El próximo martes, el Congreso de los Diputados afronta, por primera vez en la historia de la Constitución Española de 1978, una sesión de investidura en la que todo apunta a un gobierno formado por más de un partido político. El PSOE obtuvo el pasado 28 de abril una victoria electoral tan exultante como relativa. Con 123 diputados, duplicaba los representantes de la segunda fuerza –los 66 del PP– y triplicaba los de su principal competidor en el espacio progresista –los 42 de Podemos–, pero necesitaba un acuerdo para formar gobierno y convertir la victoria electoral en una mayoría parlamentaria que asegure a Pedro Sánchez la presidencia del Gobierno.
Durante los dos meses que han transcurrido entre las elecciones y la sesión de investidura que arrancará este lunes se han barajado todas las hipótesis posibles: desde un gobierno en solitario del PSOE con apoyo de Unidas Podemos y fuerzas nacionalistas hasta la abstención de PP o Ciudadanos. Finalmente, la renuncia de Pablo Iglesias a formar parte del gabinete ha terminado por instalar en la opinión pública la sensación de que será posible un gobierno de coalición, liderado y controlado por el PSOE, con algún que otro ministro de Unidas Podemos a propuesta de la propia formación.
El resultado satisface a la mayor parte de la ciudadanía progresista, a pesar de que se desconoce aún si el acuerdo existe o qué se va a hacer en términos de acción de gobierno. No hay programa ni acuerdo, pero hay consenso y un clima de optimismo respecto a la investidura de Sánchez. No es poca cosa.
El vodevil político y la dinámica de acuerdo/desacuerdo entre PSOE y UP se ha escenificado públicamente en torno a la composición del Gobierno: tanto quiénes podían o no incorporarse como la potestad del Presidente de escogerlos han sido el motivo fundamental de la disputa, al menos han sido los núcleos de discurso en torno a los que se han armado los relatos de los actores políticos protagonistas del proceso. Del análisis de cómo se ha configurado esta dinámica, probablemente inspirada en su escenificación en el dúo Pimpinela, pueden extraerse conclusiones muy valiosas para el futuro inmediato de la política española. Tratemos de explicar algunas:
1. ¿Por qué para el PSOE era inasumible la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno?
Desde que accediera a la Presidencia del Gobierno tras la moción de censura a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez ha dirigido (con éxito) al PSOE hacia tres objetivos fundamentales: 1) recuperar el electorado progresista que cambió su preferencia electoral hacia Unidas Podemos y sus confluencias, 2) hacerlo sin competir en “más izquierda”, sino en arrebatarle a UP las banderas de la “nueva política” incorporando a su acción de gobierno discursos y elementos estéticos de esta formación y lanzándose a una política de reconocimiento de algunos movimientos sociales (feminismo, memoria, ecologismo) y 3) establecer, con la agenda catalana, al PSOE como un partido capaz de disputar buena parte del electorado más progresista de Ciudadanos.
La entrada de Iglesias al Gobierno de España como ministro hubiera sido recibida, en primer lugar, como una cesión de un presidente que, desde que accedió al cargo, no ha cedido o negociado nunca a ojos de la opinión pública y ha sido capaz de utilizar la Moncloa como un rodillo político a pesar de su debilidad parlamentaria. Además, tanto en lo que tiene que ver con la descapitalización simbólica de UP como con la recuperación del electorado centrista, hubiera supuesto un escollo evidente: desde el Gobierno, Iglesias hubiera podido capitalizar como producto de su propia acción política y peso cada una de las políticas progresistas del ejecutivo al tiempo que un cierto electorado hubiera sido receptivo a un relato construido para presentar un presidente débil y un Iglesias dirigiendo, desde el Gobierno, los designios del país. Sánchez necesitaba doblar el brazo a Iglesias y lo ha hecho.
2. ¿Por qué para Podemos era innegociable una investidura que no convirtiera en ministros a algunos de sus dirigentes?
Desde la moción de censura a Mariano Rajoy, la dirección de Podemos había convertido el Gobierno en el eje central de su acción política. Buena parte de los mensajes lanzados en la última campaña electoral se orientaron en esa dirección - “salimos a gobernar” en lugar de “salimos a ganar” u “otórguennos la oportunidad de gobernar y, si les fallamos, no nos vuelvan a votar”- y resituaron el mapa político. El objetivo dejó de ser el sorpasso al PSOE y la competencia por encabezar el espacio progresista para pasar a ser la construcción de un bloque progresista que permitiera, en previsión de un empeoramiento de los resultados electorales, restar importancia al fracaso de la formación si los escaños sumaban una mayoría con el PSOE.
Por otro lado, las gravísimas crisis internas y la ruptura del espacio político en las elecciones municipales y autonómicas aconsejaban, ante el previsible batacazo, buscar refugio político en el Gobierno que garantizaría de forma inmediata una utilidad política sencilla de comunicar y una mayor movilización de recursos de los que facilita una posición únicamente parlamentaria. Poder institucional para suturar heridas y paliar la pérdida de apoyo e influencia social, en definitiva.
Un escenario de partido roto, la pérdida de más de 30 diputados y el clima de declive del proyecto hubiera abocado irremediablemente a un proceso de reconstrucción del espacio político y, probablemente, a un relevo profundo en la dirección.
3. ¿Por qué la renuncia de Iglesias ha desbloqueado la investidura?
La renuncia de Iglesias permite a todos los actores en liza mantener sus objetivos políticos intactos, aunque sea el núcleo dirigente de Podemos y el propio Pablo quien pague un precio más alto. Muy probablemente, el paso atrás en el Gobierno supondrá también su relevo al frente de Podemos en el medio plazo, pero lo hará tras posicionar a UP en el Gobierno - es la primera vez que una formación política a la izquierda del PSOE lo logra desde la Guerra Civil -, estabilizando la situación política más delicada desde su fundación y alcanzando, por primera vez en tres años, un objetivo político.
Para el PSOE y, en especial para Sánchez, la no presencia de Iglesias en el Ejecutivo es garantía de que mantienen no solo el control, sino el liderazgo simbólico del gabinete, puesto que no hay en UP ningún otro perfil político en condiciones de disputárselo a Sánchez y lo hacen después de haber dado un golpe de autoridad. Además, podrán mantener el pulso de la competición por el electorado de izquierdas a través de la inclusión de ministros de UP: no es lo mismo compartir el liderazgo que ejercerlo de forma unívoca e integrar sensibilidades, un atributo que siempre refuerza a un dirigente; y seguir aspirando a convencer al electorado centrista del papel testimonial de sus socios de gobierno. En definitiva, cumplir con la hoja de ruta del Presidente.
Todo esto deja establecido el ajedrez táctico de la investidura y lo hace en muy buenas condiciones para que salga adelante. Ahora falta dar respuesta a la pregunta fundamental de la política: ya sabemos quién manda, ahora tienen que explicar qué van a hacer con un país que necesita un proyecto de transformación profunda de su modelo económico, de acuerdo territorial y de mejora de los mecanismos democráticos. Si se ha superado lo peor de la política, esperemos ahora lo mejor.