque querer vivir y desplazarte para lograrlo supone encierro en este país a día de hoy. Parar por las mujeres que no pueden parar, ni reír, ni respirar porque las han asesinado, porque precisamente quisieron parar con el daño, con la agresión, con el insulto y el dolor insoportable. Parar por las mujeres que no pueden hacerlo. Parar juntas también por y con las que sí pueden.
Miren a ver si una acción como ésta, no hacer, ha supuesto alguna vez tantísimas cosas. Miren a ver si a esto puede alguien considerarlo “cualquier cosa”.