No dejan de sorprendernos los avances que estamos logrando a través de la Inteligencia Artificial en la automatización, en el diseño de robots o en las más diversas aplicaciones en todo tipo de ámbitos. Pero todavía la mayor parte de lo que hacemos las personas, en particular algunas de las cosas que consideramos más sencillas, no pueden hacerlas las máquinas. Sí, es cierto que pueden aspirar la casa sin cansarse, pero solo si el espacio es plano y no hay muchas complicaciones por medio. Desde luego, no esperemos que de momento levanten las alfombras. Pueden diagnosticar nódulos cancerosos en radiografías de tórax mejor que cualquier especialista en radiología, pero no pueden mantener una simple conversación con el paciente sobre su estado de ánimo. Pueden guiarnos paso a paso para cocinar miles de recetas, informándonos de todo lo conocido sobre los ingredientes, pero no se manejan en una cocina normal para hacer una tortilla de patatas.
Lo que para las personas es más difícil y nos consume mucho tiempo y energía mental, como los procesos de razonamiento lógico, hacer cálculos matemáticos o tratar con enormes cantidades de datos hasta extraer de ellos lo que nosotros ni siquiera sospechamos que existe, es lo más fácil de llevar al ámbito de la computación. El tándem algoritmo-computadora permite ir más allá de lo que está a nuestro alcance en estos casos. Las máquinas inteligentes son los modernos telescopios o microscopios. Sin estos nos pasaríamos la vida observando las cosas a nuestro alrededor sin saber casi nada de ellas. Sin aquellos podríamos estar mirando el cielo por siglos, sin descubrir nada nuevo, y así fue hasta que Galileo usó el telescopio en 1610 para observar la luna. Por cierto, un invento, el del telescopio, que se atribuye al gerundense Joan Roget, allá por 1590. Del mismo modo, sin las computadoras podríamos pasarnos la eternidad analizando datos sin ver lo que esconden.
Por el contrario, hay muchas cosas triviales para nosotros que las máquinas resuelven mal o ni siquiera hacen a día de hoy, como reconocer una escena en un abrir y cerrar de ojos, y nunca mejor dicho, o mantener una conversación de cafetería. A esto se le ha puesto nombre: paradoja de Moravec, a la que dio nombre un investigador en el campo de la robótica, que ya en los años 80 destacó esta aparente contradicción.
La contradicción solo es aparente, en todo caso. Nuestro cerebro no ha evolucionado para ser una buena calculadora ni un buen razonador lógico, pero en la medida en que pudimos explicitar suficientemente bien cómo se pueden sistematizar estas tareas, nos resultó razonablemente fácil automatizarlas mediante computadoras. Haciendo una analogía con el mundo de la computación, son esas tareas para las que hemos ido desarrollando “programas mentales”, que ejecutamos en nuestra máquina de propósito general, el cerebro, y que podemos trasladar a otras máquinas, en este caso artificiales, más eficientes para este tipo de cosas. Por el contrario, la forma en la que percibimos el mundo, hablamos, caminamos, manipulamos objetos… es algo que se ha ido asentado en nuestro cerebro a lo largo de la evolución, no algo que realizamos mediante procesos conscientes e intencionados por nuestra parte. Lo aprendemos, digámoslo así, de modo natural, sin darnos cuenta, y apenas sabemos cómo lo hacemos.
Esto explica que para una máquina sea más fácil aprobar la selectividad –ya hace casi una década que un software japonés logró superar los exámenes de ingreso con una calificación que le hubiese permitido el acceso a casi todas las universidades privadas del país- o incluso el MIR, que poder manipular el entorno como lo hace un niño de dos años. Quizás esto debería hacernos pensar si cierto tipo de exámenes tienen sentido, cuando lo que queremos realmente es que las personas hagan sobre todo aquello que aún no hacen las máquinas.
En el vestíbulo del CiTIUS (Centro de Investigación en Tecnologías Inteligentes), hemos colocado un panel en el que se fijan especialmente los niños y niñas que con frecuencia nos visitan. Dice así: “Queremos personas curiosas, creativas, de pensamiento crítico, comprometidas, con sentido común... el resto ya lo harán las máquinas inteligentes”. Pues eso.