Hoy he decidido migrar momentáneamente de nuestro blog, pues creo que lo que tengo que decir se ajusta mucho mejor a una Tribuna Abierta, aunque mi opinión se apoye parcialmente en hechos científicos.
Como catalán (nacido y criado en Sevilla hasta los ocho meses) que vivo fuera de Catalunya (la abandoné a los 32 años), y viviendo actualmente dentro del Estado español (desde hace 14 años), me encuentro últimamente, y cada vez con más frecuencia, con conversaciones que preferiría no oír, pero que claramente están azuzadas por las circunstancias. Por ejemplo, recientemente, en la cena de clausura de una reunión científica me senté al lado de una pareja; ingeniero él, bióloga ella. Mantendré su zona de origen en el anonimato para contribuir positivamente al mensaje de este post.
Estábamos teniendo una placentera cena, hablando de nuestro trabajo, cuando de repente él saltó y me dijo que el independentismo catalán era nazi. Ella, al darse cuenta de la fuerte falta de empatía de su pareja, le comentó que quizás no era momento de hablar de esas cosas. El caso es que a mí me dio un vuelco el corazón, no sólo porque acababa de llamar sin ningún miramiento nazis a muchos de mis amigos y parte de mi familia, sino porque me di cuenta de que los mantras orwellianos del PP (tergiversando impunemente el significado de las palabras) estaban funcionando.
Llamar nazi a una actitud independentista totalmente pacífica, y en ese sentido ejemplar, es insultante para todas las víctimas del nazismo y un insulto a los ciudadanos a los que injustamente se les aplica este calificativo. Pero no retractarse y utilizarlo como mantra durante apariciones en público (se lo he oído por lo menos al ministro de Exteriores y al portavoz del PP) es ya el colmo.
El ver cómo se extienden en la población (y por tanto funcionan) este tipo de mensajes engañosos (de la misma manera que la publicidad engañosa) me ha hecho ver que necesitamos definir y denunciar lo que está pasando en términos del daño potencial que puede ocasionar, tanto desde un punto de vista político (adulterando y emponzoñando la posibilidad de una política de discurso honesto) como desde un punto de vista social (instigando las hostilidades entre las diferentes ideologías y orígenes geográficos).
Y qué mejor que utilizar la biología y el comportamiento animal para intentar explicarlo y denunciarlo. La idea central que se barajaría aquí es que la política debería estar dirigida a los aspectos humanos y racionales, y no basarse en el instinto animal, que es lo que históricamente ha traído las grandes desgracias a la humanidad.
Me permito acuñar aquí lo que llamaría “populismo salvaje”, o populismo que apela a los instintos animales del pueblo, y cuyas consecuencias pueden llegar a ser también salvajes, en el sentido de que pueden llegar a potenciar el salvajismo y las atrocidades, como pasó precisamente, y de forma extrema e irrepetible, en la Alemania nazi.
Salvaje es la política del miedo, porque se basa en el hecho bien conocido de que las presas se inmovilizan e inactivan ante la presencia de un depredador, lo que puede tener impactos muy relevantes en los ecosistemas. De la misma manera, metiendo miedo a la población amenazándola con peligros, muchas veces no existentes o exagerados, se obtienen grandísimos réditos políticos, dado que ello (como en los animales) lleva a la anulación del activismo.
Salvaje es la xenofobia (y el racismo), porque no deja de ser una forma de neofobia, ésta última muy común entre los animales. La neofobia es el “miedo a lo nuevo” y en el estudio de los animales se usa para describir a aquellos individuos que evitan colonizar nuevas zonas, ingerir alimentos desconocidos para ellos o encontrarse con otros individuos o especies que no conocen, sean o no peligrosos (ej. depredadores potenciales). Ante el miedo a lo desconocido se puede actuar evitándolo totalmente o siendo hostil contra él cuando la exposición es más crónica, como ocurre en los animales que sólo muerden o atacan cuando son acorralados.
Salvaje es la defensa del territorio. Los animales defienden territorios para asegurarse el acceso a los recursos limitantes, sean estos alimenticios o parejas para la reproducción. La muerte (incluso el consumo del vencido) puede llegar a ocurrir durante dicha defensa. Además, en las sociedades animales (hormigas, termitas), se da también la defensa del territorio en grupo. El actual conflicto territorial en España obedece a este tipo de defensa.
De hecho, incluso tiene cierto matiz de ventaja residente-intruso, terminología esta última prestada de la etología (la ciencia del estudio del comportamiento animal). En los animales (¡como en los campos de fútbol y muchos otros deportes!), el que ha llegado antes a un territorio, o ha pasado más tiempo en él (el residente), lo defenderá con mayor ahínco contra el que llega después o lleva menos tiempo allí (intruso), y acabará dominando ese territorio más probablemente.
Esto parece que podría explicar la audacia del movimiento independentista catalán, que de forma pacífica, y superando todo miedo y amenaza, consiguieron llevar a cabo una votación en muy precarias condiciones. Es decir, sentirían la posesión del territorio como propio y arriesgarían más en su defensa. Un comportamiento innato. Pero sin duda, el comportamiento del Gobierno español, que ordenó cargas policiales originando más de 800 heridos, fue mucho más agresivo, y en este sentido alimentó muchísimo más un populismo salvaje.
Salvaje es intentar asegurarse el acceso a los recursos y el miedo a perderlos. Asegurarse los recursos es lo que hacen continuamente todos los seres vivos y la razón última de su existencia. Apelar, como hizo Junqueras, al mejor PIB catalán para justificar la independencia de Catalunya, es populismo salvaje porque está estimulando en la población el instinto del seguro de los recursos.
Además, dado que esto genera agravios comparativos con el resto del Estado español, potencia la xenofobia y el odio de los españoles desde fuera de Catalunya (de hecho esto lo dijo en castellano), así como un incremento en el miedo a perder recursos. Pero salvaje es también la amenaza de las empresas y bancos de trasladar sus sedes sociales fuera de Catalunya porque genera miedo e incertidumbre en la población catalana acerca del acceso a los recursos.
En resumen, el populismo salvaje se basa en la política del miedo, la instigación a la xenofobia, la territorialidad y en remarcar la posibilidad de asegurarse o perder el acceso a los recursos, todo lo cual está asociado de forma directa al instinto animal más negativo, y por tanto a la parte más irracional del ser humano. Y esto no se hace de manera casual, ni mucho menos. Muy al contrario, esto está diseñado por organizaciones tipo think tank (FAES, ANC) y difundido por medios de comunicación altamente sesgados o intervenidos. Lamentablemente éstos son la inmensa mayoría que llega a las casas por defecto, sólo evitables buscando alternativas por internet, lo que desafortunadamente no hace una gran parte de la población, especialmente la fracción de mayor edad.
Hay que destacar, sin embargo, que hay diferentes tipos de think tanks, y que algunos han aflorado desde el pueblo, como la ANC que habría sido construida de abajo-arriba, después de que más de un millón de personas se manifestaran Diada tras Diada para reivindicar los derechos de Catalunya. Además no es lo mismo ser el presidente de un think tank en el que por defender los derechos del pueblo te meten en prisión (ANC), que el presidente de un think tank que trabaja para meter a los que defienden sus derechos en prisión (FAES).
Como científico, me gustaría hacer el ejercicio de poder establecer un “índice de populismo salvaje” y poder juzgar las políticas de los diferentes partidos y gobiernos en función de dicho índice.
El establecimiento de dicho índice requeriría un estudio detallado, definiendo muy bien qué acciones o efectos corresponderían a cada nivel del índice, y estandarizar entre acciones y efectos de muy diferente naturaleza. Además habría que demostrar que la repetitividad del índice dentro y entre observadores (llamados “jueces” en estadística) es alta. Es decir, habría que asegurarse de que todo el mundo aplica el índice consistentemente y que por lo tanto no está sujeto a subjetividad.
Esto supondría un reto casi inalcanzable, pero si fuese posible esto nos permitiría poner una nota extremadamente alta a los nazis y a sus atrocidades, y luego juzgar en relación a este máximo las políticas populistas por su manera de utilizar, enfrentar y reprimir a la población apelando a la parte más irracional de ésta. Y en función de la falsedad del discurso (como llamar nazi a una resistencia pacífica popular), y el efecto negativo que tendrían sobre la sociedad, asignarle a dicha política un valor del índice.
En ese sentido, podríamos ponerle un 0 en índice de populismo salvaje a una huelga como protesta a las cargas policiales del 1-O, que no supondría nada más que una lucha en defensa de los derechos humanos; y un valor mucho más alto a la política represora de cargas policiales indiscriminadas, encarcelamientos y utilización de mantras orwellianos del tipo “son nazis” para referirse a los millones de personas que secundaron la huelga del 3-O.
Sí, quizás mi visión está sesgada hacia las izquierdas y hacia Catalunya. Pero es que a pesar de lo que vomitó Pablo Casado, no sólo me acuerdo de mis familiares granadinos asesinados en la guerra civil (bisabuela, abuelo y tías abuelas) cuando hay dinero de por medio. Por otra parte, me llamaban “polaco” cuando hice la mili, y eso también me hace más catalán, desde luego, o “xarnego” si se prefiere, aunque nunca me han llamado eso en Catalunya.
Definitivamente, necesitamos más política de populismo dócil, una política basada más en los estrógenos (como se respira en las alcaldías de Barcelona y Madrid) que en la testosterona (la cual se halla en exceso incluso en los partidos menos populístico-salvajes).
Debemos promover la fraternidad y la integración de los diferentes pueblos que conforman España (se vayan a independizar o no), así como luchar explícitamente contra la política basada en el populismo salvaje. En definitiva, necesitamos una neodemocracia diametralmente opuesta a esta manipulación masiva de la población.
Los mantras “la resistencia pacífica es nazismo” y “Espanya ens roba” deberían ser sustituidos por otros que introduzcan mejores valores a la población, del tipo “porque no hay PLANeta B”. Y antes de que las hordas y secuaces periodistas del populismo salvaje tergiversen el significado de esta frase, y publiquen que con este nuevo mantra estaba haciendo apología del terrorismo, al defender una plan violento independentista para el País Vasco alternativo al final de ETA, dejaré claro que me refiero a que sólo tenemos un Planeta y la prioridad de todas ahora mismo debería ser salvarlo, pues sino igual nuestros nietos no llegan a abuelos.