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El PP en el diván

Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP.

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El Partido Popular tiene ante sí una importante disyuntiva que debe resolver de manera ineludible. Los cursis suelen hablar de “dos almas” en la formación para aludir a su diversidad ideológica y estratégica. Y para referirse al futuro de la organización se hacen una pregunta retórica: ¿qué quiere ser el PP de mayor?, personificando al partido en un joven.

Desde la noche del 23J mucho se ha escrito sobre las causas de la victoria amarga del PP, que no le permite formar gobierno y derogar el odiado sanchismo, así como sobre el porvenir de Alberto Núñez Feijóo. ¿Se presentará a la investidura sin los apoyos suficientes? En caso de que Pedro Sánchez pueda superar la investidura, ¿seguirá Núñez Feijóo liderando cuatro años la oposición? Pero, más allá de estas cuestiones, que parecen más bien espuma de mar en este caluroso verano, y que en breve se resolverán, lo crucial es su decálogo programático. Lo verdaderamente importante para la derecha española, con una historia difícil por su problemática relación con la democracia, son los planteamientos y las estrategias que van a seguir a medio y largo plazo. Y, además, que lo que apruebe sea coherente y creíble.

El PP actual ha cambiado últimamente de estrategia en un solo día e incluso en cuestión de horas. Ha pasado de acusar al presidente Sánchez de todas las tropelías a pedirle que se abstenga para permitir un gobierno de Feijóo. Ha calificado al PSOE de “partido de Estado” y al mismo tiempo de vender España y trasladar la capital del país a Waterloo sin despeinarse. De acusar a Sánchez de un pacto oculto con Puigdemont a abrirse a negociar con Junts per Catalunya. Esa táctica errática y disparatada, que también ha mantenido durante la campaña, no podrá sostenerla mucho tiempo. 

En primer lugar, el PP debe tomar una decisión inequívoca sobre su relación con Vox, más allá de la aritmética parlamentaria y de la impaciencia por gobernar España. Debe aclarar de manera contundente su posicionamiento ante los derechos civiles de millones de personas, que Vox ataca y hacia los que, en diversos ayuntamientos y comunidades autónomas, los populares han demostrado indiferencia con tal de conseguir el poder.

En demasiadas ocasiones Vox ha impuesto su criterio al PP de manera atropellada e improvisada. ¿Había necesidad de firmar a toda prisa ese acuerdo en Valencia tan torpe que incluía a un torero en la vicepresidencia de la Generalitat? ¿Fue creíble conciliar durante una semana ese pacto de gobierno en Valencia con el discurso de María Guardiola en Extremadura contrario a meter a la ultraderecha en el gobierno? ¿Resultó edificante doblegar a Guardiola para conseguir el gobierno de esta comunidad, más aun considerando que el PSOE había sido el partido más votado, lo que echaba por tierra el mantra del PP de dejar gobernar a la lista más votada en época de elecciones? Doctrina, por cierto, que sólo aplican cuando les favorece a ellos y que ignora el funcionamiento del sistema constitucional, que define España como un régimen parlamentario. Parece mentira que, con tanto abogado del Estado, tanto notario, registrador de la propiedad, fiscal y juez entre sus filas desconozcan este pequeño detalle. 

En segundo lugar, el PP debe definir su programa y su táctica de manera asertiva y explícita, en vez de calculadamente ambigua para adaptarlos continuamente según la situación. De hecho, debe dejar de dar bandazos tan antagónicos porque envían un mensaje y el contrario al mismo tiempo no sólo a los electores, sino a sus militantes y fieles, sumiendo a todos en un gran desconcierto. Aunque en política caben la flexibilidad y el pragmatismo, pudiéndose cambiar de postura según las exigencias de la realidad, esa postura ha de ser en todo momento asumible y creíble. No se puede seguir con ETA a cuestas en 2023, en medio de duras críticas de víctimas como Consuelo Ordóñez, hermana de un concejal del PP asesinado por la banda terrorista.

También sería recomendable que tuviera propuestas positivas, que el programa fuera más allá de quítate tú para ponerme yo y, sobre todo, que no se centrase sólo en destruir la labor legislativa aprobada. Aunque no hayamos comprendido del todo qué significaba “derogar el sanchismo”, todo indica que sus objetivos sólo comprendían un cambio de inquilino del Palacio de la Moncloa y tumbar determinadas leyes que aprobó el Parlamento a iniciativa del gobierno de coalición. Que, por cierto, no es el primero en la historia de España, aunque algunos consideren que todo comienza con la Transición. Esta circunstancia responde a la ignorancia de muchos sobre la historia del siglo XX y a que buena parte de la derecha política y mediática niega el carácter democrático de la Segunda República, como ya hiciera la dictadura para justificar el golpe de Estado de 1936. En este sentido sería aconsejable que el PP asumiese la memoria democrática de este país y se alejase definitivamente de los postulados de Vox sobre la historia de España, aunque eso supusiese 'matar al padre' y romper con los “siete magníficos” procedentes del franquismo que crearon Alianza Popular, el nombre inicial del PP.

Una ideología y una estrategia bien definidas deberían de ir por delante de las personas, aunque es obvio que hay políticos que inclinan la balanza más hacia unas posturas que hacia otras; no basta con cambiar la cara del líder si es igual de equívoco que Nuñez Feijóo. Asimismo, si se encaminan a una oposición en el Parlamento, deben ser más lúcidos. Un político como Feijóo no es el más adecuado para llevar a cabo esta travesía del desierto por su edad, su trayectoria y por cómo ha liderado el PP. Fue más bien un parche un año y medio antes de las elecciones, después de que el PP madrileño, la facción más ultra y una las delegaciones territoriales más poderosas del partido, desbancara a Pablo Casado.

Casado era más joven, sin mochilas de corrupción y amistades peligrosas, que quiso romper con el turbio pasado del PP, llegando incluso a proponer la venta de Génova, 13, la sede del partido cuya reforma se pagó con dinero negro. Él pertenecía a los populares madrileños, y consiguió el cargo tras las elecciones primarias y la votación de compromisarios. Además, era afable y buen orador sin comerse los papeles, aunque dijera disparates en ocasiones como cuando soltó esa retahíla de insultos a Pedro Sánchez, incluyendo lo de “felón” y otras lindezas, o cuando dijo que la remolacha había sido atacada.

En demasiadas ocasiones la política se vive con grandes dosis de hooliganismo y, al final, las disputas internas se resuelven como en el circo romano: Ayuso o Bonilla. Pero el debate debe ser más sereno, sosegado y de calado, por encima de personalismos. En demasiadas ocasiones los dos dirigentes han aplicado las mismas políticas, aunque el malagueño, nacido en Barcelona, sea más educado y correcto que la madrileña, algo que por otra parte no es muy difícil. El líder que dirija el futuro inmediato del Partido Popular debería abrir un intenso debate interno que condujese de manera seria y sincera a un replanteamiento de postulados. Seguramente les irá mucho mejor a ellos y a España, a la que tanto nombran e invocan.

El PP no debería cuestionar los derechos de las mujeres ni de las personas LGTBIQ+, que dice defender, aunque en cuanto nos descuidamos quitan banderas arcoíris, ocultan o niegan la violencia de género al hablar de un “duro” divorcio o de violencia intrafamiliar, y suprimen los organismos encargados de la igualdad como han hecho en muchos gobiernos municipales y autonómicos. Por otra parte, no es creíble hablar del cambio climático y a la vez legalizar los pozos ilegales en el parque de Doñana. Tampoco es congruente hablar a los cuatro vientos de libertad y permitir al mismo tiempo la censura a obras artísticas, sobre todo en un país que padeció durante años la prohibición de la libertad de expresión y opinión.

Lo populares han quedado noqueados por los resultados electorales, pero cuando superen el shock tienen mucho trabajo por delante, que deben afrontar de forma sosegada y sin interferencias mediáticas. El PP tiene que abrir muchos debates y resolverlos de manera independiente de Vox y de sus postulados si quiere superar su crisis y no quedar al albur de la extrema derecha.

En definitiva, el Partido Popular debe decidir si quiere ser un partido de derechas moderno, al estilo europeo, que no flirtea con la ideología populista de corte trumpista, o si prefiere seguir siendo una derecha carpetovetónica y rancia. No hacen falta frases ampulosas como la de “sacar a España del rincón de la historia”, que pronunciara Antonio Maura e imitara José María Aznar con infaustas consecuencias en ambos casos. Igual bastaría con sacar al PP del rincón a donde lo han llevado sus políticas erráticas y Vox y que hoy lo tienen solo y aislado, sin más aliados en el tablero político que la ultraderecha.

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