Un día del pasado verano Eloisa Vaello, compañera del artista ecuatoguineano Ramón Esono, recibió una comunicación de trabajo: iba a ser destinada a El Salvador. Era una gran noticia para la familia que iniciaría una nueva aventura vital después de años trabajando en Paraguay, pero suponía un problema para Esono: después de un tiempo sin volver a su país por motivos políticos, el artista se vería obligado a regresar a Guinea Ecuatorial para gestionar un nuevo pasaporte y desplazarse con su familia a El Salvador.
Ramón Esono sabía que las autoridades de su país le esperaban para darle “una lección”. A pesar de ello y aún conociendo los riesgos, llegó a Malabo con un salvoconducto provisional y la seguridad de que no sería bienvenido por los gobernantes de su país a los que nunca le han gustado sus dibujos críticos en los que retrata al teniente coronel Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial, como protagonista principal de su novela gráfica satírica La Pesadilla de Obi y de las historias de su blog “Locos TV”, en las que ridiculizaba, sin filtros y a tumba abierta, el clan del poder de Guinea Ecuatorial.
Una “pesadilla” llamada “Obi”
El argumento de la historia es sencillo: “Obi”, protagonista y trasunto dibujado del presidente Obiang, es igual de sátrapa, corrupto, despótico, tiránico, agresivo y rico que el de la vida real. Lleva una existencia de lujos y excesos mientras los ciudadanos de su país viven, como en la Guinea Ecuatorial real, en la miseria. Pero un día “Obi” se despierta convertido en un ecuatoguineano común y tiene que enfrentarse al enloquecido sistema social, político, sanitario, policial y económico que ha creado.
Así, en el desarrollo de las peripecias cotidianas del empobrecido “Obi”, Esono plantea un análisis descarado e irreverente de las miserias cotidianas de su país en el que, a pesar de los inmensos recursos económicos procedentes del petróleo (es el tercer mayor productor de África), una mayoría de la población vive en la pobreza.
La detención en Malabo
Al llegar a Malabo, Ramón Esono disfrutó de una aparente tranquilidad. Visitó a su familia, recuperó el olor de las calles de su barrio de “Los Ángeles”, jugó al fútbol y compartió tiras de cervezas con viejos amigos, pero todo se quebró la tarde del 16 de septiembre.
Aquel sábado y a la salida de un restaurante, unos agentes del orden se acercaron a Esono -que estaba acompañado por dos amigos españoles–, y lo detuvieron en la calle y sin dar explicaciones. Lo llevaron a “Guantánamo”, como se conoce popularmente la comisaría de Malabo, y le acusaron de haber “injuriado y difamado” al presidente Obiang con sus dibujos. Tres días después y, a falta de motivos reales, la policía se inventó un montaje acusatorio por falsificación e intento de blanqueo de dinero basado en pruebas falsas colocadas en el coche de una de sus hermanas.
Unas semanas después de llegar a Malabo, Ramón Esono acababa encerrado en una de las cárceles más oscuras de África, Black Beach. Allí sigue, casi dos meses después, a la espera de juicio y sin cargos formales, en una celda infecta, comiendo sardinas de lata entre la mugre, dibujando en los cartones que le pasan sus hermanas y enseñando a dibujar a algunos compañeros de cautiverio.
¿Y ahora qué?
Me dicen desde Malabo que las legaciones diplomáticas de España y Francia negocian con las autoridades de Guinea Ecuatorial una solución al caso, pero los frutos, de momento, son escasos. Todo periodista sabe que nunca debes preguntar a un diplomático si no quieres que te mienta. Mucho más en un país como Guinea Ecuatorial, donde las esquinas escuchan, donde todo el mundo opina, pero nadie sabe.
Hasta donde sé, la situación de Ramón podría resolverse “a la africana”, o sea, al estilo tradicional y según los patrones familiares y de las leyes no escritas de los fang, etnia mayoritaria y dominante a la que pertenece tanto el clan gobernante y la familia de Esono.
Me cuentan también que “hay avances”, que el “escarmiento” a Ramón Esono podría disminuir cuando pase la tormenta electoral que está al caer en el país. Pero otros susurros que llegan del golfo de Biafra me soplan que no se puede bajar la guardia: las autoridades podrían retrasar cualquier decisión sobre el caso de Esono hasta después del día 16 de noviembre, cuando finaliza el año judicial en Guinea. De esa forma, la resolución del caso debería aplazarse hasta enero y Esono seguiría en la cárcel.
El sarcasmo irreverente
El trabajo de Ramón Esono que lo ha llevado a prisión destaca por ser mordaz, agresivo, descarado e irreverente, pero ¿qué es el arte de la sátira sino eso? Si el régimen político de Guinea Ecuatorial es una terrible y dolorosa farsa y los trazos de Esono sólo lo representan de la ¿única? manera posible: con ese sarcasmo irreverente con el que dibuja saqueadores disfrazados de trasnochados playboys que gobiernan el país con las manos embadurnadas en petróleo.
Ramón Esono también ataca a los “colaboracionistas” africanos y europeos que beben whiskys con el meñique en alto en salones de lujo mientras callan, por miedo o interés, ante la situación de la mayoría de Guinea Ecuatorial, una país con tan mala suerte que, tras el penoso colonialismo español, soporta ahora la “maldición del petróleo”, el nuevo colonialismo económico.
Además de La Pesadilla de Obi, Los asesinos de mi inteligencia, Dictadores, Bozales, El Plan B o El sueño de Ayoko son otras de las obras críticas más destacables en la trayectoria artística de Ramon Esono, un artista muy influenciado por esa revista que sale los miércoles y se llama El Jueves. Su trabajo es siempre conmovedor y memorable porque es auténtico. Está concebido en la cabeza de un artista fronterizo; un dibujante serio que se sabe un loco: inventó una mirada en un país donde nadie quería ver y con ella fundó una tradición inexistente.
El trabajo de Esono muestra la degradación de la vida socio política ecuatoguineana que, sin duda, se podría encuadrarse en la “necropolítica” del filósofo camerunés Achille Mbembe; y dentro del marco de ese “capitalismo gore” de la ensayista mexicana Sayak Valencia. En ese sentido y como hijo de la posindependencia, Esono también denuncia el fracaso que para su país (y otros de África) representan unos gobiernos totalitarios que, sustentados en los márgenes de las antiguas estructuras coloniales y a base de una corrupción de estado, han arruinado las esperanzas de un par de generaciones de guineanos (y africanos) como describe con gran acierto el escritor congoleño Alain Mabanckou.
Sigue el sufrimiento. Continua la protesta
Mientras Ramón Esono sigue en la cárcel continúa la más o menos (in)eficaz presión mediática internacional a unos gobernantes que llevan decenios despreciando los informes y denuncias de Amnistía Internacional, Human’s Right Watch y Equatorial Guinea Justice. Siguen las campañas y actos por la liberación de Esono al que, además, la Cartoonists Rights Network International (CRNI) le acaba de conceder en Nueva York su premio al valor por “la defensa de la libertad de expresión y su gran sacrificio” en el oficio de dibujante.
Sigue la presión para liberar a un artista que se ha equivocado muchas veces, pero que ha aprendido que la verdad no es de nadie; y que también ha descubierto que las imágenes son un campo de batalla político en el que hay pelear, aún a riesgo de cometer errores. Ha sido su apuesta y la está pagando con mucho sufrimiento él y también su familia (Elo, sus hijos Matuku y JonJon, sus hermanas). De momento, esas manos nada ocultas que manejan Guinea Ecuatorial -siempre dispuestas a ejercer la función ejemplificadora del escarmiento- van ganando, pero todos sabemos que las historias de la vida nunca son lineales.
Una sonrisa a pesar del dolor
Sé que, a pesar del dolor, Ramón Esono sigue sonriendo en la cárcel. Lo sé porque Ramón vive a la entrada de mi casa: uno de sus dibujos ocupa el espacio que siempre miro al abrir la puerta de mi apartamento. Su “Caperucita Roja y en lobo feroz en la tierra del leñador” es un dibujo de una niña y un lobo, pero yo veo la cara sonriente de Ramón en ese trozo de papel decorado que le dedicó a Paty, mi esposa.
Sé que, a pesar del dolor, Ramón Esono sigue sonriendo en la cárcel. Lo sé porque he trabado muchas veces con Ramón, y porque, como todos los amigos, hemos peleado, hemos abusado juntos del zumo de la cebada mientras bailábamos entre las chabolas de Malabo.
Sé que, a pesar del dolor, Ramón Esono sigue sonriendo en la cárcel. Lo sé porque ha podido olvidar una terrible noche de lágrimas de hospital en homenaje a aquella criatura que se fue sin casi haber llegado al mundo. Por todo eso y muchas otras situaciones que ahora debo olvidar y callar sé que, a pesar del dolor, Ramón Esono sigue sonriendo en la cárcel porque, por encima de todo, es inocente.
La existencia se conjuga siempre con verbos en presente: hoy, ahora en Malabo, el artista Ramón Esono sigue en una prisión sólo por dibujar, por tener la convicción y el entusiasmo de atreverse a querer, a creer, a buscar; a producir indignación, asombro, asco, enfado… algo.
Y mientras él siga en la cárcel, Guinea Ecuatorial seguirá en deuda con su propio fracaso.