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Perito en Soles

El cantautor Joan Manuel Serrat.
1 de mayo de 2024 22:10 h

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En Orihuela, su pueblo y el nuestro, de Serrat por adopción y mío por nacimiento, Miguel Hernández impidió que la muerte borrara la vida de Ramón Sijé dedicándole una “loca elegía”, al decir de Juan Ramón Jiménez (El Sol, febrero, 1936). En 1972, cuando se cumplían treinta años de que el franquismo muriese a nuestro paisano y, contumaz en su saña contra el poeta, seguía secuestrando sus “vientos del pueblo”, lo rescató Serrat atreviéndose a publicar el disco 'Miguel Hernández'. Durante aquel año 72, la dictadura recrudeció aun más la represión: en marzo habían disuelto a tiros una manifestación de los trabajadores de la Bazán en Ferrol, mataron a Daniel Niebla y Amador Rey, hirieron a más de una docena y terminaron procesando a 23 militantes de CCOO; en junio detuvieron en Pozuelo de Alarcón a la dirección de Comisiones Obreras dando origen al que se conoció como Proceso 1001.

Sin embargo, Serrat les coló a los censores aquel disco, con foto incluida en la portada de un Miguel con uniforme del ejército republicano y puño en alto. Cuando fueron a darse cuenta, la gente canturreaba “para la libertad”, “menos tu vientre”, “la elegía” o “las nanas de la cebolla” de un confín a otro y, pese a las seguras ganas que le tenían, no pudieron retirarlo de la circulación. Paradójicamente, los poemas editados por Losada, Argentina, colección Austral, que se obtenían de extranjis y teníamos que leer forrándolos para ocultar su portada, se podían cantar a voz en grito gracias a Serrat.  No fue la tolerancia de Franco sino el coraje y la inteligencia del Nano, que supo catalizar los anhelos de libertad y desbordó a quienes nos la negaban por la fuerza y doctrinariamente (este fue el matiz que añadió el fascismo al autoritarismo; de reprimirla como había hecho, por ejemplo, la dictadura de Primo de Rivera, a dogmatizar que sólo un Estado Totalitario podía erigirse en intérprete de los intereses y aspiraciones de sus súbditos, como hicieron Hitler, Mussolini y Franco).     

Así, cuando solamente con soñar la libertad en España te convertías en delincuente, los cantautores contribuyeron a materializar el sueño con tanta o más determinación que quienes lo hacíamos desde las filas del movimiento sindical o de las organizaciones políticas clandestinas. No es minusvalorar a estos, sino reconocer justamente a aquéllos; porque tal vez se les haya considerado como simples compañeros en el viaje hacia la democracia, colaborando ocasionalmente con sus recitales, cuando en realidad fueron auténticos vectores continuos de aquella lucha. Gracias a que nos congregaban en mayor número que los que podíamos reunir en los “saltos” para cortar el tráfico, con la unidad sentimental que fraguábamos mientras escuchábamos y coreábamos sus canciones –que sin embargo rompíamos de vuelta a nuestros respectivos cenáculos ideológicos, con patética frecuencia–, fuimos materializando, pese a todo, lo que empezó preconizando Raimon: “(…) yo vengo de un silencio antiguo y muy largo, que la gente romperá (…)”. Siguió Víctor Manuel evocando al abuelo que “fue picador allá en la mina” y alentó tantas esperanzas de quienes luchaban por dignificar sus trabajos en las cuencas y en todos los tajos del país; después Ana Belén nos sacudía las conciencias para que no nos fueran indiferentes  las guerras ni las injusticias; Miguel Ríos puso todo su ingenio de viejo roquero  para hacer de Beethoven un agitador en pro del  “nuevo día” aventando su  Himno a la Alegría;  Elisa Serna nos devolvió, renovadas, muchas canciones de la resistencia antifranquista y Rosa León recreó a  Luis Eduardo Aute, quien nos alertó ante la “noche más larga” que nos podría sobrevenir tras el “alba” en la que Franco mandaba matar a cinco jóvenes, aunque se estuviese muriendo en la cama. Pero a su dictadura tuvimos que derrotarla en las calles, sin azuzar la ira. Con la convergencia entre ideas diversas pero coincidentes en la inaplazable necesidad de convivir libres en un país donde las victorias fuesen fruto de haber convencido con razones y no con pistolas, dejando definitivamente colgado en las paredes del museo de El Prado, el “duelo a garrotazos” de Goya. Además, según iban acumulando éxitos y fama, lejos de degenerar hacia el conservadurismo de quienes nadan y guardan la ropa cuando esta ya es de marca, los cantautores españoles se fueron arriesgando aun más en su compromiso con la libertad y en su empeño por lograr un mundo más justo.

A todos ellos y ellas (más la larga lista de cuantos no he sido capaz de nombrar) se les puede extender la encomiable consideración que ha tenido el jurado con Serrat al otorgarle por unanimidad el premio a las artes de la fundación Princesa de Asturias: “Aúna el arte de la poesía y la música al servicio de la tolerancia, los valores compartidos, la riqueza de la diversidad de lenguas y culturas, así como un necesario afán de libertad”.

Y Joan Manuel siempre ha sabido que en la mezcla germina la sabiduría. Ha mezclado culturas, lenguas, identidades. Sin ella, la humanidad no habría llegado ni a las cavernas, en las que ya era imprescindible compartir el fuego, la comida y el arte rupestre para sobrevivir. Por el contrario, la pureza es infecunda; basta con mirar a la biología para convencerse de que si la guardas más tiempo de la cuenta ya no puedes fecundar la vida. La pureza, la ortodoxia de cualquier signo y condición, no es más que la coartada de la hipocresía. Del mismo modo que los nacionalismos, sean imperiales, del centro o de las periferias, son el pretexto de quienes no quieren compartir y han sido los provocadores de las mayores tragedias a lo largo de la historia. Se han ganado a fuerza de sembrar la desventura un destacado lugar en el museo… ¡de los horrores! Bien que los ha sufrido Serrat, aquí y en pagos latinoamericanos donde sufriesen dictaduras, por ejemplo, en Chile y en Argentina. 

Este perito agrícola por titulación académica se ha graduado vitalmente como Perito en Soles, esclareciendo con su poesía las perspectivas aun cuando nos las ensombrecían con las nubes más negras. Por mucho que admire y quiera a Miguel Hernández, reconozco que prefiero a este perito de la luz que a aquel joven que con apenas 22 años se enmarañó con los “acertijos poéticos” (Gerardo Diego) de Perito en Lunas. El mismo ha sabido superarse desde los “ojos llenitos de ayer” de la entrañable Penélope a decirnos en su despedida: “Dejamos aparte melancolías y nostalgias, porque solo nos queda el futuro. Es lo más alentador que podemos escuchar quienes detestamos, por estúpida y reaccionaria, la sentencia de los nostálgicos: ”cualquier tiempo pasado fue mejor“. Como sabiamente objetaron los Luthier y ha popularizado la admirable Nieves Concostrina: ¡cualquier tiempo pasado fue, sencillamente, anterior”.  Con Serrat seguiremos luchando por un futuro mejor que éste presente tan inquietante e irritante.

Nota. Solicité el premio de las Artes Princesa de Asturias para Serrat a partir de una idea original de Cecilia Sanz Fernández, secretaria general de la Federación Agroalimentaria de CCOO 1984-2009. Con toda nuestra gratitud a D.  Carlos Hernández-Lahoz, director del área de Premios de la Fundación Princesa de Asturias.

  

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