A la espera de que algún gobierno se decida a aplicar la legislación relativa a archivos en el ámbito militar, debemos seguir atendiendo a lo que va apareciendo en otros países sobre el golpe del 18 de julio y sus consecuencias. En esta ocasión nos referiremos a un documento del que he sabido por la periodista Ana Luisa Rodrigues y que nos proporciona el archivo de José Pacheco Pereira, ya conocido por el magnífico testimonio gráfico que ofreció hace unos años sobre la ocupación de Llerena (Badajoz) por las fuerzas de Castejón, algunas de cuyas imágenes ilustran este artículo.
Henrique Galvão (1895-1970) era un conocido militar portugués estrechamente ligado a la trayectoria de Salazar y del Estado Novo, a la Emisora Nacional de Portugal que llegaría a dirigir y que años después pasó a la oposición a la dictadura. En un episodio desconocido de su biografía, a comienzos de agosto de 1936 se dirigió a Sevilla con la misión de informar a su gobierno acerca de lo que estaba ocurriendo, presentándose ante las autoridades golpistas como periodista del Diário da Manhã. Como otros militares portugueses, su anticomunismo le llevó a tomar partido abiertamente por los sublevados españoles, destacando en tareas de propaganda a favor de los sublevados. De hecho su misión consistió en observar durante un par de semanas la situación en directo y comunicar sus impresiones. De ello quedó rastro en las siete cartas que envió al gobierno portugués entre el 2 y el 17 de agosto de 1936. Su testimonio es importante tanto por lo que se refiere a Sevilla como por las incursiones que realizó en dirección a Badajoz, Córdoba y Málaga. Además pudo entrevistarse e informar de sus entrevistas con militares, entre los que destacan Queipo y Franco.
La imagen que se había formado de Queipo a través de las charlas radiofónicas mejoró considerablemente cuando conversó con él el mismo día de su llegada a Sevilla. Convencido de que se encontraba ante una persona de vasta cultura y que sabía lo que quería, le impresionó la manera firme y rápida con que tomaba las decisiones. Desde un primer momento Galvão se percató de la importancia de la represión, de modo que ya el primer día supo que la primera misión de las columnas de militares y falangistas no era otra que acabar con lo que llamó “focos comunistas”. “Aún hay que hacer una gran limpieza que se está ejecutando con éxito pero que llevará su tiempo”, añadió.
Igualmente Galvão tardó poco en darse cuenta de que lo que parecía información –el mismo día 2 comunicó que se confirmaba la ocupación de Badajoz– no era sino mera propaganda. Sin haber salido aún de Sevilla destacó la desorganización de las fuerzas militares, relacionándola con su poca eficacia en las operaciones que realizaban. Para él, como para los golpistas, todos los enemigos eran comunistas, aunque se tratase del gobernador civil de Huelva Diego Jiménez Castellano, un político moderado de Unión Republicana que impidió una masacre de derechistas pero que para Henrique Galvão era “un grande amador de comunismo” que merecía ser fusilado, como de hecho lo fue el día 4 de agosto juntos con las autoridades militares de la provincia.
Convencido por la incesante propaganda fascista de que las atrocidades cometidas por los comunistas eran espantosas, parecía creer que solo se asesinaba a los que eran encontrados con armas en la mano. En Sevilla, decía, eran fusilados al día decenas de “pistoleros” mientras la vida transcurría entre desfiles y alardes militares. Le llamaba especialmente la atención la notable presencia de fascistas italianos y su estrecha relación con Queipo. Desde el primer día, obsesionado por las conexiones entre los comunistas españoles y portugueses, mostró interés por hablar con el “Comandante da Policia Politica”, que no debía ser otro que el capitán Manuel Díaz Criado, delegado de Orden Público, quien le prometió “informações sensacionais”.
El día 4 decidió acompañar a las fuerzas “do célebre Comandante Castejón” en su recorrido hacia Badajoz. De la brutal operación llevada a cabo por dicho militar en Llerena escribe que “los comunistas fueron completamente rodeados. 300 presos están siendo revisados y serán fusilados a continuación”. Galvão está muy interesado porque han prometido darle todo lo que encuentren sobre las conexiones con los comunistas portugueses. Cita como ejemplo el estandarte encontrado en Coria del Río de la Federación de Repúblicas Comunistas Ibéricas, que iba a ser utilizado en la fiesta del 1 de agosto en la que se esperaba participación portuguesa.
Cuando llevaba solo dos días en la ciudad ya apunta que “la represión es tremenda…”. Bastaba una simple sospecha de izquierdismo para acabar en el paredón. Y añade: “A su vez la serie de fusilamientos va instituyendo el hábito de matar”. Galvão, que asistió a varios, cuenta que poco después de salir de El Ronquillo (Sevilla) la columna se detuvo para ejecutar a treinta personas. Le llama la atención que la represión no distinga entre hombres y mujeres y menciona el caso de una mujer asesinada en lugar de su marido, un teniente que ha huido. Concluye: “Con una represión de esta naturaleza, que se completa después por una acción policial intensa y tan inenarrable que aún hoy se fusila diariamente en Sevilla a muchos izquierdistas, es natural que el comunismo español quede por mucho años completamente deshecho”. Y si le llamó la atención que a las dos semanas del golpe se siguiera asesinando, es de suponer lo que debió pensar al saber que se siguió eliminando gente hasta 1945, primero mediante bandos de guerra y después por las pantomimas militares seudojudiciales.
Una herida recibida en Llerena en circunstancias que no aclara le obliga a volver a Sevilla. A su regreso, en carta del día 6, escribe sobre la desorganización y la crisis de mando en las fuerzas sublevadas. Le llama la atención que columnas tan poderosas como las que han partido hacia Badajoz avancen solamente treinta kilómetros al día cuando en realidad podrían llegar hasta ochenta. Para Galvão no existe enemigo “en el sentido militar de la palabra, porque si lo hubiese las cosas serían bastante duras”. Además está convencido de que la columna de Castejón ha atravesado por situaciones en las que, de tener ciertos conocimientos militares, un simple pelotón desordenado la hubiera deshecho.
El capitán Henrique Galvão solo encuentra a las fuerzas activas, decididas y eficaces en los actos de carácter represivo, su verdadera especialidad. Por otra parte, pese al ambiente de entusiasmo, siente que no hay el menor idealismo en todo lo que ve, sino intereses encontrados en torno al problema de la tierra, al que le ve poca solución. Han pasado cuatro días desde su llegada a Sevilla y escribe: “Los comunistas es natural que desaparezcan de España por algún tiempo, pues no resulta difícil de creer por lo que tengo visto que el número de fusilamientos [en el sur] ya pasa de 30.000. Ayer en una hora vi fusilar a más de cien. Y con una facilidad, un placer, que hacen creíble la cifra oficial”. También dice que en todo el territorio ocupado por los sublevados el número de fusilados por el Ejército va por 80.000. Cabe dudar de estas cifras redondas por más que procedan de las conversaciones que mantenía con individuos como Queipo o Díaz Criado, pero lo que aquí interesa es que, viendo lo que estaba viendo desde el día 2, las considerase creíbles: “No me niego a creerlo tras lo que he visto”, concluye.
Cuando el día 6 de agosto Franco llega a la ciudad y establece su cuartel en un palacio, Galvão lo visita. Sabe que uno de los motivos de la frialdad de relaciones entre aquel y Queipo es la locuacidad de este. Observa que con la llegada de Franco la estrella de Queipo decae un poco y se percata de los rumores puestos en circulación sobre su pertenencia a la masonería o sus veleidades republicanas. También capta que los italianos andan siempre en torno a Queipo, mientras que los alemanes se mueven más alrededor de Franco, en cuyo estado mayor hay ocho oficiales alemanes que, según el portugués, se mueven sin la menor reserva. El 9 de agosto, por ejemplo, apunta la llegada a Tablada de cincuenta aviones alemanes. Dice que su misión era ocupar Madrid “con el menor perjuicio para la ciudad y sus habitantes” e “impedir la fuga de los dirigentes”. Ante el despliegue nazifascista y las quejas del propio Queipo, lamenta la escasa presencia portuguesa.
La propaganda imperante le lleva a informar de la caída de Mérida, cuando en realidad las columnas ni siquiera han llegado a Almendralejo. No tarda en darse cuenta de la escasa credibilidad que tenían las noticias de la radio, no dudando en afirmar que un 80% de ellas eran simplemente mentiras y bulos. De lo que sí sigue informando fielmente es de la represión. En una carta que lleva fecha del día 9 pero que puede que recoja las impresiones de más días (la siguiente lleva fecha del 13) escribe: “Hoy fueron fusilados en Sevilla 72 hombres, entre ellos abogados, médicos, periodistas y militares de izquierdas. Los juicios fueron sumarísimos. Las ejecuciones se realizan por la mañana en el cementerio y en las calles de los barrios céntricos. En este último caso quedan unas horas en exposición para ejemplo”. Es muy posible que se esté refiriendo a la matanza del 10 de agosto, aniversario del golpe de Sanjurjo en el que fueron asesinadas personas representativas de la etapa republicana. A renglón seguido, como si lo anterior requiriese una justificación, añade que “las atrocidades de los comunistas son horribles”.
Su impresión sobre Franco es que se trata de un monárquico que “difícilmente transige con el régimen republicano” y, por encima de todo, “un militar interesado solamente en cuestiones militares”. Galvão percibe que se encuentra a gusto cuando habla de estos asuntos pero que es confuso y vacilante cuando muestra su pensamiento político: “Me da la impresión de que habla sobre una base de lecturas hechas a prisa y mal digeridas”. Compara los cuarteles generales de Franco y Queipo, el primero todo orden y eficiencia y el segundo “un hormiguero donde la gente sale y entra a capricho”.
Ya mejorado de la herida de Llerena asiste a operaciones de carácter policial cerca de Málaga, que describe como “expurgatorias, como aquí las llaman”. El 13 de agosto habla de nuevo con Franco, quien le da noticias sobre la inminente caída de Badajoz. Franco le miente descaradamente al decirle que la operación se ha retrasado porque sus fuerzas no quieren causar daños en la ciudad ni provocar una masacre entre la población civil indefensa. Los bombardeos, le vuelve a mentir, apenas han afectado a la fortaleza y a la plaza de toros, por concentrarse allí los comunistas. En un momento en que todos dicen estar convencidos de la inminente caída de la capital, Franco incluso se permite decirle que la toma de Madrid “no se realizaría antes de fin de mes”.
También apunta que los aviones alemanes que ese día realizaron vuelos sobre la ciudad aún llevaban la cruz gamada. El avance de las columnas por Badajoz le vuelve a confirmar su impresión sobre el espíritu indeciso de los mandos. Considera que no hay explicación posible a la lentitud con la que se desarrollan las operaciones y distingue entre “territorio ocupado” y “territorio pacificado”. Y, en prueba de que no se cree las mentiras que le echan sobre el firme deseo de los sublevados de no causar daños en las ciudades y víctimas entre la población civil, concluye: “Las razones invocadas para justificar las demoras, tales como el deseo de proteger las ciudades y las poblaciones, solo puede aceptarlas quien no vio lo que pasa. Deben tomarse como razones políticas de cara al exterior y nada más. En la práctica las ciudades son destruidas y las poblaciones sacrificadas, tal vez más (ciertamente más) que si las operaciones se derivaran de la decisión propia de las operaciones militares…”.
En la última nota escribe que el gobierno portugués ha entregado los comunistas que huyeron a Portugal a los ocupantes de Badajoz. “Esta actitud ha sido valorada”, dice. Dichos “comunistas” fueron el alcalde Sinforiano Madroñero y el diputado Nicolás de Pablo, ambos socialistas. Estos y otros, entre ellos dos alcaldes republicanos y ocho portugueses entregados igualmente por la frontera, fueron asesinados en espectáculo público con banda de música el 20 de agosto quedando sus cadáveres en exposición.
Cumplida su misión Henrique Galvão volvió a Portugal. Las cartas que escribió del 2 al 17 de agosto constituyen un material de primer orden para conocer qué estaba pasando en Sevilla a las dos semanas del golpe, lo que podría resumirse en muy poca guerra y mucha represión. Dicho de otra forma, Galvão acabó siendo plenamente consciente de que lo que tenía delante no era sino una masacre de proporciones desconocidas. Sus palabras confirman la escasa eficacia de los militares sublevados, formados en las terribles guerras coloniales con Marruecos y capacitados si acaso para enfrentarse al enemigo interno, es decir, frente a obreros y campesinos desarmados o mal armados a los que había que arrebatar a sangre y fuego su victoria en las elecciones de febrero de 1936 y el sueño de la reforma agraria. De ahí que Galvão apreciase poco idealismo en todo aquello. ¿Cuánto hubiera durado el golpe sin la ayuda alemana, italiana y portuguesa? Lo que sí captó sobradamente, por más que esto no le hiciese replantearse su actitud ante lo que veía, fue el plan de terror implantado desde el 18 de julio y esa facilidad y placer con que se estaba aniquilando día tras día a decenas de miles de personas. Quedó asombrado por la eficacia del terror. Solo tras comprender esto pudo explicarse la lentitud de las operaciones y la extraña “guerra” que se desarrollaba ante sus ojos: el objetivo número uno no era ocupar el territorio y conquistar la capital sino arrasar con todo lo relacionado con la República.
Ahora ya no son las palabras de Jay Allen, Mario Neves, Marcel Dany, Jacques Berthet o John T. Whitaker las que nos cuentan qué ocurrió en Badajoz, sino las de un militar portugués partidario de la sublevación militar y de las tareas de limpieza que se estaban efectuando. La historiografía neofranquista ha dedicado cientos de páginas a invalidar sus testimonios: hablaban de oídas, mentían, nunca estuvieron donde decían, demuestran lo contrario que pretendían, etc. ¿Qué dirán ahora de Henrique Galvão?
Como colofón a las cartas del militar portugués será bueno traer aquí otra novedad en este caso debida a la investigadora Maribel García Lafuente y al archivo de Nantes (Francia). Se trata de un fragmento de la carta que Labib Ben Abdesselam Chaoui, de los Regulares de Ceuta, envía a su padre el 10 de agosto de 1936, en los mismos días en que Galvão andaba elaborando informes para su gobierno. Dice: “No paramos de invadir su país. Cada día ocupamos una ciudad. Y en cada ciudad en la que entramos combatiendo matamos a los habitantes. No paramos de someterlos hasta que su resistencia toca a su fin”.
Ahora solo falta que, aparte de contar con lo que nos proporcionan los archivos europeos, podamos acceder a los nuestros. Vamos para ochenta y dos años de aquellos hechos y han pasado treinta y uno desde que legalmente debían de ser accesibles. Es decir, desde 1986. Pasó el PSOE, pasó el PP, volvió y pasó el PSOE con la vana promesa de los “10.000 documentos” y volvió de nuevo el PP con su repugnancia habitual por todo lo que suponga recordar los orígenes de la derecha española. ¿Cuántos años más habrán de pasar? ¿A quién y qué se protege? ¿Acaso la matanza fundacional del franquismo iba también incluida en la amnistía de 1977?