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Seis aspectos clave para frenar la nueva emergencia sanitaria de la viruela del mono

16 de agosto de 2024 22:10 h

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Estamos ante una nueva ola epidémica de viruela del mono, mpox o viruela símica, con claros visos de ser más severa, más letal y, por lo que sabemos hasta ahora, con un perfil epidemiológico que muestra diferencias importantes con los brotes epidémicos de 2022 que se produjeron en más de 70 países, especialmente en cuanto a los grupos de población más afectados. Se trata de una ola causada por una variante diferente del virus (la llamada clado 1) que al parecer es más agresiva y contagiosa que la variante que originó la onda epidémica que se produjo hace dos años (la llamada clado 2) y que por lo notificado hasta ahora en África afecta notablemente a niños y adolescentes (alrededor del 65% de los casos registrados).

Por todo ello, la Organización Mundial de la Salud ha tomado la decisión de designar esta nueva ola epidémica como una emergencia sanitaria internacional, de acuerdo con los protocolos establecidos en el Reglamento Sanitario Internacional. De este modo, ha vuelto a poner la viruela del mono en el centro de la atención mundial, después de haberla declarado como tal entre 2022 y mediados de 2023, cuando se produjeron importantes brotes en numerosos países.

La medida ha sido adoptada al día siguiente de que el Centro Africano de Control de Enfermedades declarara a la viruela del mono como una emergencia sanitaria internacional en el continente africano en virtud de los más de 15.000 casos registrados desde principios del año, de las cerca de 500 muertes que se han producido en este mismo periodo, de que el problema afecta ya una quincena de países africanos y del incremento de 160% en la incidencia en lo que va del año.

La nueva designación ha sido un paso importante y acertado para propiciar que la comunidad internacional preste la atención requerida, se redoblen los esfuerzos de vigilancia epidemiológica, se actualicen protocolos de actuación y esquemas de vacunación y se anticipen las necesarias  acciones para prevenir  lo que podría llegar a ser un problema más severo  que el  que hubo que enfrentar en 2022 en un número muy amplio de países. 

Hay que entender esta medida como una llamada a no bajar la guardia, a anticiparse a los acontecimientos, a no esperar y reaccionar tardíamente a una extensión acelerada de contagios, a emprender desde ya acciones preventivas. Es decir, a aprender las lecciones que dejaron la pandemia de COVID 19 y la anterior oleada de viruela del mono de 2022. 

El intenso brote debido a la nueva variante apareció a comienzos del 2024 en la República Democrática del Congo, fue avanzando silenciosamente hasta afectar a varios países africanos que nunca antes habían estado afectados y extenderse por buena parte del continente. Ha ido creciendo rápidamente, pero al estar confinado hasta hace poco solamente a países africanos no había recibido toda la atención internacional que merecía. 

Hoy vemos que el primer caso de la nueva variante se ha identificado ya en Estocolmo, Suecia, y seguramente veremos más casos en el resto de Europa, España incluida, en las próximas semanas. Y aunque su mecanismo de diseminación será menos explosivo que el la COVID 19, pues el contagio se produce con el contacto estrecho de personas sanas con personas infectadas o sus fluidos corporales, o bien con el contacto cercano con objetos de uso personal contaminados como pueden ser las toallas y las sábanas, su extensión es una cuestión de tiempo en virtud del trasiego mundial de personas y no se puede frenar  con medidas como los controles de puertos y aeropuertos pues su ya amplia extensión en África y su periodo de incubación previo a la aparición de síntomas (de 1 a 21 días) las hace inefectivas.

Por todo ello no basta con la declaración del problema como una nueva emergencia sanitaria internacional: hay que poner en marcha una serie de medidas internacionales que permitan frenar el avance de la enfermedad producida por la  nueva variante sin olvidar que además se solapa con los casos que siguen produciéndose en otras partes del mundo, Europa y España incluidas, a consecuencia de la variante anterior.

Para lo cual habría que incidir en seis aspectos clave que pueden resumirse de la siguiente manera:

  • Intensificar las acciones de vigilancia epidemiológica, no solamente fortaleciendo la capacidad diagnostica (clínica y de laboratorio), sino también identificando los contactos cercanos y efectuando su rastreo, aislando durante dos o tres semanas a las personas infectadas y sus objetos de uso personal y poniendo cercos preventivos a la transmisión de la enfermedad.
  • Hay que disponer de vacunas suficientes contra la viruela que permitan alcanzar coberturas plenas de las poblaciones de riesgo que se han definido como diana, de sus contactos estrechos y de los trabajadores sanitarios que tienen que ocuparse de las personas afectadas. Esto implica que todos los países han de contar con una reserva estratégica para atender sus necesidades actuales y potenciales y que los países severamente afectados, como es el caso de la Republica Democrática del Congo y varios de sus países vecinos, dispongan de suficientes dosis para organizar programas de vacunación que abarquen sectores más amplios de su población. Ello implica que debería de existir una clara solidaridad para enviar las vacunas disponibles en aquellos países que no las requieren en estos momentos hacia los países con necesidades ingentes e inmediatas, como lo han hecho ya la Unión Europea y los Estados Unidos de América. De ese modo la producción de nuevas vacunas se iría distribuyendo de acuerdo a un gradiente de necesidad acordado en el seno de la OMS, evitándose el acaparamiento por parte de los países ricos y poco afectados en perjuicio de los países pobres y más castigados por la epidemia, como sucedió en la pandemia de COVIS 19.
  • Orquestar una mayor producción de vacuna para que esté disponible a la mayor brevedad posible, sin que los asuntos financieros, logísticos o de propiedad intelectual se conviertan en obstáculos insalvables. Ya GAVI, la Alianza Mundial para Vacunas, ha indicado que viabilizará un monto de hasta 500 millones de dólares para este aspecto y para el señalado en el punto siguiente.
  • Revisar los esquemas de vacunación en razón del perfil epidemiológico de esta nueva ola epidémica producida por la nueva variante. Si seguimos observando una alta incidencia y letalidad en menores de 15 años como se está viendo en África habrá que considerar la vacunación de niños y adolescentes y ya no solo la aplicación de vacuna a los grupos de alto riesgo de adultos jóvenes. Esta deberá ser una de las deliberaciones a la que dediquen tiempo las autoridades sanitaria europeas y españolas (estatales y autonómicas) en sus reuniones de los próximos días.
  • De gran importancia será efectuar transferencias tecnológicas a países que carecen de esas capacidades a fin de ampliar y diversificar la producción, así como movilizar más recursos financieros públicos y privados para fortalecer las capacidades logísticas y sanitarias para hacer llegar las vacunas, los reactivos diagnósticos y los medicamentos antivirales y el personal requerido a los lugares y países que más lo necesiten.
  • Hay que impulsar la comunicación de riesgos asociados a las conductas y prácticas, sobre todo en materia de comportamientos sexuales, sin estigmatizar a ningún colectivo, pero con la claridad meridiana de llamar a las cosas por su nombre para ser eficaces en las acciones preventivas y en los dispositivos de vigilancia epidemiológica.

En resumen, será importante que el posicionamiento de Europa y de España se vuelque no solo en los ajustes a los protocolos, la actualización de los esquemas de vacunación y otras acciones necesarias para frenar la ola epidémica de la nueva variante en sus respectivos territorios, sino que habrá de apostar también, de forma decidida, por las acciones solidarias con el continente africano para reducir esta ola epidémica. Ayudar a los países africanos ahora es la mejor forma de evitar que la enfermedad se propague a otras partes del mundo. Es decir, de ayudarnos a nosotros mismos.