El conflicto entre el sector del taxi y las VTC responde a la perfección al nuevo paradigma laboral que regirá nuestro mercado de trabajo en la próxima década.
La súbita aparición de una tecnología disruptora, como el GPS y los nuevos algoritmos informáticos, enlazada a una idea innovadora –una aplicación portátil que conjuga facilidad de uso, nuevos rasgos de movilidad y un preciario asequible– quiebra el estatus de un sector económico en poco más de cuatro años (Uber comenzó a operar en Madrid en septiembre de 2014).
Este solapamiento de factores –tecnología emergente e innovación aplicativa pero, sobre todo, la velocidad del cambio– será cada vez más usual en nuestra realidad económica. De hecho, el reciente conflicto del sector del taxi es solo la punta del iceberg de lo que se nos avecina.
Nunca en nuestra historia ha habido una comunión de tecnologías con tanto poder transformador: desde el Blockchain a la Internet de las Cosas, pasando por las tecnologías inmersivas como la Realidad Aumentada y la Virtual, pero, sobre todo, la Robótica y la Inteligencia Artificial.
Todas ellas, por separado, pero más aún si se aplican simultáneamente, van a cambiar los roles de millones de puestos de trabajo en el mundo y en España. Organizaciones de todo tipo y tendencia lo vienen advirtiendo: la capacidad de transformación de la digitalización sobre el empleo generará pérdida de empleo neto, cuantificada en varios millones de puestos de trabajo que se perderán, aunque el verdadero peligro viene por otra vertiente: se laminará la calidad del empleo hasta extremos desconocidos en las últimas décadas. Ningún sector o actividad económica será inmune a esta tendencia.
La principal lección que deberíamos aprender del conflicto del taxi y los VTC es que permanecer quietos no es una opción. Creer que las cosas se solucionarán solas –para bien– es un brindis al sol. Debemos tener altura de miras, estudiar y prever los cambios que están llegando, para empezar a dar alternativas reales y efectivas antes de que conflicto estalle, se enquiste y perdamos la oportunidad de hallar una solución mínimamente equilibrada.
Reguladores, gobernantes, políticos y Administraciones Públicas ni pueden ni deben ponerse de perfil. Dejaron que el problema creciera hasta hacerse inasumible, fueron incapaces de anticipar y prescribir remedios, cuando todos éramos testigos de lo que estaba sucediendo. Y cuando no quedó otra opción que actuar, fue una respuesta contradictoria, asimétrica y de huida hacia adelante.
Esta desidia regulatoria y de gobernanza siempre tiene consecuencias, y casi siempre los pagadores de las malas praxis políticas y regulatorias somos los mismos: trabajadores y pequeños autónomos, que vemos cómo nuestros medios de vida peligran sin que ningún organismo público nos ofrezca una alternativa.
Por tanto, aprendamos de este conflicto y asumamos las lecciones que nos deja. Este paradigma va a volver a repetirse, queramos o no. No podemos mirar para otro lado y hacer como que no pasa nada, porque es evidente que los cambios están aquí y han venido para quedarse. Asumir el determinismo tecnológico como una verdad inmutable es un error que las próximas generaciones recordarán como imperdonable.
Para configurar este nuevo paradigma, es imprescindible constituir un autentico, verdadero y eficaz diálogo tripartito y bipartito, en donde los sindicatos y los trabajadores tengamos voz propia y se escuche nuestras necesidades y reivindicaciones. La Negociación Colectiva en las empresas y la interlocución con los poderes públicos deberán establecerse como pilares sobre los que construir un futuro centrado en las personas, en donde no dejemos a nadie atrás. Porque sin cohesión social y justicia laboral, la convulsión esta servida. Acabamos de comprobarlo.
En resumen, nos toca a todos reflexionar y actuar; pero deberá ser muy rápido, porque la próxima crisis está a la vuelta de la esquina.