He escuchado muchas veces que la Historia se repite. Es un dicho muy popular. Creo que hasta ahora había sido demasiado joven para tomar conciencia de hasta qué punto la Historia se repite de verdad, pero ahora ya no. El tiempo tiene esa manía tozuda de pasar para todas y hasta las más jóvenes somos menos jóvenes cada vez. Tras las elecciones del 20D y la inacción de un M. Rajoy que, a pesar de haber ganado las elecciones cosechaba el peor resultado del PP desde su aparición (lejos eso sí, del de Casado en este 2019), Pedro Sánchez encabezaba los intentos de formación de gobierno. La lógica parlamentaria, numérica y programática habría aconsejado intentar un gobierno con Podemos, Izquierda Unida y las fuerzas hermanas que en ese momento acumulaban 6 millones de votos. Sin embargo, Sánchez firmó un acuerdo con Ciudadanos y estuvo a punto de hacer vicepresidente a Rivera con un programa 80% liberal.
Este primer conato “socioliberal” continuista con políticas económicas austericidas que profundizan la brecha social e incapaz de acometer la imprescindible regeneración democrática que necesita nuestro país, fue evitado única y exclusivamente por el “principio democrático” que rige Podemos y que mantiene las decisiones clave de la formación en manos de los inscritos e inscritas. Personas normales que ven cómo su factura de la luz es cada día más alta y cómo tienen que abandonar alquileres porque no pueden asumir las subidas. El mandato de los inscritos fue unánime, como lo fue el grito de las personas concentradas ante la sede de Ferraz el pasado 28 de abril: ¡Con Rivera, no! Este principio democrático evitó que los y las dirigentes de Podemos acabáramos cediendo a una presión interna y externa insoportable para abstenernos en ese gobierno de Rivera presidido por Sánchez. Sólo meses después supimos por boca del propio Sánchez (cuando no tenía nada que perder) que había recibido presiones de aquellos que “mandan sin presentarse a las elecciones” para que no formara Gobierno con Podemos. Tuvieron que pasar dos años, y dos mociones de censura mediante, para demostrar que teníamos razón y que sí había números para echar a Rajoy de la Moncloa. Demostramos, una vez más, que sí se puede.
Algunos parecen olvidar en estos días que un PSOE al que hemos tenido que empujar hasta el agotamiento para que subiera el SMI, recuperara el subsidio por desempleo a los 55 años o ampliara los permisos de paternidad y maternidad, convocó elecciones en el momento que mejor le venía a su partido, no a España. Bien posible era haber conformado un gobierno de coalición en junio de 2018 y haber dado dos años de estabilidad y avances a nuestro país. Sin embargo, al PSOE sólo le preocupa el partido socialista y al partido socialista sólo le preocupa el PSOE. Convocó elecciones sabiendo que no estaba dispuesto a hacer más de lo que ya había hecho, como derogar la reforma laboral del PP, derogar las leyes mordaza o exigir el rescate bancario, y que el tiempo jugaba en su contra. La implantación territorial de un partido con décadas de historia frente al joven Podemos haría el resto en las elecciones autonómicas y municipales. Ahora, la Historia se repite.
El buen resultado del PSOE le da la oportunidad de elegir entre Ciudadanos y Unidas Podemos; y la CEOE y toda la banca internacional ya han mostrado sus preferencias de una forma obscenamente explícita. Esta preferencia contrasta con el Gobierno que contaría con más apoyo social según las encuestas, que es el de coalición entre Unidas Podemos y el PSOE, porque como todo el mundo sabe, un gobierno del PSOE en solitario tampoco asumiría los grandes retos de nuestro país. En estos días Ciudadanos levanta el veto al PSOE, ese que aplicó para la campaña electoral, y vuelve a demostrar que el partido de lo que haga falta está en plena forma. Nada nuevo bajo el sol.
Esta repetición de acontecimientos, el evidente cordón sanitario a Podemos y a Pablo Iglesias para que no forme parte de un gobierno en el Estado, la utilización de cualquier argumento que no sirve para ningún otro partido: “piden sillones”, “han sacado un mal resultado en otras elecciones”, evidencia que el problema no son los resultados de las elecciones autonómicas, el problema ha sido siempre Podemos. Ni siquiera los ex dirigentes de Podemos que montaron un partido más amable y menos picajoso a la hora de pactar con Ciudadanos son un problema.
El problema es Podemos porque está sujeto al principio democrático, porque nos hemos atrevido a desnudar las vergüenzas de los poderes mediáticos y económicos corruptos que manejaban los hilos de la política de nuestro país bajo una omertá pesada y dolorosa. El problema es Podemos porque al poder no le gusta la democracia y hay representantes políticos que, aunque puedan ser elegidos, no se les permite gobernar. El problema es Podemos porque todo el mundo sabe que este proyecto es la única garantía que tienen los pensionistas, las mujeres, los jóvenes, los parados, los taxistas, las Kellys, los migrantes, los niños y todos los colectivos a quienes los de siempre han reservado la quinta fila de nuestra sociedad de que, incluso en los peores momentos, alguien va a defender sus intereses, cueste lo que cueste. Y los que no quieren que formemos parte de él saben perfectamente que eso, desde el Gobierno de España, se hace mucho mejor y con más fuerza.
Por último, toda esta constatación no puede, ni debe, llevarnos al desánimo. Cuando exigíamos el cierre de los CIE o el fin de los desahucios desde los movimientos sociales, cuando salimos a las calles en el 15M a decir que no nos representan, cuando cada 8M defendemos la igualdad entre hombres y mujeres, sabíamos y sabemos que la transformación social no se consigue de un día para otro. Hoy estamos mucho más cerca que entonces de poder hacer realidad políticas que mejoren la vida de la gente, como la subida del SMI a 900 euros, desde el Gobierno. Juntas, en alianza con la sociedad civil organizada, hemos demostrado que podemos conseguir cosas importantes. Y ahora, lo volveremos a demostrar.