“Quiero que las personas tengan derecho a regularizarse y puedan tener un trabajo digno”
“Los ojos son las ventanas del corazón, dicen mucho de una”, comenta Alba Medina. Nació en Honduras, estudió Periodismo y trabajó diez años en un periódico, hasta que la situación de inestabilidad que se vivía en su país y el deseo de una vida mejor para ella y su familia la llevó a dejar su trabajo. Decidió emigrar y llegó a España en 2019, con su mirada atenta y amable, en busca del empleo que le habían asegurado. Ese empleo nunca existió, así que de Madrid se fue a Salamanca y de ahí a Barcelona, donde vive actualmente. En estos tres años se ha ganado la vida entre la limpieza de hogares y los cuidados a personas mayores, unas ocupaciones que no había tenido hasta este momento. “Son trabajos muy extensos y agotadores, pero son los únicos a los que podemos acceder las personas sin papeles”, afirma, y añade: “El sueldo es poco y no valoran lo que hacemos”.
La historia de Alba Medina es única, como vivencia personal, y común, en cuanto a situación frecuente entre quienes logran traspasar las fronteras. Los colectivos de trabajadoras del hogar y los cuidados, integrados en gran medida por mujeres migrantes, llevan años pidiendo que España ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y recientemente su lucha ha fructificado. El Consejo de ministros aprobó a principios de abril enviar a las Cortes Generales el refrendo del documento, que supondrá garantizar los derechos de las casi 400.000 personas afiliadas a este régimen de la Seguridad Social. Dicho Convenio reconoce “la importancia de la contribución del trabajo doméstico a la economía mundial, pese a lo cual es objeto de infravaloración y afecta a un colectivo especialmente vulnerable, sobre todo mujeres y niñas y personas migrantes, que es objeto de discriminación con respecto a las condiciones de empleo”. La legislación nacional deberá contemplar que las trabajadoras domésticas migrantes que sean contratadas en un país para prestar servicio en otro reciban por escrito una oferta de empleo antes de cruzar la frontera, y tendrá que regular las condiciones de repatriación de los trabajadores domésticos migrantes al fin de su contrato.
El foco, hasta ahora desconectado, parece que empieza a alumbrar. Uno de los logros fundamentales será el derecho al paro, una reivindicación muy reclamada por este sector. La situación había sido evidenciada, incluso, por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), que en febrero de este mismo año dictó una histórica sentencia en la que concluía que el sistema legal español es contrario a la directiva europea de igualdad de trato entre hombres y mujeres en materia de Seguridad Social, al excluir a las trabajadoras del hogar del derecho a la prestación por desempleo. “Las que tenemos documentación no tenemos derecho al paro, pero las mujeres que no tienen documentación y se quedan sin trabajo corren peligro de exclusión social y de estar sometidas a más vulneración de sus derechos; hay muchas compañeras que han quedado expuestas a ser violentadas físicamente”, explica Paula Santos, presidenta de Mujeres Migrantes Diversas, una asociación feminista de Barcelona creada por trabajadoras del hogar y los cuidados hondureñas.
Las cifras del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales no reflejan a otras 150.000 personas (cifra estimada por el sector, aunque podría ser aún más elevada), en su mayoría mujeres y migrantes, que trabajan informalmente, sin contrato de trabajo y sin derechos. El trabajo interno es el caso más extremo. “Te encierras en una casa de lunes a sábado, incluso de lunes a lunes, y ni siquiera te dan las dos horas libres a las que tienes derecho. El trabajo del hogar y los cuidados de interna debe extinguirse, no debe permitirse en ningún país, porque si una persona necesita cuidado las 24 horas se debe encontrar una solución donde haya corresponsabilidad, donde se pongan sobre la mesa muchos aspectos: los horarios, la carga laboral y las necesidades como seres humanos, de quienes trabajan. Si alguien no puede pagar el sueldo que corresponde, tendría que buscar un equilibrio entre su vida y la vida de la otra persona para que las dos partes puedan tener una vida digna”, apunta Santos. La mirada que reciben es fría, distante. Las condiciones laborales, en estos casos, suelen tener nexos con el racismo, la denigración y el abuso. Alba Medina ha vivido este tipo de situaciones: “Estuve cuidando a una señora el fin de semana y hasta la comida me negaba, no podía tocar nada de la nevera ni de la cocina. En otra ocasión, en una entrevista por teléfono, un señor me dijo que me haría el contrato más adelante; cuando llegué a su piso me dijo que estaba apetecible, que de puertas para afuera sería su cuidadora y de puertas para adentro, su mujer”. La ristra de vivencias indeseables con la que se encuentran sería interminable.
Llegar a un país como España como mujer y migrante y tener un trabajo digno es un camino complejo. La Ley de Extranjería exige permanecer tres años en un mismo lugar antes de poder regularizar la situación y obtener el permiso de residencia, pero sin regularizar la situación no pueden acceder a un trabajo con garantías legales. El enfoque del sistema no parece muy nítido. La única salida para obtener ingresos es, por tanto, la economía sumergida. “Una no emigra porque quiera, sino porque la situación es muy difícil en países como el mío. La pobreza es mucha y la necesidad obliga, pero dejas allí tu corazón, tu familia, tus seres queridos, el lugar donde has vivido; y cuando llegas acá tampoco es fácil, ni para encontrar trabajo ni para poder tener la documentación”, explica Medina. El movimiento Regularización YA, apoyado por múltiples colectivos, entre ellos Mujeres Migrantes Diversas, está recabando firmas para poder presentar una Iniciativa Legislativa Popular en el Congreso de los Diputados por una regularización extraordinaria de todas estas personas.
Colectivo en marcha
Mientras llega ese momento, los colectivos como el que preside Paula Santos continúan aportando su visión y su trabajo a las mujeres hondureñas. Lo hacen a través de encuentros, charlas, formaciones amplias en el área socio-sanitaria (en colaboración con la agencia de desarrollo Barcelona Activa), cursos de catalán, de ofimática, acompañamientos, salidas culturales y de ocio. El apoyo que ofrecen es muy amplio y sus acciones han contado con decenas de participantes. Y, sobre todo, es un apoyo orgánico y comunitario, alumbrado por la experiencia de las propias mujeres que ya han pasado por esos procesos en su llegada a España. Alrededor de 600 mujeres se nutren unas de otras a través de los distintos grupos que comparten. Muchas pupilas que observan y actúan juntas en el mundo. En esta espiral colaborativa, el cuidado y el soporte mutuo son fundamentales. El Fondo de Mujeres Calala las ha apoyado desde sus inicios con recursos económicos y acompañamiento. De hecho, actualmente esta organización tiene en marcha en su web una campaña de recogida de fondos denominada #EstamosAquí para poder seguir dando soporte a esta y otras organizaciones de mujeres, que trabajan por la igualdad, la diversidad y condiciones de vida dignas para las mujeres.
Uno de los proyectos más importantes de Mujeres Migrantes Diversas es La Casa Feminista Comunitaria de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (THC), donde se atienden necesidades detectadas por las mismas mujeres en situación de exclusión y con dificultad de acceso a la vivienda. Hasta el momento, 30 mujeres han habitado en ella. Hacen actividades juntas, comparten comidas y cenas, conviven, funcionan como una familia. Aquí se instaló Alba Medina hace un año. “Conocer a estas mujeres tan grandes, humanitarias, solidarias y emprendedoras ha sido una bendición, nos motiva para seguir adelante”, explica. En agosto del pasado año, Medina se infectó de COVID-19 y la enfermedad se complicó. Estuvo meses hospitalizada, le bajaron las defensas. “Tuvieron que hacerme una traqueotomía, los pulmones se me abrieron, me entubaron, estuve en coma, estuve a punto de morir”, señala. Mujeres Migrantes Diversas dio alojamiento a su padre y a su madre para que pudieran estar cerca y acompañarla. Aún sigue recuperándose y no puede trabajar, pero está muy ilusionada con volver a hacerlo. En unos años se imagina trabajando como periodista, “y estar legalmente en el país”. Otro de sus deseos es que las personas puedan regularizarse, para que no sufran la precariedad de tener pocas opciones de trabajo y puedan tener un trabajo digno“.
“Ahora veo borroso por el ojo izquierdo, pediré cita con oftalmología”. La visión de Alba Medina es distinta a la de antes. Pero lo es por muchos motivos, fundamentalmente por haber logrado superar varias situaciones complejas. “Tener salud y vida es lo mejor”, apunta. Irradia conciencia, optimismo, serenidad, y una dosis extra de ilusión por recuperar la marcha. Sus profundos ojos negros están listos para avanzar en el camino. Los de sus compañeras también. Juntas inyectan al mundo la valentía necesaria para seguir construyendo en común un sistema con menos ceguera.
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