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Potestad para humanizar

Algunas de las 56 personas rescatadas en Fuerteventura que navegaban en una neumática a 74 kilómetros al sur de Jandía cuando fueron avistadas por un mercante. EFE/Carlos de Saá
23 de junio de 2023 06:01 h

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¡Cuéntanos más cosas de su vida para poder humanizarles! !Manda fotos para humanizarles, porque si no, ya sabes! son frases que se repiten tras cada masacre.

¿Si no qué?, me pregunto, en otro día más en el que la frontera española acumula cadáveres.

¿De verdad hay que contar que un bebé es amado por su madre o que una pareja se conoció en el camino migratorio e hicieron el viaje juntos con esperanzas de futuro? ¿Hay que dar detalles sobre la vida privada para que la sociedad entienda que estar en una patera, permítanme la expresión, de mierda, es un riesgo para la vida y que cuando hay personas en peligro en aguas de rescate españolas los medios públicos tienen la obligación ir a protegerles? ¿De verdad hay que “humanizarles ” para que entiendan las instituciones y la sociedad que tienen derecho a vivir?. 

¿Cómo hemos llegado hasta ese punto? Llevamos muchas décadas aplicando en la frontera la política de deshumanización de la otredad, tal vez eso da potestad para entender como un bonito gesto reconocerles a la población en movimiento migajas de humanidad.  

No ha habido que hacer muchos esfuerzos para humanizar a cinco millonarios en un submarino turístico y entender que había que salvarles la vida. No ha habido que humanizar a cinco ricachones que por gusto hicieron ese viaje para poner medios ingentes en su búsqueda. Me viene a la memoria cómo una jueza de Ceuta decía, refiriéndose a la masacre de Tarajal, que no había que rescatar a los que se estaban ahogando frente a la playa, porque ellos mismos se habían puesto en riesgo.

Diecisiete horas tardó en ejecutarse otra masacre en aguas españolas, el día 21 de junio, durante todo ese tiempo, en una larga agonía, suplicaron por sus vidas tanto ellos como sus familiares. 

Por eso me pregunto si se cuestiona la humanidad en los políticos que han decidido establecer la omisión del deber de socorro como una práctica en la frontera. O la tienen quienes decidieron, tras haberles localizado con un avión doce horas antes de sus muertes, que la embarcación no tenía problemas y se dieron la vuelta sin rescatarles. Porque la situación de más de 60 personas encima de una goma neumática, la mayoría de ellos con los pies en el agua, hacinados, sin comida ni bebida en medio del Altántico, no fue considerada por una institución española de rescate como una emergencia de seguridad náutica. Así que mucho me temo que la decisión de no salvarles la vida tuvo más que ver con el color de la piel y la procedencia, que con la aplicación de los convenios de protección de la vida en el mar. Que esto va, como siempre en la frontera, de racismo institucional.

Volviendo a la humanidad, hablemos de la pasada noche, entre las llamadas que recibimos en el teléfono de alertas de nuestra organización Ca-minando fronteras, estaba la de un niño de 11 años. Preguntaba por su madre y su hermano mayor, lo hacía insistentemente. Poco a poco en cada comunicación nos fue explicando que él no había podido montar en la embarcación y que ahora estaba solo. Pasamos la noche charlando, es un crío muy educado y valiente, estaba solo y tenía un miedo terrible a perder a su familia. Nos decía, ¿pero van a ir a rescatarles verdad? Al día siguiente por la mañana se logró que alguien viniese a acompañarle, y siguió llamando cuando conoció el naufragio, su pregunta ahora es ¿están vivos?

Fíjense que en estos momentos a mí me cuesta humanizar a aquellos que le han hecho esto a su madre, porque imagino que para cualquier niño esas personas se convierten en monstruos que arrebatan vidas.

Así que les pido que se centren en el respeto a los derechos humanos, a las convenciones internacionales, en sus obligaciones democráticas y déjense de palabras vanas porque la humanidad viene puesta de nacimiento.

Tenemos que recordar que esto no es algo aislado, forma parte de un régimen establecido que pauta este tipo de “protocolos” para provocar muertes. Lo vimos en la masacre griega que costó la vida a más de 600 personas, entre ellas un centenar de niños y niñas.

¿Y ahora qué? Tras humanizarles un ratito para lavar conciencias, ¿qué es lo que sucede?. 

Pues a las familias les toca enterrar los pocos cadáveres recuperados o enfrentarse a un duelo eterno sin cuerpo. Asumir que las muertes de sus seres queridos quedarán impunes, borradas, sin justicia. Lo sabemos bien porque en dos días se cumple un año de la masacre de Melilla, y a pesar de haber visto las imágenes de la barbarie, los victimarios siguen provocando más muertes.

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