Podemos, economía y política
“No salen las cuentas” o “no han echado las cuentas”. Con esta apelación al realismo, al exigente mundo terrenal, se ha pretendido nombrar una de las principales debilidades del programa económico de Podemos y de su intervención en las instituciones; se critica que sean medidas a menudo bienintencionadas, pero carentes de rigor, que se han lanzado ignorando u omitiendo el verdadero coste de las mismas.
Es muy importante, desde luego, justificar con la correspondiente memoria financiera las propuestas económicas y Podemos ha sido especialmente escrupuloso al respecto. A la hora de elaborar los programas con los que nos hemos presentado a las diferentes consultas electorales hemos cuidado hasta el extremo que cada uno de los objetivos estuviera acompañado del correspondiente documento donde se acreditaban tanto los ingresos como los gastos; aun sabiendo que, como hemos comprobado en nuestra propia experiencia, antes de llegar a las instituciones -sometidas a un saqueo sistemático por políticos y empresarios sin escrúpulos- era imposible saber el verdadero estado de las cuentas, y en consecuencia las memorias no podían ser sino estimaciones.
Resulta llamativo que algunos de los partidos que clamaban contra la falta de realismo de Podemos hayan omitido estos documentos, convirtiendo sus programas en verdaderos brindis al sol. Asimismo, desde las instituciones, que han gestionado como si fueran su cortijo privado, la marca de la casa de estos partidos ha sido decir una cosa y hacer lo contrario.
No quito ni un ápice de importancia al necesario rigor que debe acompañar nuestras propuestas económicas si digo que, finalmente, la clave está en la política, ahora, antes y siempre. No nos confundamos, han sido decisiones políticas, y los intereses que se ocultan tras ellas, las que han puesto en marcha una agenda económica consistente en devaluar los salarios e introducir una reforma laboral que ha debilitado y en muchos casos eliminado la negociación colectiva, la que ha conducido a que sean las clases medias y los trabajadores los que soporten la mayor parte del ajuste presupuestario, la que ha dado prioridad a la reducción del gasto público social y productivo, siendo conscientes de que eso perjudicaba a los grupos de población más desfavorecidos. La decisión de poner por delante los intereses de los grandes bancos y corporaciones, de rescatarlos con dinero público, y la preservación de los privilegios de los ricos ha sido el fruto de una inequívoca voluntad política. ¿O acaso creíamos que todo ello ha sido el resultado de una lógica económica, o, peor todavía, de la única lógica económica posible, investida de indiscutible racionalidad?
Y será asimismo el resultado de una decisión política poner el empleo en el centro de la agenda gubernamental y derogar las últimas reformas laborales, rescatar a la ciudadanía antes que a los bancos, aumentar el salario mínimo y las pensiones, garantizar una prestación por desempleo suficiente, canalizar recursos públicos hacia los cuidados y la sostenibilidad, legislar a favor de la igualdad de género…y tantas otras cosas que conformarían el núcleo central de un programa de cambio destinado a beneficiar a la mayoría social.
Tras esos objetivos hay, por supuesto, una racionalidad económica que debemos reivindicar, aunque muy distinta de la de los poderosos. Pero sobre todo tiene que haber un decidido compromiso con la ciudadanía y una insobornable voluntad política de transformación de un orden económico y social injusto, crecientemente oligárquico y autoritario.
Sí, es la hora de la política. Necesitamos ser rigurosos, convirtiendo nuestra presencia en las instituciones en propuestas, bien diseñadas y argumentadas, que lleven la impronta de la mayoría social a la que queremos representar. Esa intervención debe ser asimismo convincente a la hora de desvelar y denunciar el “todo sigue igual o parecido”, con una puesta en escena que ya no es la del rodillo parlamentario sino la de la recomposición del bipartidismo.
Y necesitamos mucha comprensión de lo que, más allá de la retórica, debe ser el ADN de la nueva política: llevar las instituciones a la sociedad, no sólo para informar a la ciudadanía de lo que allí ocurre (y de lo que no ocurre) y rendir cuentas, sino para abrir cauces de participación e intervención que permitan que la gente exprese y haga valer sus intereses. Es imprescindible, finalmente, un concienzudo y continuo trabajo fuera y al margen de las instituciones, de explicación y de movilización, en las calles, en las plazas y en los centros de trabajo.