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La política viejuna y la teoría del loco

El expresidente Donald Trump.
19 de febrero de 2024 22:40 h

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En una entrevista en la televisión estatal rusa, Vladimir Putin ha dicho que preferiría que ganara Biden porque “es predecible”. Desde el Panóptico, mi observatorio político, veo una vez más la aburrida repetición de la política viejuna. Putin ha sido sincero. Sabe que Trump es imprevisible, y eso le incomoda, sin duda, porque es la misma estratagema que él ha utilizado con frecuencia. Al inicio de la guerra de Ucrania, amenazó con el uso de armas atómicas, y el mundo se estremeció por si acaso fuera capaz de hacerlo. Recuerden los comentarios que se hicieron sobre su salud mental, de los que se derivaba una conclusión: no conviene exasperar al loco. Fomentar una reputación de imprevisible, inestable o irracional sirve para hacer creíbles las amenazas, por muy disparatadas o suicidas que parezcan.

Es una lección de primer curso de táctica política, denominada 'teoría del loco', una argucia viejuna pero que sigue siendo eficaz. En un enfrentamiento puede resultar beneficioso que te consideren loco. Obras clásicas sobre el tema son las de Daniel Ellsberg, 'The Political Uses of Madness',  Thomas Schelling, 'The Strategy of Conflict', y un buen resumen puede verse en Roseanne W. McManus, que analiza los casos de Adolf Hitler, Nikita Khrushchev, Saddam Hussein, y Muammar Gaddafi (McManus, R., 'Revisiting the Madman Theory: Evaluating the Impact of Different Forms of Perceived Madness in Coercive Bargaining').

 El nombre –'teoría del loco'– se atribuye a Richard Nixon. Al parecer, dijo a su jefe de gabinete H.R. Haldeman: “Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra. Correremos el rumor de que, ‘por amor de Dios, conoces a Nixon, está obsesionado con el comunismo. No lo podemos reprimir cuando está furioso –y tiene la mano en el botón nuclear’– y el mismo Ho Chi Minh estará en París en dos días suplicando por la paz”. Pensó que si los líderes comunistas creían que su comportamiento era irracional e impredecible, evitarían provocarle.

Donald Trump empleó la misma táctica. “Tenemos que ser impredecibles”, respondió cuando el diario The Washington Post le preguntó cómo actuaría ante el expansionismo chino. También la usa Putin y el líder norcoreano Kim Jong-un. En realidad, todos son discípulos de Maquiavelo, que ya advirtió que en ocasiones “es algo muy sabio simular locura”. ('Discursos sobre la primera década de Tito Livio', libro 3, c.2). Vuelve a sonar la voz de Voltaire: “La historia nunca se repite. Los seres humanos, siempre”.

Estamos hablando de un mecanismo psicológico que actúa en muchos niveles y situaciones. Todos conocemos a personas que trabajan su reputación de “maniáticos”, “violentos”, “irresponsables”, con la que consiguen que los demás acepten lo inaceptable, bajo la rúbrica “son cosas de Fulano”. Los expertos en negociación saben que demostrar furia o una gran volatilidad suele ser eficaz en los tratos. Durante los encuentros con Chamberlain, Hitler se hizo pasar mensajes que parecían sacarle de sus casillas, dando duras órdenes sobre la marcha, solo como una dramaturgia para impresionar a su interlocutor, que salió de las primeras entrevistas con la idea de que Hitler no estaba en sus cabales.

Si queremos desarrollar una pedagogía del talento político –tanto del gobernante como del gobernado– debemos conocer estos mecanismos de influencia que son muy difíciles de desmontar. Funcionan de una manera parecida a las ilusiones ópticas. Vemos dos líneas, con puntas de flecha en sus extremos, unas hacia fuera y otras hacia dentro. Esta parece más corta que la otra. Las medimos, son iguales, pero continuamos viéndolas diferentes. Lo único que podemos hacer es tomar las decisiones sobre lo que medimos, y no sobre lo que vemos. Al conocer las argucias tácticas, podemos, al menos, protegernos de ellas, por ejemplo, de la 'teoría del loco'.

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