Ya soy mayorcita, la palabra puta no me asusta, no me da morbo, no me parece guay, ni sexy. He superado la etapa juvenil de espantar a los conservadores contando hazañas sexuales. No quiero hacerme la moderna, ni la guay, contando mis prácticas sexuales, que son muy raritas (uy, ya lo he dicho), porque creo que no viene al caso.
Soy una mujer adulta y feminista, no más que nadie, pero tampoco menos que nadie. Y me gustaría que fuéramos capaces de hablar de la prostitución sin decir simplezas y complejizando la cuestión como se merece. Esto es, entre otras cosas, sin apelar siempre y casi de manera exclusiva a la experiencia individual. Porque eso es lo que solemos hacer cuando hablamos de cualquier otra institución política, dejar a un lado, o dejar para otro debate, la experiencia individual. Al menos eso es lo que hacemos las personas que creemos que los problemas políticos deben abordarse desde lo social y lo estructural, y no desde lo individual, como quiere el neoliberalismo y como hacemos cuando hablamos de prostitución.
No es que lo personal no importe, que naturalmente que importa; y más en una experiencia como esta, tan dura, tan connotada. Pero no podríamos hablar de ninguna institución (ni de política) si únicamente apeláramos a la experiencia personal de cada una de los millones de mujeres que en el mundo son putas; que lo son en todos los países, en países ricos y pobres, en situaciones terribles la mayoría y en situaciones mejores otras; habiendo sido engañadas, esclavizadas, explotadas o habiéndolo escogido dentro de sus limitadas opciones. Siempre que hablamos de otros derechos, de otras instituciones políticas o sociales, de otras luchas, tenemos en la cabeza una idea del bien común y de transformación social, eso es el feminismo. Pero en la prostitución no sólo no podemos debatir acerca de eso, sino que al contrario, parece que huimos de ese debate para enfrentar los casos particulares de unas contra otras (“yo lo elegí y me gusta”, “yo lo viví como un infierno”); o para recriminar a otras que no hablen del asunto porque no son putas, mientras que parece ser que contratar a una sí que te permite hablar del asunto porque te da un conocimiento profundo del tema. Según esto los puteros son los más cualificados para hablar de la prostitución.
Lo cierto es que ya ese mismo debate está sesgado porque las putas no tienen en absoluto una única opinión sobre la prostitución; pero lo que sí ocurre es que sólo unas pocas tienen acceso a la palabra pública. Normalmente las que están en mejor situación, las que son pagadas por la industria para decir lo que sea, las que están en situación de poder elegir, las que dicen lo que buscan los medios o los programas de televisión, las que coinciden con la deriva mercantilista de la vida que se promociona desde el sistema. La mayoría no tienen ese privilegio, y si alzan la voz son acalladas. La única voz que se permite es la de las putas contentas, no la de aquellas que cuestionan el sistema prostitucional. Luego está la voz de las que no somos putas. Pues lo mismo: Yo en cambio creo que de la institución de la prostitución podemos hablar todas las mujeres, como del matrimonio, el amor romántico, la lactancia, o el trabajo doméstico. Porque son instituciones políticas que nos incumben a todas.
La prostitución es casi la única institución patriarcal que no logramos politizar para el debate; por algo será. La prostitución, junto con el matrimonio, es una institución que se crea para regular el acceso de los hombres al cuerpo de las mujeres de manera ordenada. Para eso sirven las instituciones, para ordenar los comportamientos sociales y evitar la violencia. La prostitución pone a los hombres en un sitio y a las mujeres en otro; es nuestro cuerpo aquel que es el objeto de regulación, no el de los hombres. Es nuestro cuerpo al que ellos acceden pagando. Y eso tiene un significado concreto y tiene unos efectos muy concretos también: materiales y subjetivos. El bien común en disputa aquí es el de la igualdad entre hombres y mujeres. Porque, de nuevo, es esa idea de igualdad la que las feministas tenemos en mente cuando hablamos del amor romántico, del sexo, del matrimonio, de la maternidad, etc.; entre todas debatimos y pensamos qué hacer con estas cuestiones para que, al final, avancemos hacia una mayor igualdad social entre hombres y mujeres.
Ahí es donde hay que preguntarse si la prostitución como institución es una rémora para la igualdad o es un apoyo a la misma. Curiosamente, Gabriela Weiner eso lo sabe y así lo reconoce en su artículo. Reconoce que una cosa es el debate sobre lo personal y otro debate es el de la institución. Muy bien, estamos de acuerdo, queremos debatir sobre la institución. Ella admite que dicha institución cosifica y es perniciosa para la igualdad… pero de ahí no se sigue, según ella, nada; no hay una sola propuesta para combatir una institución que dificulta la consecución de la igualdad; ni una sola propuesta que nos permita avanzar hacia su desaparición. ¿Por qué combatimos todas las instituciones patriarcales excepto esta? Las razones son muy complejas y no caben en este artículo, pero algo tendrá que ver que esté por ahí el interés de uno de los negocios, de las industrias transnacionales, más grandes que existen. Un interés que, por cierto, jamás se hace visible como tal porque siempre pone a empleadas suyas como pantalla. Esto tampoco ocurre en ningún otro debate en el que esté implicada una multinacional, en ninguno. Cierto que en todos los debates políticos, los patronos, los dueños, las empresas, intentan pasar desapercibidos, pero no les dejamos. En este sí, y con la colaboración de gente que se supone de izquierdas. Deberíamos pedir a la industria del sexo que hable en su propio nombre y así todas sabríamos quién defiende qué intereses. La desaparición de la mano que mueve los hilos del debate público es lo que hace que este esté viciado, nunca sabes con quien estás debatiendo.
La propuesta de regular los derechos laborales y las comparaciones con otros trabajos que hace Weiner, no sabemos de dónde viene más allá de que esta exigencia es un mito. Hay muchas putas que no quieren que se regulen sus derechos laborales y hay muchas asociaciones que no desean tal cosa. La mayoría también quiere que no se las persiga, que no se las explote, que no se las detenga, que no se las expulse. En España, la prostitución no es ilegal y quien quiere, puede inscribirse como autónoma y acceder a los mismos derechos que otras trabajadoras. Otras no quieren regularse de ninguna manera porque lo que quieren es ahorrar lo más posible en el menor tiempo posible también, no quieren pagar impuestos, no quieren estar controladas. La mayoría además, no quiere darse de alta como “trabajadoras sexuales”, no quieren depender de un empresario, no quieren estar en un puticlub, no quieren que dicha calificación penda sobre sus vidas para siempre. Regular es regular la actividad empresarial en este caso. De hecho, hace años que se fundó una sección sindical para trabajadoras sexuales y no se apuntó nadie (o casi nadie) y así ha sido en otros países también. Lo que las regulaciones vienen a regular, en realidad, son relaciones de explotación; lo que las regulaciones hacen es facilitar la vida a los empresarios. Me parece que Weiner no ha hablado con muchas putas (más allá de una a la que contrató)
Ya casi nadie dice (ni siquiera las defensoras de la prostitución) que este sea como cualquier otro trabajo. No es lo mismo mamar una polla que pasar la fregona. ¿Por qué? Porque así es el sexo, ese significado tiene en nuestra cultura, así lo hemos construido. Si fuera lo mismo entonces también sería lo mismo que un jefe te toque una teta o un codo. Y no es lo mismo. Las putas son mujeres como cualquier otra, el sexo significa lo mismo para ellas que para cualquier otra mujer, Su subjetividad también se construye en parte ahí. Las mujeres no tenemos ningún gen que nos haga más agradable el sexo sin deseo; no más agradable que a ellos. Los hombres deberían probar a chupar coños de mujeres a las que jamás desearían. Muchos al día, años, deberían probar a dedicarse a ello, deberían probar a que esa fuese la única opción cuando son pobres. Mientras ellos tengan otras opciones y nosotras no, me permito sospechar y, como feminista, protestar.
Hay muchas profesiones feminizadas, sí. Y como feministas lo denunciamos. Analizamos por qué están feminizadas y tratamos de que no lo estén, no sólo de ofrecer más o menos derechos a las mujeres. Y lo cierto es que casi todas esas profesiones pueden pensarse reversibles, excepto la prostitución. Si pudiéramos poner a los hombres en la situación de la mayoría de las mujeres en prostitución es posible que el patriarcado no existiera. El patriarcado es un patriarcado sexual, la sexualidad es una frontera para hombres y mujeres. La prostitución no es reversible porque la ideología que la sustenta es la frontera que pone a los hombres en un lado y a las mujeres en otro: sujeto/objeto; el patriarcado es el que decide qué cuerpos son más valiosos que otros, cuáles son mercantilizables y cuáles no.
Queremos politizar la prostitución y sacarla de las experiencias personales, como hacemos con las cuestiones políticas.¿Por qué no nos preguntamos por el papel que juega en la desigualdad, para qué fue creada, por qué se mantiene? ¿Por qué no nos preguntamos por qué su uso no para de crecer cuanto más iguales y más libres son las mujeres? ¿Por qué no nos preguntamos si el hecho de normalizar y legitimar la prostitución tiene o no tiene algún tipo de consecuencia en la consideración social de las mujeres? Ya hay muchos estudios sobre eso. O si esto tiene alguna consecuencia en la manera en que los hombres aprenden a relacionarse con las mujeres. ¿Podemos o no podemos analizar qué papel que juega en la expansión de la prostitución que detrás de ella esté la segunda empresa transnacional en importancia? ¿Podemos hablar de cómo se construye la sexualidad masculina y la masculinidad en su conjunto y ver cómo se relaciona con la prostitución? ¿Podemos preguntarnos qué papel juega la prostitución en la desigualdad global cuando el Banco Mundial recomienda a los países pobres que dediquen a las mujeres a esto como manera de reducir su deuda? ¿Tiene esto consecuencias en la situación de las mujeres y niñas de esos países? ¿Podemos preguntarnos por qué sólo escuchamos a aquellas que dicen estar a gusto pero por qué no sufrimos con las que narran experiencias terribles? ¿Qué nos pasa para llegar a bloquear la empatía con estas? Si lo pensamos con desapasionamiento veremos que la palabra “puta” está tan connotada desde el punto de vista de la transgresión sexual (y esta es percibida como positiva en un mundo hipersexualizado) que esta connotación bloquea mucha de nuestra capacidad de empatía. Hemos visto a la gente salvando refugiados, pero nunca hemos visto a nadie entrando en los puticlubs a preguntar cómo se encuentran las mujeres que están dentro. Algo nos pasa con este debate. Yo lo que quiero es discutir de la prostitución desde una perspectiva social y política, y no personal y neoliberal.