Vuelve el debate de la crisis de los partidos políticos, –“aún se escuchan los ecos del eslogan del 15M”- No nos representan. Mi pregunta es: ¿Ahora sí? Por qué antes no y ahora sí, podemos aventurar que aunque el sistema político de nuestro país ha incorporado nuevos partidos a la actividad parlamentaria acabando con el bipartidismo imperfecto que teníamos, esto no parece haber mejorado su función de representación, ni los ciudadanos parecen sentirse más y mejor representados.
Sin duda este debate no es nuevo, Ostrogorski ya se refirió a esta crisis a principios del XX. Poco después Robert Michels anunció su “ley de hierro de la oligarquía” donde aseveraba que toda organización se burocratiza, quedando en manos de una oligarquía. Esta tesis me parece puede explicar parcialmente lo que les ocurre hoy. Es un hecho que los partidos pierden apoyos ciudadanos, se han transformado en maquinarias electorales que despliegan estrategias de marketing político para conseguir el poder, lo cual es muy legítimo, -y menos mal-. Pero, además, son instituciones que pierden prestigio al tiempo que la política y los políticos: todas ven desfiguradas sus utilidades y atractivo para el ciudadano. La pregunta es por qué, precisamente cuando más necesarias son. Los casos de corrupción y los comportamientos poco éticos de los gobernantes no ayudan, tampoco el espectáculo de ver cómo diputados elegidos por unas listas luego cambian y pasan a formar parte de otros gobiernos, a cambio de cargos bien remunerados, vulnerando cualquier principio ético y político decente, me estoy refiriendo al transfuguismo.
Los partidos en su interior funcionan,- nos avanzaba Max Weber-, como organizaciones conformadas por un hombre tipo, el funcionario de partido –“profesional de la política”-; es decir, un cuerpo de personas que hacen carrera en la organización y que (como diría Robert Michels) cristalizan en una oligarquía que viven para preservar sus intereses personales desplegando estrategias de cuerpo; en consecuencia, la conexión de la organización con la realidad como con su misión original se evapora, se convierten en “agencias de comunicación” (así se les llama ahora en EEUU) o estructuras de colocación. Estas dinámicas, por cierto, nos recordará Adela Cortina, están a la orden del día también en el sector privado: empresas, fundaciones, y tercer sector sufren de alejamiento de su misión fundacional por la misma razón.
Pero, nos deberíamos preguntar cómo van a ser representativos partidos que en la selección de sus élites despliegan estrategias de cooptación, se privilegia la lealtad y la fidelidad a los líderes: la obediencia y el soslayo de la crítica. En estos días pasados, sin ir más lejos, hemos visto cómo en la elaboración de las listas electorales para la Comunidad de Madrid, todos los partidos, o casi todos ha utilizado el fichaje de personas de supuesto prestigio profesional, o mediático, para atraer electores, sin caer en la cuenta (o quizás si) de que trasladan a la ciudadanía un punto de frivolidad, acreditan que funcionan como máquinas algorítmicas, y no como instituciones sólidas, creíbles, y confiables. Como si diera igual quién o quienes se sienten finalmente en los parlamentos puesto que seguirán y votarán lo que marque la consigna del partido. De hecho, observamos que la institución se convierte en un estorbo en esta nueva interlocución directa de los líderes con la ciudadanía (o “la gente”) en no pocos casos las siglas del propio partido, su trayectoria, y sus principios y valores quedan semi ocultos, porque la organización tiene historia; aunque siempre se puede decir que lo que hizo su partido en otro momento, no compromete, que es muy años 2020 (el pleistoceno) en la era Instagram.
La cuestión es que los partidos, imprescindibles en nuestra democracia, han sido acusados de autismo, como si fueran organizaciones que vivieran al margen de los aconteceres y los problemas reales de la ciudadanía. Mi duda es si es cierta esta apreciación, pero algo hay, en el barómetro del CIS los partidos de forma reiterada son las instituciones políticas peor valoradas, gozan de poco prestigio social, ello explicaría el bajísimo nivel de afiliación de los grandes partidos: como ocurre en el resto de países europeos. Estas críticas también indican que son poco transparentes y democráticos: la paradoja es, cómo las instituciones clave para el funcionamiento de una democracia son tan opacas; un problema que no parece haber resuelto las primarias.
Por otro lado, las grandes ideologías han mutando y se han trufado con nuevos valores, de manera que los portadores de esas ideologías, los partidos, han tenido, por estrategia electoral, que adaptar sus discursos y sus propuestas a estos contextos que han hecho desaparecer de la competencia electoral las políticas públicas, el estado de bienestar, la lucha contra la pobreza o la desigualdad, adquiriendo importancia elementos artificiales, antiguos “neopopulismo de todo pelaje”, centrados en la identidad, último agarre para los perdedores de los cambios económicos, tecnológicos y culturales, de la globalización, enfadados con las élites a las que ven como portadoras de un lenguaje, y unos discursos disociados de la realidad que agudizan sus angustias. Colectivos sociales que han visto que la izquierda no les representa porque se ha aburguesado, o directamente es parte de esta misma élite, por ello quizás prefieren escuchar los cantos de sirena de quienes les ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos, pero que tienen la virtualidad de canalizar su rabia y frustración. Hoy el debate político se ha polarizado, radicalizado, y llevado a los clivajes identitarios y emocionales, y no racionales, se confrontan emociones, no proyectos ni políticas; esto último es aburrido en la sociedad del espectáculo y el entretenimiento en la que las estrellas de los partidos son los spin doctors al mando de la comunicación ¿todo es comunicación?
Se comprueba que la pandemia está acelerando los cambios sociales, políticos y tecno económicos, que venían de antes; vinculados al ascenso de nuevos valores postmaterialistas, siguiendo a Ronald Inglehart, protagonizados por nuevos grupos sociales demandantes de más y mejor participación en democracia, defensores de una forma distinta de relación con el entorno, otro modelo de producción menos depredatorio de recursos por unos cuantos; ello unido a la búsqueda de modelos distintos de éxito social y profesional, teniendo como colofón nuestra relación con el tiempo, nuestro tiempo material y la búsqueda de identidad en un contexto en el que la globalización económica y cultural aumenta la capacidad homogeneizadora, de control y monopolio de los patrones culturales. Cambios de nueva generación acompañados de cambios de siempre, podríamos decir; persiste el aumento de la desigualdad y la exclusión social, la precarización de las vidas y los trabajos, de un individualismo vacío, refugiado en las redes sociales.
En definitiva, tenemos un problema con nuestros partidos, y no sabemos por dónde tirar para actualizarlos de modo que sean instrumentos capaces de captar y representar los intereses y angustias de una mayoría social dibujando horizontes certeros de convivencia, pero, barrunto que los tiempos no acompañan, todo va demasiado deprisa. Los nuevos partidos, hemos visto que son en parte un suflé. En conclusión, que tenemos necesitad de partidos sólidos, transparentes, de calidad, abiertos a los cambios, para afrontar los retos de la democracia española.