En Rojo y Negro, la genial novela de Stendhal, un grupo de “prohombres notables” franceses de mediados del siglo XIX se reúnen clandestinamente en la noche, alrededor de una mesa de taberna. Pretenden ordenar los destinos de la nación a partir de una asignación de roles y asignan a cada bando su papel. A “los periodistas, los electores, la opinión, en una palabra: la juventud y todo lo que ella admira” les dejan tranquilamente “embriagándose con el ruido de vanas palabras”. Ellos, mientras tanto, tienen “la indiscutible ventaja de consumir el presupuesto”.
Pareciera que quienes diseñaron la operación de derribo de la Ejecutiva Federal del PSOE del pasado octubre y su posterior sustitución hubieran pergeñado un análisis de igual raíz. “Dejemos que algunos vociferen y protesten”, pensarían, “nosotros tenemos la indiscutible ventaja de controlar el aparato del partido (y no solo eso)”. Pues bien, en esto llegó la primera semana de mayo, el momento de entregar los avales para presentar las candidaturas a la Secretaría General. La candidatura de Susana Díaz había ya filtrado a diferentes medios de comunicación que pretendían “aplastar” –incluso en alguna noticia ya “daban las primarias por ganadas”– y, llegado el momento, presentó la increíble cifra de más de 62.000 avales en Ferraz. Asunto concluido parecían pensar, por la satisfacción que se reflejaba en las caras de los postulantes, a juzgar por las fotografías. Y entonces llegó el mazazo.
La candidatura de Pedro Sánchez presentaba más de 57.000 avales, en lo que se convertía también en una increíble demostración de fuerza, teniendo en cuenta lo decisivo que resulta en este brete el control de las estructuras de partido. Resulta que las primarias no estaban ganadas y, aún más, iban a ser extraordinariamente competidas. Si las caras reflejaban satisfacción antes, las de los mismos justo después de que se certificara la entrega de los avales de Sánchez también eran un libro abierto. El sueño se tornó en pesadilla.
Sucedió entonces lo que ocurre cuando un suceso inesperado frustra lo que ya se da por seguro: se comenzó por negar el mismo hecho. Algunas “fuentes de la candidatura de Díaz” afirmaban ante los periodistas que muchos de los avales de Sánchez estarían falsificados, mientras que muchos de sus seguidores esa misma tarde inundaban las redes con el “#pucherazoSánchez”. La revisión de las horas posteriores acabó por confirmar que la distancia se mantenía entre ambas candidaturas y que, por lo tanto, esas acusaciones eran infundios.
Es comprensible la reacción en la candidatura de la postulante Díaz: es simplemente pánico. Ya se habían reunido los notables y habían repartido los papeles. Y como les ocurrió a tantos otros que a lo largo de la historia han querido controlar desde un despacho los acontecimientos, resulta que la arrogancia es la peor de las consejeras. No hay mayor error que infravalorar a tu adversario y aquí hay algo peor: las estructuras de dirigentes del PSOE han demostrado tener un absoluto desconocimiento de lo que sucede en su organización.
Todo lo que ocurrió a partir del 1 de octubre hasta ahora reafirma esta última aseveración. Ni conocen a su militancia, ni al parecer tampoco a sus votantes –que de manera reiterada en diferentes encuestas de opinión se han manifestado partidarios mayoritariamente de la posición de Pedro Sánchez–. Mal, muy mal deben de conocer a la masa crítica socialista si utilizan para desgastar al otro las atalayas desde donde, tradicionalmente, se ha atacado al PSOE como organización; mal conocen a la militancia si enarbolan “discursos del miedo” sustentados en ataques que, una y otra vez, han recibido los representantes socialistas y para los cuales la militancia ha desarrollado ya anticuerpos. Mal conocían la organización si pensaban que el paso del tiempo iba a borrar de las mentes lo que fue percibido por tantos como una injusticia, precisamente en un partido cuya alma mater es esa: la justicia. Rematadamente mal ponderan a los/as afiliados/as socialistas si creen que una decisión de tal magnitud como abstenerse ante el PP podía generar poco menos que indiferencia.
No había Plan B a la “técnica del aplastamiento”. Lo demuestra el que la respuesta a la presentación de los avales haya consistido en arreciar los ataques personales contra Pedro Sánchez, sin percatarse de que cada golpe le deja más sólidamente asentado, como un clavo que recoge los golpes de un martillo; la última es querer prácticamente hacer borrar las dimisiones que precipitaron la caída de Sánchez, como si el Comité Federal del 1 de octubre hubiese sido algo normal. Lo demuestra también que la candidatura de Díaz ni siquiera se tomó la molestia de presentar un documento que reflejara la idea de organización que defiende. Sin duda creían que con un puñado de eslóganes de naturaleza futbolística (“mucho PSOE”, “me gusta ganar” …) sería suficiente para pasar el trámite. ¿Qué modelo de partido defiende la candidatura de Susana Díaz, cuál es el posicionamiento estratégico que entiende mejor para el PSOE?
Nadie sabe lo que ocurrirá el 21 de mayo, pero lo cierto es que, utilizando también analogías deportivas, los equipos que se aplican con humildad y vienen desde abajo han sido capaces de tumbar a equipos poderosos que, arrogantemente, pensaron que se ganaba sin jugar. Y no digamos si los tantos de este juego se marcan en una urna, de forma secreta, libre y directa.