El según qué sexo

12 de febrero de 2021 22:42 h

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Cuando Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo no se confundió ni quiso escribir “El segundo género”; del mismo modo que cuando afirmó que “no se nace mujer, se llega a serlo”, no quería decir que cualquier persona podría llegar a ser mujer. Todo lo contrario.

Lo que el feminismo ha llevado a cabo desde el principio, mucho antes que cualquier otra teoría, ha sido poner de manifiesto la instrumentalización que el patriarcado ha hecho del concepto de mujer al establecer un vínculo directo entre lo biológico y lo social, definiendo el género de las mujeres a la sombra del género y la identidad de los hombres para que ellas fueran “lo otro”. 

En ningún momento histórico el feminismo ha aceptado el género diseñado por el machismo, esa idea clásica de femineidad basada en la condición de mujer y en los roles y funciones que deben desempeñar en la sociedad a partir de ella. 

El feminismo ha demostrado que se puede ser mujer y hombre fuera de los mandatos tradicionales de género, hasta el punto de que su objetivo no sólo ha sido que se pueda “ser de otro modo” y, por tanto, que sea factible definir una nueva identidad como mujeres y hombres, sino que ha buscado, y busca, transformar la construcción social y cultural que impone esa definición rígida y única de las identidades del modelo androcéntrico.

Negar el sexo para cuestionar el género sería, salvando las distancias, como negar el útero para cuestionar la maternidad, bajo el argumento de que de ese modo se libera el significado de ser madre de las referencias del patriarcado. Se puede cuestionar la manera de entender la maternidad sin necesidad de negar las bases biológicas que la hacen posible, y del mismo modo, se pueden cuestionar los géneros asignados a hombres y mujeres sin negar el sexo sobre los que se han definido. 

Por otra parte, creer que por negar el sexo no se van a utilizar otros elementos de discriminación por parte de un patriarcado construido bajo la idea de que la condición de los hombres es superior a la de las mujeres, para a partir de ella considerar a cualquier persona distinta como “diferente e inferior”, es desconocer la realidad del machismo. 

A las personas que no se adaptan al modelo patriarcal no se las discrimina y ataca sólo por ser gays, lesbianas, trans... sino que son criticadas y atacadas por “no ser hombres”. A partir de ahí van sumando elementos de discriminación, desde el hecho de ser mujer, a ser mujer homosexual, no ser hombre heterosexual, ser mujer trans u hombre trans, etcétera. Pero el patriarcado no se limita a esa discriminación y también ataca a las personas bajo otras referencias que las lleva a ser consideradas inferiores, como ocurre con la raza, el grupo étnico, las creencias, el origen... sin que estas sean consideradas desde la mirada parcial de los planteamientos identitarios limitados al género. 

La solución, por tanto, no pasa por un intercambio de sexos y géneros, máxime cuando el género que se cuestiona en una persona cis se admite en una persona trans, a pesar de que es el mismo género que ha definido el patriarcado. 

La identidad no es sólo una cuestión individual, la identidad tiene un componente social que no puede ser obviado. No basta ser de manera subjetiva ni intersubjetiva, sino que hay que ser como son las personas del grupo al que se pertenece o se busca pertenecer. 

Y ser mujer (me refiero a ellas por el papel que han jugado y juegan en la crítica al patriarcado), es el resultado de toda una experiencia histórica que llega hasta hoy, que se vive en la intimidad, que permite auto-percibirse con sus características y los elementos biológicos de su corporeidad, que lleva a tomar conciencia de sí misma como persona y como parte del grupo de iguales, y a relacionarse en la sociedad bajo todas esas referencias; no para adaptarse a ellas, también para transformarlas desde una posición crítica. 

Las personas trans se acercan a esa identidad a través del género, pero no desde la intimidad y la experiencia, lo cual sitúa el elemento identitario en un plano diferente. Si así se consensúa, se puede entender que esa primera aproximación es suficiente, y que a partir de ella se puede alcanzar un grado de vivencia más profundo, pero esa decisión no se puede tomar al margen de las mujeres, puesto que al hacerlo lo que se decide no sólo es sobre la identidad de las mujeres trans, sino que también se hace sobre la identidad de todas las mujeres, que a partir de ese momento verán modificadas sus referencias identitarias y las de su grupo, y en consecuencia, verán también modificada la convivencia social bajo otros parámetros. 

Las mujeres feministas que han cuestionado la construcción cultural patriarcal en toda su dimensión, no sólo respecto al género y al sexo, no pueden quedar al margen de una decisión tan transcendental. No se les puede decir a ellas lo que es ser mujer después de llevar siglos luchando y siendo asesinadas por definir su identidad al margen de la imposición machista. 

Y ese protagonismo de las mujeres feministas en la transformación de la cultura patriarcal, también es bueno para las personas trans y para todas las que viven sus identidades de manera diversa, puesto que de lo que se trata es de encontrar una nueva cultura. Un marco de convivencia común que evite recurrir a la discriminación y la violencia como una forma de mantener las posiciones clásicas de poder, no sólo resolver algunas de las manifestaciones de la desigualdad. 

Una ley que aborde la discriminación y la violencia que sufren las personas trans no necesita imponer una decisión sobre la identidad en contra de quienes históricamente han trabajado para que, precisamente, pueda haber una ley que aborde la realidad de las personas trans. Sí debe abordar todos los elementos que inciden sobre su discriminación y la violencia.

Si alguien cree que porque una mujer trans pueda ser reconocida como mujer o un hombre trans pueda ser reconocido como hombre, van a dejar de sufrir discriminación dentro de la misma cultura machista que las ha discriminado y maltratado hasta hoy, es que no conoce lo que es el machismo ni el patriarcado, lo cual ya es un elemento objetivo lo suficientemente sólido para cuestionar las iniciativas que se ponen en marcha desde esa visión limitada de la realidad. 

Al machismo hay que erradicarlo, no gestionarlo. Y el debate sobre las identidades hay que abrirlo, no cerrarlo por ley.