Roth, Trump y las teorías de la conspiración

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En 2004, el escritor estadounidense Philip Roth publicó The plot against America, una de sus mejores novelas. Al año siguiente, fue traducida al castellano por Jordi Fibla, que le puso como título La conjura contra América, y al catalán por Xavier Pàmies, con el título Complot contra els Estats Units. Leída entonces, con los ecos del 11S todavía resonando en el aire y mucho antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el texto me pareció una poderosa, original, sensible y políticamente compleja novela histórica. El relato recoge las peripecias noveladas de una familia judía de Newark, la del propio Roth durante su infancia, en el marco de unos Estados Unidos gobernados por un simpatizante declarado del nazismo. La ucronía que Roth imagina es que, en 1940, quien gana las elecciones no es el demócrata Franklin D. Roosevelt, sino el aviador filonazi Charles Lindbergh. Por lo visto, Roth decidió usar este resorte argumental después de haber leído, en la autobiografía del historiador Arthur M. Schlesinger, que algunos senadores republicanos de aquella época habían valorado que Lindbergh fuera el candidato de su partido frente a Roosevelt. Sin embargo, quien fue postulado realmente como candidato republicano, y perdió las elecciones, fue el abogado Wendell Willkie, un hombre que hasta hacía muy poco se había caracterizado como activista demócrata y que solicitó el ingreso en el partido republicano solo un año antes de la convocatoria electoral. 

Cuando releí la obra años después, ya con Trump en la recta final de su mandato, el carácter de ficción histórica perdió relieve y, debido al contexto del presente, se agudizaron las resonancias políticas hasta el punto –cabría decir– de que se tornaron ensordecedoras. La historia se inicia con los recuerdos dominados por el miedo del narrador que, siendo niño, percibe que la designación de Lindbergh como candidato republicano para las elecciones de 1940 supone una inflexión desdichada en su vida. En buena medida, la gracia de la novela se sostiene sobre el punto de vista adoptado por el autor. Se nos cuenta la historia a través de la mirada del pequeño de los Roth, el mismo Philip, que recuerda la admiración de su hermano mayor por Lindbergh, la frustración de su padre por no ser considerado ciudadano estadounidense de pleno derecho, las veleidades políticas de su tía y la abnegación cariñosa de su madre. Sobre el telón de fondo de la Blitzkrieg europea, con la caída de Polonia, Francia y los bombardeos alemanes sobre Gran Bretaña, la llegada de Lindbergh a la presidencia no solo va a alterar la vida del país, cuya administración se declara no intervencionista, retorna a su inveterado aislacionismo y actúa con tibieza contra las manifestaciones fascistas, sino que también, como vamos leyendo, va a trastornar la entera vida de la familia Roth, que vivirá en carne propia las tensiones derivadas de ser parte de una minoría perseguida en Europa, menospreciada en los Estados Unidos y, ahora, además, situada en el bando político derrotado en su propio país. 

La productora audiovisual HBO dio un sutil y ajustado golpe de efecto político al encargar la realización y emisión de la miniserie sobre la novela de Roth durante la presidencia de Donald Trump. La miniserie es magnífica por su elaborado guion, sus delicadas interpretaciones, su cuidada ambientación y su crescendo dramático. Se suele decir que las comparaciones son odiosas, pero a veces lo son porque se acreditan como generadoras de perspectivas válidas. Es verdad que, entre 2017 y 2021, no ha habido ningún nazi en el salón oval de la Casa Blanca, pero sí un personaje que se ha distinguido por no apoyar ninguna de las causas progresistas de nuestro tiempo: la protección de los débiles, el respeto a las minorías raciales, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo o el multilateralismo en política exterior. Trump rescindió el mandato individual, impuesto por el programa llamado Obamacare, que obligaba a facilitar créditos fiscales a aquellas familias que ganaban cuatro veces menos de lo que marca el umbral de la pobreza (casi unos 40 millones de personas en 2017). Cuando se produjeron los disturbios de Charlottesville, Trump afirmó que la violencia había venido de todas partes, de aquellos que querían retirar la estatua del general confederado Lee y de aquellos que querían que se mantuviera en su lugar, entre los cuales se encontraban grupos que enarbolaban banderas confederadas y, también, una bandera con la esvástica. Por lo demás, la actitud y el discurso de Trump conectaron con una amplia masa de hombres de mentalidad patriarcal que se sentían y se sienten atemorizados por mujeres de las cuales intuyen que son, al menos, tan listas, trabajadoras e independientes como ellos mismos se creen que son y, en este sentido, Trump ha sido tan poco comprensivo con el movimiento Me too como con el movimiento Black lives matter. Siendo un negacionista del cambio climático, Trump promovió la vulneración del refugio ártico con objeto de proyectar la extracción de petróleo y sacó a los Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Finalmente, en política exterior, como es bien conocido, su política de America First, unida a su notoria falta de finezza, le llevó a agudizar las tensiones con Corea del Norte, China, Venezuela y Rusia, mientras retiraba a los Estados Unidos del acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio que había sido acordado con la URSS en 1987.

El ejemplo de la novela de Roth nos invita a pensar que no sería descabellado imaginar la redacción de un nuevo Plot against America a cargo de un escritor o escritora del futuro que, como miembro de alguna minoría racial, haya vivido con ansiedad en su infancia los cuatro años de presidencia de Trump. Por ejemplo, un niño absolutamente angustiado por haber sido separado de su familia migrante en la frontera entre México o Estados Unidos o, por ejemplo, una niña que ha contemplado, horrorizada, las imágenes de los asesinatos reiterados de hombres negros o hispanos por parte de la policía; sí, por parte de esa policía que, en los distintivos de sus vehículos, proclama que acude para servir y proteger. A diferencia de la tarea gris llevada a cabo por la filosofía o la ciencia, el trabajo de la imaginación empática, propio de la literatura, puede transmitir con extrema vivacidad cómo experimentan los individuos los acontecimientos sociales y políticos. A menudo, incluso, son relatos literarios, que no siempre giran alrededor de cuestiones estrictamente políticas, los que facilitan el proceso de concienciación social y política de sus lectores y, de hecho, puede argumentarse que en la tradición literaria de los Estados Unidos han proliferado tal clase de historias, desde La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe hasta United States of Banana, de Giannina Braschi, pasando por It Can’t Happen Here, de Sinclair Lewis, Las uvas de la ira, de John Steinbeck o Harlot’s Gosth, de Norman Mailer.

En una entrevista, realizada en 1984, Roth declaró que el objetivo de su existencia como escritor se cifraba en “hacer una biografía de mentiras, una historia falsa, fraguando una existencia medio imaginaria a partir del drama verdadero de mi vida”. Ciertamente, tal ha sido el tono general de su obra narrativa, desde la extraña y revolucionaria El mal de Portnoy (1969) hasta la breve y potente Indignación (2016). Sin embargo, estas licencias, literariamente productivas, con las cuales Roth pretende explicarse su vida y, de paso, explicársela a los demás, palidecen frente a los experimentos con la verdad que llevó a cabo Trump antes, durante e incluso después de su paso por la presidencia de los Estados Unidos. Las mentiras de Trump, a diferencia de las de Roth, tuvieron consecuencias inmediatas en el tipo de decisiones que tomó la administración, en el estado de la opinión pública y en la imagen que el país proyectó al mundo. Pero ni siquiera el gran Roth podría haber imaginado el siniestro colofón de la presidencia de Trump: su negativa a aceptar el resultado de las elecciones en caso de derrota y el hecho de que azuzara a un sector de sus partidarios más radicalizados a llevar adelante un asalto al Capitolio mientras se estaba realizando el escrutinio de los votos del Colegio electoral. Ésta sí fue una auténtica confabulación contra el poder legítimo de los ciudadanos de los Estados Unidos. Ahora bien, si el 6 de enero de 2021, hace ahora apenas seis meses, Roth hubiera estado vivo, es probable que la asonada trumpista retransmitida en directo, que se saldó con cinco personas muertas, más allá de escandalizarle, le habría sugerido la idea de que en la movilización de aquella turba extravagante y en la logorrea de su líder rico, racista y misógino había un buen material para elaborar un nuevo relato, otra más desgarrada, paródica y decididamente posmoderna Conjura contra América.

Y a esta nueva y pequeña ucronía literaria uno quisiera también añadir un deseo, del que un natural escepticismo debería hacernos desconfiar, pero que, en cualquier caso, expresa la esperanza de que el mal no debe tener la última palabra: el anhelo de que las conspiraciones imaginadas por Roth sobrevivan durante más tiempo y de mejor manera, en las mentes de lectores sensibles, moralmente informados y políticamente comprometidos con los desfavorecidos, que las maquinaciones imaginadas por Trump y sus asesores, las cuales, pese a haber contribuido a generar tanta confusión y tanto sufrimiento, pero también a hacer las delicias de los potentados, acaben siendo olvidadas o consideradas como una anomalía que, en todo caso, ocupará una pequeñísima nota a pie de página en la historiografía de los Estados Unidos.