En política, el tiempo no es olvido
La grave crisis interna que atraviesa el PSOE al igual que todo proceso que acaba en catástrofe, suele llevar implícita una larga serie de acontecimientos acumulados que provocan un resultado predecible y hasta cierto punto perseguido por alguna parte.
No es ninguna novedad argumentar que las guerras no nacen de un día para otro, suelen producirse altercados previos, desavenencias incluso fuertes confrontaciones que acaban en lo peor, como poco en fracturas y casi siempre en violencia.
La historia reciente del PSOE no está caracterizada por la paz ni por la tranquilidad. Los congresos se convierten en espectáculos de luchas de poder, basados en aparentes principios democráticos que se llegan a perder en muchas ocasiones por las formas y maneras que se utilizan, y que surgen en los distintos ámbitos: provincial, autonómico y nacional. Es un mal común a todos los partidos políticos, sin excepciones, mientras que unos son más partidarios de escenificar públicamente sus propias batallas, otros ocultan bajo unos parámetros de fuerte disciplina interna las luchas cainitas de sus organizaciones. Sin duda, la lucha por el poder es la lucha por el poder, ambición inherente al ser humano, más aún en política.
Es difícil de entender socialmente lo que ha pasado en el PSOE recientemente, un PSOE con un secretario general elegido por las bases y poco tiempo después cuestionado permanentemente por algunos de sus dirigentes. Socialmente es poco comprensible que un partido haga oposición a su mismo partido, como si se tratase de un proceso electoral, de una campaña que se perpetúa en el tiempo. Simplemente no pueden trasladarse a los ciudadanos valores democráticos y de respeto cuando el partido que aspira a gobernar el país no es capaz de aplicarlo internamente.
Los resultados electorales no sorprenden, resultados predecibles que han ido empeorando a medida que las disputas internas y que ciertas voces “autorizadas” de liderazgos pasados iban subiendo de tono y ocupaban más espacio.
¿Por qué? No se trata solo de una confrontación sobre un proyecto, sino sobre algo más complicado, más profundo e intrínseco a la política, lucha de poder, protagonismo y autoridad. Pero también se trata de una visión sobre el modelo de partido, sobre la participación y sobre el papel de la militancia.
El PSOE de hoy no es el partido de hace 137 años, ni tampoco debe seguir siendo el PSOE de hace 40 años, el que creció en los principios de la democracia y reflejaba la España real de aquella época. Los líderes de aquella época y su concepción de la política de aquellos tiempos fueron corresponsables con la época que se vivía, con la sociedad de aquellos tiempos y con una España que venía de 40 años de dictadura.
El PSOE de ahora no puede seguir funcionando con los mismos parámetros ni bajo la mirada y tutela de algunos líderes que protagonizaron esa época. Sencillamente, son tiempos distintos y su historia y vivencias no deben aplicarse al momento tan convulso que vivimos. Su historia personal y su estatus social marcan tal diferencia con el referente social que buscan hoy en día los votantes del PSOE, que su intervención hace que los simpatizantes y votantes socialistas se hallen confusos y se alejen cada vez más, sintiéndose huérfanos de un referente político con el que se identificaban y en el que confiaban.
Estamos en el siglo XXI y la sociedad española no es la misma que hace 40 años. España se ha transformado, la perspectiva de los problemas ha cambiado y se ha madurado políticamente. Una evidencia que debe hacer reaccionar a los partidos políticos, más aún a un partido como el PSOE, porque a pesar de su larga historia, de sus crisis internas y de muchos años al frente del gobierno de España sigue siendo el partido que menos rechazo genera entre la ciudadanía. Pero como la sociedad española y como cualquier organización, debe adaptarse a los nuevos tiempos.
El sistema tradicional de elección de delegados, controles férreos de los conocidos “aparatos” ha desembocado en poca renovación de cargos, desconexión del proyecto político con la necesidad social y mucha vieja política que poco o nada quiere ver más allá de los círculos que les rodean.
El PSOE no puede ni debe dar marcha atrás en dar voz a sus militantes, militancia madura, formada y con criterio que quiere y deber ser partícipe de las grandes decisiones que afectan al partido, como es la elección de sus líderes. El PSOE debe escuchar hoy más que nunca a su gente, si quiere recuperar espacio político y volver a ser el referente social como partido que ha sido gobierno y debe aspirar a volver a serlo.
La militancia es el ejército en la calle, es la vía de transmisión y de cercanía con la sociedad. No puede haber proyecto político que se precie si no responde a demandas legítimas y necesidades reales de las personas, de los colectivos, de las asociaciones, de los representantes sociales. Pese a encontrarnos en la sociedad del conocimiento en la que la información viaja a toda velocidad a través de los medios de comunicación, el lado humano es necesario, es el que pone cara a los problemas, a la cercanía y por ello en esta sociedad cobra un valor mayor.
Un proyecto político en el que su militancia no decida no es un proyecto político válido ni democrático. Los tiempos han cambiado y cuando se forma parte de una organización, es preciso dar voz y participación a sus miembros para que el proyecto sea colectivo y extensible, sea un proyecto multiplicador y entusiasme.
No se puede considerar a la militancia débil, cambiable, influenciable y olvidadiza. La militancia se basa en convicciones y las convicciones ni mutan ni se olvidan con la facilidad que desearía la actual Gestora del PSOE.
En política, el tiempo no es olvido. Sólo cabe mirar hacia adelante en un inmediato proceso de Primarias y un Congreso democrático que sea el inicio de una auténtica y asumida renovación de formas y de fondo. No está de más rememorar en estos tiempos como referencia “L'ancien régime et la Révolution” de Alexis de Tocqueville para evitar regresar a tiempos peores. Me gustaría por lo tanto que se dejara de corregir a la democracia para que la militancia socialista pueda expresarse lo antes posible en un proceso congresual con garantías, con árbitros imparciales y sin actitudes propias de otros tiempos muy pasados.