Portugal: Cuando pase el temblor
Estaban los derrotados presentando sus razones o, directamente, la dimisión. Y los victoriosos, agradeciendo y prometiendo. Todo, como suele pasar en una noche electoral. Pero la sonrisa de João Galamba era tan evidente, tan diferente de lo habitual en la política portuguesa, que incluso el periodista antes de hacerle una pregunta la mencionó. Pasaba de las once de la noche, António Costa, el gran vencedor de las elecciones, todavía no había hablado, pero la sonrisa de su Secretario de Estado y uno de los hombres fuertes de su campaña era la evidencia de que los socialistas estaban radiantes y sorprendidos. La cosa les había salido mucho mejor de lo imaginado, pidieron una parte y acabaron por quedarse con casi toda la tarta que temían probar apenas.
El viernes pasado quien compró el periódico, encendió la radio o la tele, se topó con el siguiente pronóstico: “Nunca el resultado de unas elecciones estuvo tan abierto”. Los sondeos apuntaban un empate técnico entre el candidato socialista, Costa, y el del Partido Social Demócrata (PSD), el conservador Rui Rio, que venía de un crecimiento en las encuestas en días anteriores. El resultado de las elecciones era imposible de prever, decían los expertos, que también alertaban de un posible récord de abstención, dado que cerca de 1,2 millones de ciudadanos (aproximadamente un 10% de la población) estaban encerrados en sus casas infectados con COVID-19. Podrían votar –la recomendación era que lo hiciese a la última hora, entre las 18:00 hora y las 19:00– pero se temía que muchos no lo harían.
Cuando los sondeos a pie de urna fueron divulgados empezaron las sorpresas. Había ido votar más gente de la imaginada y la disputa era mucho menos apretada de lo que parecía en un principio: había un claro vencedor. La apertura de las urnas lo confirmó: la abstención fue del 42%, un número inferior al de las últimas elecciones legislativas; y Costa no sólo ganó con margen, sino que consiguió algo que él mismo dejó de soñar durante la campaña, la mayoría absoluta. Preocupado con lo que los sondeos apuntaban, el actual primer ministro había abandonado el discurso de que sería importante una mayoría absoluta para tener estabilidad (“a los portugueses no les gustan las mayorías”, llegó a decir). Se empezó a barajar una reedición de la geringonça, el pacto que hizo con los partidos de izquierda para gobernar, e incluso se habló de una ecogeringonça, un pacto entre socialistas, animalistas y ecologistas de izquierda. Al final, no necesitará nada de eso. “Mayoría absoluta no es poder absoluto, no es gobernar a solas”, dijo en su primera manifestación. Pero la verdad es que tiene camino libre para cuatro años más.
Además de un claro vencedor, las elecciones del domingo presentan algunos derrotados. Los comunistas y el Bloco de Esquerda, los dos partidos que pactaron con Costa en el pasado, pierden mucha representación. Una de las explicaciones para esa debacle está en el voto útil que muchos de sus electores han depositado en Costa para impedir que los conservadores ganaran. “Si hubiese sabido que sacaría mayoría absoluta no lo hubiese votado”, me dijo un amigo por la mañana. Y me regaló otra buena frase: “Lo peor es tener ahora a 12 energúmenos diciendo barbaridades todos los días en el congreso”. Mi amigo hacía referencia a Chega, partido de extrema derecha que saltó de un escaño a 12 con su discurso de odio, racismo y soluciones fáciles para tiempos complejos.
Una de las explicaciones para la debacle de los comunistas y el Bloco de Esquerda está en el voto útil que muchos de sus electores han depositado en Costa para impedir que los conservadores ganaran
“Cada diputado racista electo es un diputado racista más que tenemos que combatir en el Parlamento”, dijo Catarina Martins, candidata por el Bloco de Esquerda, quizás el partido que más perdió la noche del domingo (de 19 escaños pasa a cinco). Pero no fueron solo los que están más a la izquierda de Costa quienes sufrieron estas elecciones, la derecha tradicional fue atropellada, en especial los demócrata-cristianos del Centro Democrático Social (CDS) que por primera vez no han sido capaces de sacar ningún diputado. Tanto el líder de los conservadores del PSD, Rui Rio, como el del CDS, Francisco Rodrigues dos Santos, han presentado su dimisión. Mejor para los liberales, que saltaron de tener un escaño a ocho. Se prevé que ejercerán, al lado de los ruidosos de Chega, la oposición más fuerte y organizada frente a Costa.
Este lunes por la mañana uno de los periódicos decía que la sorpresa absoluta de una mayoría (absoluta) fue como un “terremoto” que sacudió el “sistema político” nacional. El temblor se cobró víctimas entre los que estaban políticamente más cerca de Costa, tanto hacía la izquierda como hacia la derecha. La extrema derecha y los liberales se aprovecharon del seísmo para ganar terreno. Y Costa, en el mismo sitio pero ahora con más espacio y comodidad para gobernar, sale aún más fuerte del temblor. Los socialistas siguen con una sonrisa que se ve desde Badajoz, ante un nuevo mandato que promete cuatro años más tranquilos.
Hay aún algunas preguntas por responder, en especial sobre el papel de Marcelo Rebelo de Sousa, presidente de la República, en este nuevo momento político del país y sobre qué tipo de oposición (y con qué fuerza) se le hará al gobierno de los socialistas tanto desde la izquierda cómo desde la derecha. Y, también, si los antiguos actores políticos se van a recuperar del terremoto.
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