Si entra una mosca en casa y alguien aprovecha, saca una pistola, y mata a la suegra, no cabe decir que haya matado moscas a cañonazos. Ha cometido un crimen que nada tiene que ver con la mosca.
Puede decirse que esto es lo que está pasando en Podemos. El actual equipo de Pablo Iglesias (que no conserva ya ni a una sola de las personas que le hemos acompañado desde el principio) entró en Podemos con un objetivo que sólo podía conducir a la destrucción del proyecto. Entraron tarde y entraron mal, con la intención de excluir a todos los que no formaran parte de su pandilla. No son más de 4 ó 5 personas, pero suficientes para dar al traste con todo.
La estrategia que han seguido es tan simple como eficaz: en primer lugar, acusar de “errejonista” a cualquiera que no fuera de su estrecho círculo de confianza (que venía ya prefabricado desde fuera); en segundo lugar, defender que todos los errejonistas deben estar fuera de Podemos. La conclusión inevitable de esto es que todo el mundo, menos ellos, debe quedar fuera de Podemos.
No voy a negar que, desde mucho antes de que entraran en Podemos Rafa Mayoral, Irene Montero o Juanma del Olmo, ha habido comportamientos desleales contra Pablo. Siempre me he enfrentado a esas deslealtades (y nunca las perdonaré), sin importarme si venían con sello “anticapitalista” o “errejonista”. El comportamiento de muchos “anticapitalistas” en Vistalegre I ponía de manifiesto que no lograban entender el tipo de operación que teníamos por delante. Y disparaban de un modo insensato contra el líder que necesitábamos.
Un tiempo después, yo mismo he sido víctima de ataques de “errejonistas” que tampoco sentían ningún respeto ni por el secretario general de Podemos (en términos orgánicos) ni por Pablo Iglesias (en clave personal). Pero, desde que fundamos Podemos, no me he encontrado con nada tan dañino para Pablo y para el proyecto como la camarilla que, a día de hoy, está dispuesta a destruirlo todo con tal de no perder su condición de cortesanos.
Aún no consigo entender cómo Pablo lo ha permitido. Soy su amigo desde hace más de 20 años y sé que Pablo no es así. Lo único que se me ocurre pensar es que sigue sin tener ni idea del tipo de cosas que se hacen en su nombre. Pablo es un hombre de honor por encima de todo. Y cuida hasta la muerte a la gente que considera sus amigos. Pero creo que ahora se confunde: llama amigos a quienes no tienen más interés que el de mantener su posición excluyente, incluso si eso implica la destrucción de Pablo (y, por lo tanto, de Podemos).
De todas formas, voy a votar a Pablo a la secretaría general y lo voy a hacer con entusiasmo, porque necesitamos que siga liderando Podemos. También voy a votar a Pablo al Consejo Ciudadano porque, como cuestión simbólica, me parece importante (y de justicia) que saque más votos que Errejón.
Pero no me puede pedir que vote a una lista llena de gente que, honestamente, creo que va a acabar con él y con Podemos sin miramientos. Tampoco puede exigir que le acompañemos en el último giro truculento, tras el que parece más sencillo entenderse en lo político con Anticapitalistas que con Errejón, con el que trazó la estrategia con la que nació Podemos y en gran parte contra esos mismos anticapitalistas. Entre otras cosas porque la alianza de esas dos familias es imposible y no va a tardar en saltar por los aires. Lo único que los une es su pertenencia común al siglo XX y su rechazo compartido a la hipótesis que hizo posible Podemos (hipótesis que, insisto, siempre ha sido tan de Pablo como de Íñigo).
Necesitamos un Podemos dirigido por Pablo, pero también por Íñigo, Carolina y Nacho. Un Podemos en el que todxs asuman y respeten de verdad el liderazgo de Pablo (cosa que no siempre ha ocurrido) y en el que Pablo sea de verdad el secretario general de todxs (cosa que tampoco).
No me he animado a escribir un artículo como este hasta que dos personas tan imprescindibles para el proyecto como Carolina Bescansa (Secretaria de Análisis Político) y Nacho Álvarez (Secretario de Economía), el día 1 de febrero, han anunciado su intención de no participar en el proceso de Vistalegre2.
Pero, sobre todo, me ha movido ver cómo, con una lógica de persecución del enemigo interno que recuerda a las peores tradiciones de la izquierda, se acusaba de traidores a personas como Miguel Vila o Eduardo Fernández Rubiño. Ambos comenzaron con esto, al igual que yo, mucho antes de Vistalegre I; antes también de la maravillosa campaña de las elecciones europeas; incluso mucho antes de que saliéramos a la luz aquel enero de 2014. Siempre han estado, al igual que yo, tratando de combatir toda deslealtad, viniera de donde viniera. No sólo Eduardo y Miguel, por supuesto, sino una lista interminable: Pedro de Palacio, Clara Serrano, Carlos Fernández Liria, Dani Corral, Paz Vaello y un largo etc., y que van en equipos que no son el de Pablo o no van en ninguno. En esta situación, no podría dejar de decir, sin sentir vergüenza, a qué creo que se debe.
En cualquier caso, digo todo esto ya desde fuera, sin más pretensiones que las de alguien que ya ha abandonado todas las responsabilidades orgánicas. Mi sitio está en la Universidad, con mis libros, con mis clases, con mis alumnos y alumnas. Estos 3 años han sido años excepcionales; años en los que se abría una clara posibilidad de cambio y todxs estábamos obligados a darlo todo para entrar por esa rendija; años excepcionales en los que, pasado el tiempo, uno se habría mirado a sí mismo con vergüenza si se hubiera estado dedicando a otra cosa mientras tanto. Nunca he cobrado un solo euro de Podemos ni he querido ocupar ningún cargo público, y estoy orgulloso de que haya sido así.
Ahora, ya hay un partido (en guerra, pero un partido), con sus inercias internas y sus dinámicas institucionales. La excepcionalidad del momento en el que había que crearlo todo de la nada ha pasado. Y, por lo tanto, los que no nos hemos dedicado nunca a la política de modo profesional, podemos volver a nuestras tareas, las que nos dan de comer y las que nos hacen felices (en los casos afortunados, como es el mío, en el que las dos cosas coinciden) sin mayor cargo de conciencia. Ese es, pues, todo el interés que tengo: poder volver tranquilo a mi oficio.
Pero no querría reprocharme nunca haber estado callado mientras veía cómo un grupo de conspiradores estaba a punto de tomar el control de Podemos. Creo que esto es algo que va a ocurrir casi con seguridad, porque van a lograr parasitar a Pablo hasta destruir al organismo. Estoy seguro de que Pablo se dará cuenta un año o dos después de que le hayan matado los suyos, pero ya será tarde. No creo que este artículo cambie nada. Pero si las tareas imposibles nos paralizaran, no habría llegado nunca el día de montar Podemos. Y eso no va en el carácter de quienes comenzamos esta historia.