Ante la amenaza existencial de la crisis climática, las calles vuelven a hervir. Vivimos una nueva ola de movilizaciones globales que buscan ganar momentum este otoño con la huelga mundial por el clima del 27 de septiembre y la realización de acciones de desobediencia civil en diversas capitales europeas para el 7 de octubre.
Mientras tanto, en el ámbito institucional, las reacciones tardan. De hecho, para los partidos políticos, quizá el verdadero 'cambio climático' sea que, por primera vez, el desenlace de la crisis ecológica entrará dentro del plazo de los próximos comicios. Según las estimaciones más conservadoras, nos quedan 11 años para evitar que el daño causado por el calentamiento global sea irreversible. Esta línea temporal representa dos ciclos electorales, cosa que ya se empieza a notar. Actualmente la política medioambiental es de los temas más polémicos en las primarias presidenciales del partido demócrata en EEUU y, del mismo modo, ya no hay referente de la izquierda internacional (Klein, Ocasio, Corbyn, Varoufakis) sin su correspondienteGreen New Deal.
Pero hay que reconocer que esta nueva ola verde ha pillado a gran parte de la izquierda a contrapié. Los partidos verdes europeos de 'toda la vida' no acaban de explotar su trayectoria para hacerse valer en este nuevo contexto. Es como si les costara creerse que su agenda, por fin, se ha hecho mainstream. Asimismo, la izquierda 'clásica' a menudo se muestra insegura o hasta incómoda en reconocer la nueva centralidad del ecologismo. No es fácil hacer evolucionar los discursos e imaginarios establecidos. Para colmo, la generación joven que ha puesto el tema en la agenda pública con tanto éxito está muy infrarrepresentada entre las bases de los partidos, por no hablar de los cargos de responsabilidad de los mismos. Este hecho inevitablemente dificulta cualquier 'transición ecológica' de la izquierda institucional.
Sin embargo, los partidos de la izquierda no están mal posicionados. Hoy día existen las condiciones para romper el techo de cristal que siempre ha hecho de tapón de la agenda verde en las urnas: la percepción de que el medioambiente es un tema minoritario, una especie de hobby cuqui para la clase media alta. Es cada vez más evidente que quien estará en primera linea de la crisis climática, sufriendo sus consecuencias, será la gente con menos recursos y que, en cambio, serán las élites quienes tendrán más capacidad de protegerse de ella.
Pero esta realidad, aunque en principio favorece a la izquierda, no hace inevitable su victoria en esta recta final de la crisis. No se vencerá a la lógica del crecimiento sin límites por tener la razón. Después de todo, dicen que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y es que si la izquierda (ya sea verde o roja) no es capaz de asumir plenamente, y ya, su papel en la lucha climática con un programa que ataque a la raíz del problema y —y esto es importante— un relato que se entienda, los partidos socioliberales no tardarán en hacer greenwashing y incorporar el ecologismo en su discurso de manera puramente cosmética. Es más, hay un peligro real de que sea la extrema derecha quien aprovecha políticamente la crisis climática, a través de una estrategia ecofascista que propone el apartheid o el genocidio como respuesta a la escasez de recursos naturales.
Por lo tanto, hay partido en el terreno electoral y es imprescindible ganarlo. El actual proceso de reconfiguración de la izquierda en España le proporciona una oportunidad para salir reforzada en este sentido. Ante este escenario, considero que los siguientes principios pueden ser útiles para construir un proyecto verde ganador:
1. Narrar un ecologismo del 99%. La activista por el clima Mary Annaïse Heglar acierta cuando dice que “no sabemos hablar del cambio climático”. Señala que cometemos un error cuando lo tratamos como un asunto frío y técnico cuando es, al contrario, profundamente emocional y humano. Como bien apunta Heglar, si nos faltan las palabras para expresarlo, hay que inventarlas. Hasta que no lo hagamos, no podremos contrarrestar la mentira que las políticas ambientales no mejoran, o incluso que perjudican, los intereses de la gente trabajadora. Ante este meme, hay que señalar que es el negacionismo el proyecto de las élites. De igual forma, toca hacer propuestas en positivo para mostrar que el horizonte no es simplemente sobrevivir, sino poder vivir mejor. La justicia climática se tiene que vincular con la social en cada momento, con medidas que ofrezcan empleo, cuidados y servicios públicos de mayor calidad a la vez que abordan la crisis climática.
2. Desbordar la base social de siempre. Los partidos verdes en Europa tienden a tener un electorado urbanita, de clase media alta y blanca. Es imprescindible desbordar esta base y reconocer la diversidad como activo. En particular, hay que construir puentes entre la población urbana y la rural; no nos sirven discursos que otorgan todo el protagonismo a las ciudades globales, invisibilizando el papel del campo. Ni tampoco los que romantizan el mundo rural o ignoran los desafíos específicos a los que se enfrentan sus habitantes. Y, sobre todo, hay que reconocer el liderazgo que ya están ejerciendo personas racializadas, del sur global, de comunidades indígenas y migrantes en este campo. Se trata de tejer alianzas nuevas y de potenciar liderazgos diversos con el objetivo de construir una mayoría social con capacidad ganadora.
3. Negarse a contraponer derechos. Una vez que asumamos la gravedad de la emergencia climática, existirá el riesgo de acabar pensando que todos los demás temas son menores o que pueden esperar. ¿Qué más da el precio del alquiler si todo el país deja de ser habitable? Se puede llegar a esta conclusión de manera más o menos sincera, pero sería un error grave en cuanto a la construcción de alianzas de la que hablamos en el punto anterior. Tal y como escribe Naomi Klein en Esto lo Cambia Todo, “la crisis medioambiental, si se concibe con la suficiente amplitud, no anula (ni nos distrae de) las causas políticas y económicas que más nos apremian a actuar; al contrario, las refuerza con una carga adicional de urgencia existencial”.
4. Incorporar y aprender de la experiencia. No es cierto que España no tenga tradición de partidos verdes. Si bien es cierto que jamás han tenido la fuerza de sus homólogos en otros países europeos, existen partidos de larga trayectoria, a menudo con un fuerte arraigo territorial, como el Partit Verd en Valencia, ICV en Catalunya o Equo a nivel estatal. Estas organizaciones albergan un gran conocimiento y tienen identificadas desde hace tiempo muchas de las medidas programáticas que ahora nos hacen tanta falta. De la misma manera, las experiencias de las Ciudades del Cambio desde 2015 deben ser una fuente importante de aprendizaje. Muchos de estos gobiernos han conseguido cambiar el modelo de energía o transporte en sus municipios, lidiando con todos los retos prácticos, políticos y comunicativos que esto implica. Estas experiencias tan recientes de gestión no se pueden desperdiciar.
5. Articular la emergencia climática con la radicalidad democrática. No basta con construir mayorías populares si estas no tienen capacidad de acción real. Hay un vínculo histórico profundo entre el ecologismo, el asamblearismo y el municipalismo que hay que recuperar y extender. Y las asambleas también pueden ser un mecanismo útil en la política estatal. Muchos políticos son susceptibles a las presiones de los lobbies culpables de la crisis y, aunque no lo sean, se encuentran amordazados por el filtro comunicativo de los grandes medios de comunicación. Por eso tiene sentido que las instituciones cedan la toma de decisiones en este ámbito y que la pongan en manos de la ciudadanía. Esta es una de las principales demandas de Extinction Rebellion en el Reino Unido: la constitución de una asamblea ciudadana vinculante, elegida por sorteo como un jurado, para sopesar los hechos y decidir qué medidas tomar.
En definitiva, lo que planteo es la construcción de un nuevo populismo verde por la izquierda. Un ecologismo del 99%, capaz de interpelar y movilizar. Un espacio amplio y plural, que refleje la diversidad de la misma sociedad. Que sume conocimientos en defensa de la vida. Que tome las riendas de la emergencia climática a través de mecanismos de democracia directa. Afortunadamente, este espacio ya se está construyendo por fuera de las instituciones. Hay que prepararse para llevarlo dentro.