La orden fue dada hace mucho. Lo recordaba mi amigo Manolo Monereo en uno de sus artículos en enero de 2016: ahora o nunca, hay que liquidar a Podemos. Cueste lo que cueste. Claro, es lo que tiene mirar a los poderosos de frente, sin miedo, y decirles la verdad .
¿Qué esperábamos? ¿Que nos iba a salir gratis sacar el Tramabús a la calle para denunciar las mayores tramas de corrupción de este país y a sus artífices ? ¿Creíamos que nos iba a salir gratis proponer leyes para que dejen de mandar quienes no se presentan a las elecciones? ¿Que se iban a quedar de brazos cruzados mientras llamábamos «casta» a quienes se compran una cuarta vivienda para especular y a la vez hacen leyes de desahucio exprés o mientras llamábamos «miserables» a quienes llevaron a cabo las dos reformas laborales? ¿Pensábamos que iban a darnos las gracias por denunciar sus sobresueldos en B mientras nosotros donamos parte de nuestro salario a proyectos sociales y renunciamos a los coches oficiales y al plan de pensiones privado? Lo pregunto en serio: ¿qué esperábamos?
Hay una cadena perfectamente engrasada entre los poderes políticos, los económicos y los mediáticos, cuyo funcionamiento lleva perfeccionándose desde que ocupamos las plazas de las principales ciudades un 15 de mayo de 2011 para frenar cualquier posibilidad de cambio político en este país. En ocasiones, a porrazos contra manifestantes pacíficos, otras veces encarcelando a titiriteros, raperos o tuiteros bajo el peligroso paraguas del «enaltecimiento del terrorismo». Otras, inventándose un partido político como Ciudadanos que no distingue entre opresores y oprimidos porque solo ve «españoles». Otras, publicando fotos de dirigentes tomándose una Coca-Cola. Otras, juzgando a compañeras feministas por hacer activismo político mientras cursan sus estudios. Otras, metiéndose en campañas internas y eligiendo candidatos. Otras, hablando de Venezuela, Irán y Corea del Norte hasta quedarse con la boca seca. Otras, pagando quince mil euros por la foto de dos criaturas que aún no han llegado. Todo vale contra Podemos. Todo vale contra quien tiene las agallas de decir: «ni de coña, no voy a seguir permitiendo que otros hagan política en mi nombre».
Aun así, a pesar de los precedentes, la inocencia sigue corriendo por nuestras venas. Jamás nos hubiésemos esperado una campaña de acoso y derribo como la que estamos viendo estos días contra quienes encabezan la posibilidad de cambiar las cosas y hacer que nos devuelvan la dignidad que nos han robado a lo largo de todos estos años.
Pablo Iglesias e Irene Montero se han hipotecado. ¡Oh, Dios mío! Durante treinta años estarán pagando unos ochocientos euros cada uno para vivir en paz en su única vivienda y criar, lejos de los focos de las cámaras, de los detectives privados y de las cloacas del Estado a sus dos futuros hijos. Lo han decidido después de ser juzgados por vivir en un piso que no era suyo en Vallecas y después de alquilar una vivienda unifamiliar en Rivas. Lo han decidido después de tener que soportar que les hicieran fotos mientras sacaban los perros, mientras iban a comprar el pan, mientras seguían hasta la puerta del gimnasio a miembros de su equipo de trabajadores… Y el remedio ha sido peor que la enfermedad. Ya se ha organizado una barbacoa en su nueva casa, ya hemos visto con todo lujo de detalles las fotos del interior de la vivienda y los muebles de sus anteriores propietarios, ya conocemos el patrimonio de sus padres. Hasta la extrema derecha se ha reunido allí para cortar el seto de la valla y colocar sus pancartas.
Hay quien piensa que tanto Pablo como Irene han sido incoherentes. El debate está servido, a estas alturas todo el mundo tiene una opinión construida y bien armada sobre la compra de su vivienda. Hay quien considera que han cometido un error, otros pensamos que con esta campaña contra estos dos compañeros se han traspasado todas las líneas rojas y que con su vida privada pueden hacer lo que les dé la real gana mientras desempeñen bien su trabajo como diputados. Yo no soy quién para dar lecciones a nadie y, en cuanto a opiniones, todas legítimas, los colores. Eso sí, y digo yo : ¿tan bien lo ha hecho esa cadena de poderes políticos, económicos y mediáticos para que sigamos, cinco días después, hablando horas, horas y horas sobre lo mismo mientras detienen al señor Zaplana y al número dos del ministro Montoro? ¿Tan bien lo ha hecho para que se nos haya olvidado que las únicas incoherencias que deben asustarnos son las decisiones políticas y las leyes de quienes nos están condenando a todos y a todas a la miseria mientras rescatan bancos y autopistas?
El adversario político está fuera. El adversario político es quien nos roba; quien empobrece a las mayorías sociales; quien merma nuestros derechos a golpe de recortes a través de unos injustos Presupuestos Generales del Estado; quien trabaja para el Fondo Monetario Internacional (FMI) y no para nuestros vecinos y vecinas; quien, con su corrupción y tu dinero, se compra cuatro casas para especular.
Con ejemplos: ¿qué importa más: dónde vive Pedro Sánchez, que hizo una campaña para decirle a sus militantes que nunca investiría como presidente a Mariano Rajoy o que haría una moción de censura para después hacer lo contrario? ¿Qué me importa más: dónde vive Albert Rivera o que a pesar de haberse presentado como «la regeneración democrática de este país» apoye sistemáticamente al partido más corrupto de Europa? ¿Qué importa más: dónde viven Pablo Iglesias e Irene Montero o sus leyes y propuestas para revalorizar las pensiones, acabar con las violencias machistas, favorecer la igualdad de las mujeres, recuperar la calidad de nuestra educación y sanidad o acabar con los fondos buitre?
Yo soy de las que opina que importa más lo que se dice en la tribuna del Congreso de los Diputados, las propuestas, el proyecto político y las ideas para lograr más justicia social. Pero aquí nadie está sordo, mudo o ciego como los monitos del WhatsApp. Se ha puesto en entredicho su credibilidad como dirigentes políticos, lo más preciado y lo único que tenemos para seguir mirando de frente a los poderosos, sin miedo, y decirles la verdad. Por tanto, y como no puede ser de otra forma según nuestro código ético, seremos todos los inscritos e inscritas quienes decidamos si están capacitados para seguir encabezando, con su mochila cargada de decisiones personales, nuestro proyecto político de cambio. Solo si nuestra gente quiere, ellos seguirán adelante.
¿Os imagináis qué hubiera pasado en este país si M. Rajoy hubiese sometido a sus bases la decisión de continuar o no tras haber aparecido su nombre en los papeles de Bárcenas? ¿Os imagináis qué hubiera pasado si Pedro Sánchez hubiese consultado si debe seguir o no después de investir como presidente a Mariano Rajoy o de apoyar el 155? ¿Os imagináis qué pasaría si Albert Rivera sometiera a sus bases su cargo al apoyar una y otra vez los recambios del Partido Popular en Murcia y en la Comunidad de Madrid?
Yo quiero saber qué piensa nuestra gente de Pablo Iglesias y de Irene Montero, aunque no hayan hecho nada malo, nada ilegal, nada horrible, nada que perjudique la vida de los demás. ¿Por qué? Porque la orden está dada desde hace mucho tiempo, porque hoy son Pablo Iglesias e Irene Montero, pero mañana puedo ser yo o puedes ser tú. Porque llevan intentando destruirnos desde aquel «No nos representan» que gritamos en las calles. Porque, aunque pidamos una y otra vez lo contrario, las persecuciones seguirán, porque el acoso seguirá, porque las campañas de destrucción no van a parar. Y sin unidad, sin el apoyo de todas y todos los que construimos este proyecto día a día, no hay ser humano que pueda aguantarlo. Yo no, por lo menos. Me atrevo a decir que tampoco Pablo e Irene.