Un amigo mío, que no está afiliado al PSOE ni a ningún otro partido, me contaba que había militado en el PCE desde 1967 a 1976. “Muerto el perro se acabó la rabia”, decía, y dejó el PCE. De esto han pasado ya 41 años. En 1982 votó al PSOE. Al PSOE del cambio. El PCE le había defraudado porque en la Transición había renunciado a demasiadas cosas a cambio de un lugar en este mundo. Nunca fue comunista, me dice que simplemente fue un antifascista entre tantos estudiantes y jóvenes profesionales de los 60 y 70.
Pasado el tiempo, y con el recuerdo amargo de aquellos años, mi amigo ha acabado pensando que el franquismo fue poco más que pura mediocridad, corrupción y crueldad. Una construcción singular de este país nuestro –el nacional-catolicismo– cimentada en la paz de los cementerios y de una Iglesia Católica pagana carente de compasión, la más elemental de las virtudes de nuestra especie. Su única misión consistió en dejar arrasada y sembrada de sal la mejor España que había emergido de nuestro convulso siglo XIX y de la efervescencia intelectual y regeneracionista de los primeros años 30 del siglo XX. Y además se pregunta, irónicamente, que dónde estará agazapado el franquismo, porque estar está. A mi amigo no le cabe la menor duda. A mí tampoco.
La realidad es que a no pocos trabajadores, estudiantes y jóvenes profesionales que tuvieron la mala suerte de haber nacido 20 o 30 años antes de que el régimen franquista se extinguiera poco les importan hoy las disputas entre los progresistas y sus partidos. Y con una alta seguridad creo que también podría afirmarse lo mismo de quienes son más jóvenes. Me atrevo a decir, incluso, que lo que realmente les importa, por el contrario, es lo que tienen en común esos partidos que, en esencia, es todo. Si acaso en algo difieren es en las formas y ambiciones personales y corporativas que alcanzaron su cumbre en las “dos orillas”, ese discurso anguitista digno también de otra mediocridad hispana de la que parece que somos incapaces de escapar. Siempre aparece algo –si no es una cosa, será otra– que impide discernir entre lo fundamental y lo accesorio. Así está la izquierda y así está nuestro país cuando se enfrenta al futuro, sea el de mañana o el de pasado mañana.
Este amigo mío no está afiliado al PSOE –por el momento– ni a ningún otro partido. Es, simplemente, de izquierdas… ¿de qué izquierda? Me dice que sólo conoce una y para convencerme de tal cosa no hace ningún esfuerzo, tan solo me incita a que pregunte a cualquier ciudadano dónde está esto o aquello porque está seguro de que me contestarán: “La primera a la derecha o la segunda a la izquierda” o todo lo más “al fondo a la izquierda o al fondo la derecha”. En fin, este amigo mío, que es matemático, sostiene que el centro es una línea euclidiana carente de dimensión, tan sólo una divisoria para saber dónde estamos. Ciudadanos está a la derecha. ¿Alguien lo duda? El PSOE está a la izquierda. Mi amigo nunca lo dudó.
Por eso me dice que se quedó asombrado cuando descubrió en la ponencia oficial del PSOE que su “Gestora” pretendía proponer al Congreso en ciernes –o constatar– que el PSOE se situaba en el “centro-izquierda”. ¡Menuda autodefinición ideológica!, exclama. Apasionante –concluye–, es decir, con un pie en la izquierda y otro en ningún sitio. Y ese ningún sitio ¿cuál era? La abstención, obvio, lo único que cabe en el centro.
Pero en fin, más allá de las cavilaciones de mi amigo, la candidatura 'Somos socialistas', que ha ganado con rotundidad el proceso electoral de las primarias del PSOE, está en la enmienda a la totalidad de las ponencias de la Gestora. Donde decía centro-izquierda se dirá “izquierda”. Lo había anunciado ya: “Aquí está la izquierda”. Y en un acto de generosidad y de realismo, ha planteado el proceso de elección de delegados al Congreso Ordinario del PSOE con una firme voluntad de integración. La unidad es necesaria –faltaría que se produjeran más disgregaciones en el campo de la izquierda– pero cuidado, tan necesaria es la unidad como la consolidación de los apoyos que han llevado a Pedro Sánchez hasta la cumbre del PSOE.
No puede defraudar esos apoyos –me dice este amigo euclidiano, socialista de corazón pero sin carnet–.
Yo, por mi parte, que soy economista, recuerdo en 2004, en la calle Ferraz de Madrid, a las puertas de la sede del PSOE, a una multitud de ciudadanos clamando a Rodríguez Zapatero, ganador de las elecciones generales: “No nos falles”, “no nos falles”… Les falló. El giro de mayo de 2010, y la gestión posterior de la crisis, arrasó millones de puestos de trabajo y de proyectos ahogados en la austeridad. Y se llevó por delante la credibilidad del PSOE y de la socialdemocracia. Sí, Zapatero les falló en 2010. “Cueste lo que me cueste”. Más bien debió decir “cueste lo que os cueste”. Les costó a los españoles y le costó al PSOE.
En 2008, Rodríguez Zapatero había sacado para el PSOE el 44% de los votos. En 2014, Rubalcaba –su sucesor en la Secretaría General del PSOE– dimitía porque en las elecciones generales europeas el PSOE sólo alcanzó a sacar el 23% de las preferencias de los electores. En sólo seis años el PSOE se había dejado, entre la decepción y la desafección, casi la mitad de sus electores… y Podemos apenas había asomado la cabeza.
Resulta sorprendente oír a tanta gente inteligente repetir que Pedro Sánchez es responsable de los peores resultados electorales de la historia del PSOE y de otras aberraciones políticas. Debe ser que son listos de 10 a 12 y tontos de 12 a 2 y que se tragan todo lo que les cuentan los portavoces del politburó de un lobby, líquido, defensor de melifluos y difusos intereses políticos y económicos, otrora llamado El País, que en no otra cosa se ha convertido lo que fue un gran periódico, objetivo, moderado y prudente, alejado de las posiciones radicales y extremas con las que al respecto se ha estado manifestando. Mi amigo me interrumpe: No exageres. Los redactores de El País lo rescatarán y lo volverán a poner donde siempre estuvo: en la objetividad, en la moderación, en el periodismo.
Ahora, una de las últimas noticias que este medio nos retransmite es la despedida del ponente económico de la Gestora justificando su dimisión e incluyendo, entre oikonomia y economía, una sutil comparación entre Borrell, Tsipras y Maduro. En fin, aunque oikonomia quiera decir en griego “administración del hogar”, la economía no es para los economistas nada que se parezca a tal cosa. Eso sólo le parece al presidente Rajoy que siempre recurre a las amas de casa para decir que, “como ellas muy bien saben”, no se puede gastar más de lo que se ingresa. ¿Será que quienes nos gobiernan confunden la gestión de las Cuentas del Estado con las de una comunidad de vecinos?
En los próximos días de este mes de junio, el PSOE culminará un proceso convulso que se inició muchos meses antes del 1 de octubre de 2016, con la celebración de un Congreso Ordinario convocado por quienes no tenían facultades estatutarias para hacer semejante cosa. Las “ponencias” política y económica presentadas por la “Gestora”, a mayor gloria de sólo una entre los candidatos, parece que no se beneficiarán de ponentes que las defiendan ante la enmienda a la totalidad –en la práctica– que parece será presentada en el Congreso “ordinario” por quienes representen a la candidatura 'Somos socialistas', ganadora de las primarias y de los “congresillos” provinciales. Normal, los congresos ordinarios en el PSOE nunca fueron cosa de gestoras.
Hasta ahora todo bien. Que así siga. Pedro Sánchez cuenta con más del 50% de los delegados en el Congreso. No cuenta con más porque ha hecho el esfuerzo que debía y que le era exigible por la integración y la unidad. Pero con quienes realmente cuenta y debería contar es con quienes desde el primer momento le apoyaron con entusiasmo llevándole en volandas a las posiciones que hoy ocupa. Y esto no lo digo a humo de pajas o porque lo quiera mi amigo matemático. Lo digo porque me cuentan que en las candidaturas “consensuadas”, salidas de las federaciones provinciales, algunos nombres chirrían. Unidad sí, pero no a cualquier precio –parece que piensan no pocos entre quienes apoyaron la restitución de Pedro Sanchez–. Piensan –y seguramente no sin motivo– que la necesaria unidad no debe hacerse a costa de la credibilidad de un proyecto colectivo que le permitió ganar las primarias en torno a un documento programático que llamó “Por una nueva socialdemocracia”.
La responsabilidad de la unidad es de los que ganaron, sin duda, pero también lo es –y lo es de manera fundamental– de quienes perdieron. La responsabilidad es colectiva porque la democracia es sagrada. Esa sí que está tocada por los dioses de la política y del socialismo.
—Pedro, no les falles. El PSOE no tendrá una segunda oportunidad.