2016 fue el primer año que en la Comunidad de Madrid se contabilizaron las agresiones al colectivo LGTB. Nunca antes se había realizado un registro sistemático y minucioso. El objetivo del proyecto liderado por Arcópoli ha sido poder trazar una radiografía del impacto de los delitos de odio que desgraciadamente nuestro colectivo, y por ende toda la sociedad, pasan por alto cada mes, cada semana, cada día…
Hasta el final del año teníamos registrados 232 casos que han llegado a nuestro conocimiento. Es complicado hacer una valoración ya que otros años no se recogía de la misma forma (aun así en 2015 Arcópoli recogió 36 y 2014 no llegó a 25), pero sí que tenemos claro desde el Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia que las agresiones han aumentado en los últimos años considerablemente. De hecho, el Observatorio se crea porque nos empiezan a llegar cada vez más casos de agresiones físicas y, al ver la necesidad de un servicio como éste, decidimos organizarnos.
En 2016 recibimos insultos, amenazas, escupitajos, grabaciones con el móvil, acoso laboral, persecución desde los baños en la universidad, intentos de coacciones sexuales para corregir “el lesbianismo”, patadas en el estómago… Los efectos de los delitos de odio producidos son muy diversos: costillas rotas, golpes o brechas en la cara, con el común denominador del grito de “maricón”, “bollera”, “enfermo”, “vicioso” o “travelo”. Todo porque no somos como quienes agredían querrían que fuésemos. Todo para tratar de despojarnos de nuestra dignidad y transmitirnos un mensaje de que “no podéis ser así”. Todos con una característica muy clara: el impacto, el dolor que causan, que va mucho más allá de una simple agresión física porque el dolor va directamente a tu dignidad, a tu autoestima. Y la víctima, muchas veces sorprendida porque “nunca me había pasado algo así”, se derrumba y lo que quiere es pasar página, no quiere ser identificada por ella misma como la persona agredida que veía en el recreo, de quien todos se reían.
La gran mayoría no se han denunciado. El porcentaje no llega al 16% de denuncias de las agresiones. Y eso que el pasado año se han denunciado muchas ocurridas en redes sociales (que antes no se denunciaban). Si no fuera por ellas, el porcentaje sería inferior que el dado por el Observatorio de Catalunya o el de la Unión Europea. Porque NO. Seguimos sin denunciar. El momento más complicado en el Observatorio es animar a denunciar y no sufrir reproches por ello. Seguimos aceptando que nos insulten, que nos amenacen, que nos golpeen. Seguimos creyendo que no merece la pena denunciar, o tenemos miedo a que Policía o la Guardia Civil no nos tome en serio; algunos, y esto es muy duro escucharlo, nos llegan a contar que “si tuviera que denunciar cada agresión, estaría todo el día en comisaría”. Muchos concluyen que no les merece la pena denunciar un delito de odio porque es “perder el tiempo, ya que no vamos a conseguir nada”. Contra todo esto es muy complicado luchar. Afortunadamente las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad se lo están tomando en serio y la percepción irá cambiando poco a poco.
Nuestro gran reto es que el colectivo reaccione y no se resigne. Las agresiones ocurren en los lugares más insospechados. Porque no, no son sistemáticas de grupos determinados de ultraderecha ni nada por el estilo. Generalmente tienen la misma estructura que la agresión del colegio, donde los “machitos” deciden atacar para “divertirse”, al volver a casa después de ir de fiesta cuando ven a un chico más femenino que lo que ellos deciden que es aceptable. O a dos mujeres de la mano que les frustran, o una mujer transexual de quien se creen superiores..
Porque tenemos muy claro que el incremento viene como consecuencia de nuestra visibilidad. Los delitos de odio por LGTBfobia no aumentan tanto en las zonas más rurales como en las ciudades grandes. En los pueblos, la situación sigue siendo durísima y avanzamos muy lentamente, pero seguimos siendo casi invisibles. En las ciudades el cambio sí se ha producido: cada vez somos más espontáneos en nuestras muestras de afecto, en cogernos de la mano en el metro, una caricia en un restaurante o darnos un beso en la parada del autobús. O en ir todos juntos del brazo a la discoteca de ambiente que está de moda, por una zona considerada “hetero”. Y esto ha provocado que por fin seamos casi tan libres como el resto de cis-heterosexuales. Y también que los delincuentes LGTBfobos nos vean y nuestra libertad les haga sentirse atacados. Y aparezca la agresión.
Por ello es el momento del mensaje claro: Tolerancia 0. Si no, volveremos a los 80, a retraer nuestro comportamiento, es decir: la libertad del colectivo LGTB por la que tantos hemos luchado. Y en vuestra mano está: no solo compete a nuestra comunidad. Las Administraciones sois clave y las personas heterosexuales sois quienes no podéis mirar hacia otro lado. Os necesitamos.